Heeeeey! Bien, aquí una semana más. Increíblemente, recién acabo de terminar el capitulo: Domingo, 0:25 de la noche, hora española. ¿Por qué he tardado tanto en escribirlo? Cero inspiración. Estuve desde lunes hasta jueves sin nada de inspiración y me sentía hasta agobiada, pero… ¡tachán! La inspiración llegó a manos de nuestros twins favoritos con esas fotos de la Vogue. Eso enciende la inspiración a cualquiera. Así que gracias a los Kaulitz por el empujón que necesitaba para este capítulo ¡y a vosotras que pasáis semana tras semana y me dejáis comentarios tan buenos! Las quiero, hasta la próxima!
Capitulo 12
By Bill
Habían pasado varios días desde aquel encuentro fatídico entre mi hermano y yo, y ni un solo segundo he dejado de pensar en sus palabras, tan frías y directas como afilados puñales metálicos clavándose en mi mente y en mi corazón. Sabía que la culpa era mía, al menos en parte. Igual que sabía que no podía hacer nada. Él había sido el encargado de mantenerme alejado de su vida, sin darme ninguna oportunidad para defenderme, de demostrarle que podíamos comenzar de nuevo, tirándome a la calle como un perro viejo e inútil. “Como tú mismo hiciste” me atacó mi propia mente. Quería que aquella estúpida voz se callara por una vez, quería que dejara de hacerme sentir más culpable de lo que ya me sentía, que, por una mísera vez, me dejara en paz. No había nada que pudiera hacer para deshacerme de ella. En estos días que habían pasado había intentado mantenerme ocupado, había puesto todo mi empeño en ello, estudiando, charlando con Gus, dibujando. Cualquier cosa que me permitiera alejarme de mí mismo y de ese estúpido cerebro mío que me torturaba a cada momento que le fuera posible. Aún así, no servía de mucho. El momento vivido tan tenso y tan doloroso se negaba a abandonar mi mente. No hacía más que preguntarme qué debería hacer ahora, cuál sería el siguiente paso que debería dar, también me preguntaba si estaba bien intentarlo de nuevo… Pero la respuesta siempre era la misma. Una clara negación que no daba lugar a posibles dudas. Era lo mejor, para él, para mí, para ambos. Él no quería verme y yo no quería volver a sentirme tan dolido como me había sentido en aquellas cuatro paredes. ¿Por qué debería buscarlo de nuevo? Todo estaba mejor así… Al menos así intentaba convencerme a mí mismo a pesar de conocer la respuesta ante esto. Claro que no estaba bien así, esto no tendría que estar pasando. Todo hubiese sido mucho mejor, más fácil, si nuestros padres no nos hubieran separado de la manera en que lo hicieron. ¿Esperaban que nunca nos preguntáramos por el otro? ¿Pensaron, tal vez, que todo esto de la separación traería más problemas que beneficios? Desde luego, ¿Cuándo demonios harían los adultos las cosas bien? Si todo se hubiera hecho bien desde el principio nada de esto estaría pasando. ¿O me equivoco? Apuesto a que no. En fin, de nada sirve ya pensar en el pasado si no puedes cambiarlo para mejorar el presente. Solo debes aceptarlo, y buscar una solución sin tener que recurrir a extrañas idea de retroceder en el tiempo, ideas que solo podían sacar de películas de Hollywood que nada tenían que ver con la realidad. Esa era mi solución. Tenia que afrontar de una vez por todas los hechos, ésta era mi realidad, la única y verdadera. Y tenía que aceptarla como tal. Y actuar contra ella de alguna forma, buscar alguna solución lógica que nos beneficiara a ambos. Aunque dudaba seriamente que pudiera volver a acercarme a Tom a menos de un kilómetro de distancia me había prometido ser positivo, tenía que hacerlo si no quería caer en manos de mi cerebro que me atacaría sin importarle el dolor que pudiera causarme. Ok, cerebrito, esto es la guerra. Le amenacé. Era un poco extraño si lo mirabas desde fuera, ¿quién, en su sano juicio, luchaba contra uno mismo? Pero, ¿cuándo había estado yo en mis cabales? Acababa de declarar a mi propio cerebro me enemigo cuando en esta misión era el más fiel aliado que podía tener, por que, ¿Quién me iba a proporcionar el plan que tanto me hacía falta? ¡Él! ¿Y si me enfadaba con él? Entonces no habría solución al problema…
Ya basta, me estoy volviendo loco. Tanta psicología me está afectando gravemente, no sé dónde acabará todo esto. Tengo que relajarme, si, eso mismo. Respira hondo, Bill, eso es… Ahora expira. Inspira. Expira. Ok, estoy tranquilo. Olvídalo todo, olvida ese momento, bórralo de tu mente, no ha pasado, no ha pasado. Intenté convencerme mientras mi mirada se perdía en el techo de mi habitación. Hacía varias noches que no podía dormir bien a causa del insomnio, mentira, a causa de mi propia mente, que me recordaba una y otra vez el momento vivido, mostrándome a mi propio hermano sacándome de su casa y allí, justo detrás de él, aquel hermoso rostro redondeado, tan pálido y delicado que parecía esculpido en piedra, aquellos preciosos ojos verdes devolviéndome la mirada antes de agachar la cabeza y fingir que todo aquello no iba con ella. Conocía esa mirada. Parecía pedirme perdón, pero, ¿perdón por qué? Ella no tenía la culpa de nada. Ella no había sido quien había puesto a Tom en mi contra, no había sido ella quien nos había separado. ¿Por qué se disculpaba? ¿Por qué se escondía detrás de mi hermano? ¿Por qué se mordía los labios y negaba con la cabeza? Nunca terminaré de entender a aquella chica. Y tampoco iba a hacerlo. Ahora mucho menos sabiendo que era la chica con la que vivía mi propio hermano, y aunque mi padre seguía diciendo que no se había confirmado nada entre ellos, yo sabía la verdad. Allí había algo. Y yo no me metería por medio, no quería acabar peor de lo que había acabado.
Mi mente acabó pensando en qué haría la mañana siguiente, sin saber cómo, pasé de la absoluta preocupación a la planificación. Me di cuenta de que era viernes por la noche y ahí estaba, tirado en la cama, cuando tendría que haber asistido a alguna fiesta universitaria o alguna de las que se celebraban todos los fines de semana en casa de Jeremy, y sin embargo, estaba ahí tirado en la cama, con la vista clavada en el techo y fumando un cigarrillo tras otro. Mamá tenía turno de noche en el hospital y no regresaría hasta bien entrada la mañana por lo que no me preocupaba que pudiera oler el humo del tabaco. Gus había salido, le importaba una mierda tener la muñeca rota, eso no era impedimento para él para divertirse, al menos ahora que no podía tocar la batería por una temporada. Me había invitado a ir con él pero había desechado la idea, no tenía demasiadas ganas. Asi que aquí estaba, pensando en lo que hacer al día siguiente. Había planeado ir a casa de mi padre, y pasar el día ahí. Había estado yendo todos los días un par de horas después de clase, de los dos personajes que habían vuelto a mi vida después de todos estos años, él era el único que no me había hecho el vacío y quien me recibía en su casa con los brazos abiertos. Pensé en llevarme un par de libros por si él salía y aprovechaba yo para estudiar, pero antes tenía que hacerle un favor y sacarlo de aquel mundo caótico de mierda en el que vivía. . Estos últimos días que había ido me había encargado de la ropa sucia y de recoger un poco la casa pero ahí, entre esas cuatro paredes, hacían falta mucho más que horas muertas. Y pensaba dedicar ese tiempo a asegurarme de que allí no viviera ningún germen maligno. Creo que es una forma bastante estúpida de detener a mi mente, de evitar que me atacara siempre que veía algún atisbo de debilidad. Pero era suficiente para mí, así sabía que me mantendría ocupado además de pasar tiempo con mi padre. Se lo había contado todo a mamá aquel mismo día, el día que regresé hecho mierda de los barrios bajos, le conté dónde había ido, cómo había sido todo, eliminando de mi relato el intento de violación que había sufrido en mis propias carnes por parte de unos gilipollas que parecían no tener ojos en la cara y también la extraordinaria salvación de aquella hermosa chica que residía en aquellas calles, y que era la compañera de su hijo mayor. A decir verdad, solo le conté que me había saltado las dos últimas calles para ir a casa de papá, que me perdí un poco pero que alguien me ayudó a encontrar la casa y el encuentro con Tom. No le había contado nada más. También le dije mis intenciones de ir a visitar a papá con más frecuencia. No le dije lo mal que trataba Tom a su propio padre, yo no iba a meterme en eso, sobre todo porque estaba acostumbrado a salir mal parado cuando me metía en situaciones que nada tenían que ver conmigo. Así que omití cualquier información que no tuviera que ver conmigo ni con mis decisiones. Mamá había llamado a mi padre y éste afirmó que no le molestaba nada en absoluto que yo fuera a verlo de vez en cuando pero pidió por favor que si lo hacía, que fuera más discreto y lo más importante, que nunca contestara a nadie que encontrara por las calles. Ni que yo fuera gilipollas… Pensé pero me limité a asentir con la cabeza. No iba a replicar. Mejor mantenía mi bocaza cerrada. Y así me vi todas las tardes en casa de mi padre. A veces estaba, otras había salido con el camión para entregar alguna mercancía o había salido a comprar cosas que le hicieran falta mientras yo me quedaba ahí intentando adecentar el lugar. No fue nada fácil, tengo que decirlo, el hedor era bastante fuerte, la alfombra olía a cerveza pasada derramada, el sofá a moho, el baño mejor no hablar, y la cocina…. Estaba claro que en esa casa hacía falta una buena asistenta pero sabía que mi padre no podía permitírselo con el bajo sueldo que ganaba como camionero. Por eso iba a ser yo quien se encargara de poner aquel anárquico lugar en su lugar. Había empezado con cosas pequeñas, había lavado la ropa sucia que había encontrado en la habitación de mi padre, había lavado las sábanas de la cama, había limpiado y desinfectado toda la habitación y había empezado con el salón-comedor. A simple vista estaba que allí había demasiado trabajo para mí solo, pero sabía que podía hacerlo, me lo había planteado como un reto personal, aquella casa no iba a poder conmigo y había decidido acabar con ella este fin de semana. Empezaba a manejar la idea de quedarme sábado en la noche a dormir allí, ¿sería una buena opción? Me pregunté. No quería ser una molestia pero quería pasar más tiempo con mi padre… Miré el reloj. Solo eran las once de la noche. ¿Estaría mi padre durmiendo? Aún era pronto y era viernes por la noche, ¿quién se quedaría en casa a dormir? Tú, Bill, me respondí a mi mismo pero como había empezado a pasar de mi propia mente, simplemente actué. Tomé el móvil entre mis manos y busqué el número de mi padre que mi madre me había dado por si quería ponerme en contacto con él siempre que yo quisiera sin tener que llamarla a ella para que fuera ella quien hablara con él. Me llevé el aparato al oído y esperé mientras escuchaba el sonido de espera. Empezaba a cansarme de aquella música repetitiva y cansada cuando escuché la voz de mi padre al otro lado del teléfono.
-Perdona, hijo, no escuché el móvil… - De fondo escuché risas y música. ¿Dónde demonios estaba mi padre?
-No importa. – sonreí quitándole importancia al asunto. Al otro lado escuché algo que sonó como “¿Tom?” y a mi padre contestar con un “Bill” – Papá, ¿dónde estás? – sentí la curiosidad sin poder evitarla.
- Estoy en el bar, viendo el partido con unos amigos. – ahora entendía el ruido insoportable. - ¿Qué pasó? ¿Por qué me llamas a estas horas? ¿Ha pasado algo?
-No, no. – intenté tranquilizarlo. – Te llamaba para preguntarte si sería posible quedarme mañana por la noche a dormir en tu casa.
-Por mi no hay ningún problema, hijo, puedes quedarte siempre que quieras. ¿Se lo has dicho a tu madre?
-Voy a llamarla ahora. Primero quería saber qué opinabas tú.
-Siempre vas a tener las puertas abiertas de mi casa, Bill. – sonreí. Empezaba a querer a este hombre. Al menos me gustaba.
Poco después de despedí de él, dejándolo terminar de ver el partido con sus amigos y me dispuse a llamar a mi madre. Hablar con ella fue un poco más complicado. No me contestó al teléfono a la primera por lo que supuse que estaba ocupada con algún paciente por lo que esperé un rato para volver a llamarla. Esta vez tampoco lo cogió así que decidí enviarle un mensaje de texto. La respuesta me llegó casi media hora después, cuando estaba a punto de caer rendido en los brazos de Morfeo, diciéndome que no había ningún problema. Que me vería por la mañana. Perfecto. Ahora solo tenía que recuperar el sueño perdido…
By Daiana
Los días en casa habían sido de lo más violentos. No en el sentido estricto de la palabra, si no en sentido totalmente figurado. La “relación” que manteníamos el mayor de los Kaulitz y yo había quedado reducida a cenizas. No es que antes fuera de lo más llevadera pero nunca habíamos pasado tanto tiempo sin hablarnos, porque habíamos pasado de escasas conversaciones prácticamente inexistentes en el tiempo a intercambio de monosílabos cuando fueran extremadamente necesarios. La culpa se la echaba toda a él, al menos en su gran mayoría. Porque que entendiera que hubiera guardado silencio todos estos años no significaba que no me hubiera dolido que lo hubiera hecho. Porque, joder, yo se lo había contado todo, le había confesado cosas que jamás nadie hubiera imaginado y él va y me oculta la gran bomba: que tenía un puñetero hermano gemelo, que, encima, vivía en los barrios altos y al cual yo misma le había sacado una pasta increíble por el móvil de su amigo. Había sentido como toda esa confianza que le tenía se había desmoronado como una montaña hecha con arena. Siempre había sabido que él tenía su pasado, pasado que como todo el mundo en aquellas calles intentaba mantener oculto, protegiéndose a sí mismo pero nunca me hubiera imaginado que me lo hubiera ocultado a mí, y como tonta me había creído que no tenía que contarme nada, cuando sí lo había. El hecho que tuviera un hermano gemelo y que ese fuera el Morena me daba igual. En parte porque una parte de mí ya intuía que esos dos tenían algo en común, idea loca que se me había ocurrido tras darme cuenta de que sus ojos eran exactamente iguales a pesar de uno tenerlos maquillados con abundante negro. Idea que, aunque intentaba apartar de mi cabeza agregando que parecía una idea estúpidamente absurda y que luego resultó ser cierta. Aquellos dos eran hermanos. Gemelos. Aunque eso no importaba, como si querían ser primos lejanos. Lo que me jodía era que el cabrón no había hecho nada para advertirme, o que se yo, ¡joder, que no me había dicho nada! Eso es lo que me jodía. Que tanto confianza que había para algunas cosas, cosas que le convenían, y que inexistencia de ella para lo que no. ¡Pues podía irse a la mierda! No lo necesitaba, no necesitaba un estúpido engreído que se creía invulnerable a todo, superior a todos, que no necesitaba a nadie más que así mismo. Muy bien, Kaulitz, vete a la mierda, así de claro. Piérdete, ahógate en el lodo, muérete, haz lo que te plazca, pero no vuelvas. Pensamientos como esos me atacaban constantemente pero nunca salían de ahí, mantenía la boca cerrada, tragándome mi propio orgullo. Lo sé, soy una jodida cobarde, si tanto lo quería lejos de allí, ¿por qué mierda no lo sacaba a patadas de mi casa? ¡Era mi casa! Sin embargo, no quería hacerlo porque una parte de mí, la parte estúpida y confiada de mí, creía que con eso no iba a solucionar nada, porque realmente era lo que quería, encontrar una solución a esta situación. Aunque lo consideraba jodidamente difícil, sabía que no era imposible, al menos eso pensaba la parte estúpida de mi. La parte malévola aún seguía pensando que lo mejor era echarlo a patadas a la calle. En realidad no sabía que pensar. Si todos estos años de amistad habían estado basados en mentiras, por que si me había mentido en eso, ¿Por qué no podía ser posible que me mintiera en otras cosas?; ¿qué sentido tenía continuar con aquello? Absolutamente ninguno. Por otra parte, aún quería confiar en él, tenía la certeza de que, aunque tarde, iba a contármelo todo. ¿Véis? La parte estúpida, atontada, idiota de mi era más fuerte que yo misma. ¿Cómo iba a contarme toda la verdad después de todos estos años guardándola para él? Era algo ilógico, y aún así confiaba plenamente en eso…
Volví a darme la vuelta en la cama para descubrir que él no estaba ahí tras de mí. Hacía varias noches que dormía en el sofá. Yo nunca le dije que se fuera, él solo fue quien, después de rechazarlo la noche en que Bill apareció, cogió una de las mantas que guardaba en el armario y salió al sofá sin decir ni una sola palabra. Y ahí se había quedado todas las noches. Me hacía falta. Aunque suene jodidamente patético y cursi, pero era la verdad. Me había acostumbrado de tal forma a dormir a su lado que ahora me costaba dormir sin él. Con sigilo me levanté de la cama y salí de la habitación. Anduve por el pasillo hasta la cocina arrastrando los pies enfundados en gruesos calcetines, cuando pasé por el comedor lo vi ahí tumbado mirando la televisión, no daban nada interesante pero igualmente la tenía encendida. Entré a la cocina y cogí un par de cervezas de la nevera. Volví al comedor. Antes de acercarme al sofá con todas mis buenas intenciones tomé aire, hinchándome de valor, valor que necesitaba. A cada paso más lento que el anterior me acerqué al sofá y me senté. Le tendí la botella de cerveza que él cogió. Ambos nos quedamos mirando la tele sin decir nada. El silencio era tal que se escuchaban los sonidos procedentes de la calle. Y era incómoda, muy incómodo…
-Dai, yo… - empezó a decir. Pero no continuó. Sabía que, al igual como a mí, no le gustaba esta situación, y también sabía que le estaba costando poner sus pensamientos en orden.
-¿Sabes lo que realmente me molesta? – solté de golpe antes de que empezara a decirme cosas sin sentido. Quería sacar todo esto de mí, no podía seguir soportando esto en mi interior, tenía que liberarlo de algún modo, y el momento de hacerlo había llegado. – Que siempre me excluyes, Tom. No importa cuanto esté dispuesta a escucharte, no importa todo lo que hemos pasado juntos, tú sigues creyéndote un solitario, sigues pensando que todo el mundo está en tu contra. Y eso me jode, por que siempre intentas protegerte de alguna forma de mí. Así solo me muestras tu desconfianza. Y no puedo más. Una parte de mí quiere que te largues, que te esfumes de mi vida como entraste, y otra aún tiene la estúpida y patética esperanza de que algún día, por una maldita vez, vas a confiar en mí.
El silencio se hizo de nuevo. Casi pude escuchar nuestras respiraciones al compás. De fondo se oía el sonido lejano del televisor que ninguno prestaba atención. Por unos instantes tuve la horrenda idea de ahorcarlo si no me decía nada después de todo mi discurso, pensando si realmente podía ser tan cabrón ignorándome. Sin embargo, esperé un rato, tenía que dejarle pensar en lo que le había dicho, y su posible respuesta, pero viendo que ni así esta respuesta no llegaba, me levanté para irme. Antes de que pudiera levantarme del todo, me agarró del brazo y tiró de él hacia abajo, teniendo que sentarme de nuevo. Lo miré a los ojos y descubrí que hacía rato que él ya me miraba a los míos. ¿Qué significaba eso? Vi que abrió la boca un par de veces con la intención de decir algo pero la volvió a cerrar sin saber bien que decir. Sabía que no era fácil para él hablar sobre sí mismo teniendo en cuenta que nunca antes se había visto en esa misma situación, podía entenderlo de alguna forma, así que esperé, no quería que se sintiera presionado ni nada de eso, porque si empezaba a atormentarle le entraría un ataque de nervios que acabaría en una pelea donde posiblemente acabáramos tirándonos cualquier cosa a la cabeza.
-No… No es fácil… No digo el hecho de confiar en ti… Lo hago aunque creas que no… Es difícil hablar sobre esto… - asentí con la cabeza, dándole a entender que sabía de qué me hablaba. – Pero lo haré. Porque odio esta situación. No quiero estar así contigo. Me hubiera dado igual si fueras cualquier otra persona pero… Esta bien, te lo contaré. Pero primero tienes que saber que no es nada ético… - no pude evitar reír.
-Tom, nada en ti es ético ni moral.
-Cierto. – sonrió.- No se realmente el por qué te oculté la existencia de mi hermano. Como viste, es alguien que me es completamente indiferente.
-No es así. Vuelves a mentirme. – él enarcó una ceja. – Tom, estuve ahí. El odio en tu mirada hablaba más por ti que tus propias palabras. Si realmente te fuera indiferente, ese odio que sientes hacia él no existiría. Simplemente te la soplaría. No te estoy juzgando, Tom – añadí antes de que saltara por las ramas. – Solo te ayudo a poner tus pensamientos en orden. Odias a tu hermano por que él tuvo la vida que tú podías haber tenido, piensas que se quedó con lo bueno mientras tú tenías que quedarte aquí con los delincuentes. Que mientras tú luchabas por sobrevivir, él conseguía todo lo que quisiera con una simple petición. – él abrió los ojos de par, sin duda, sorprendido por lo bien que lo conocía.
-¿Y por qué si sabías todo eso estabas enfadada conmigo?
-Ya te lo he dicho, lo que me molesta es tu auto escondite. Te escondes de mí. – él desvió la mirada pero yo lo obligué a mirarme a los ojos de nuevo. – Y quiero saber por qué.
-¡No lo sé! – exclamó. – De verdad… No creía necesario contarte todo esto, es algo que forma parte del pasado, ahora tenemos problemas más jodidos que esos…
-Será parte del pasado pero tú aún lo vives, forma parte de tu presente, aunque no lo veas. Cuanto más odies a tu madre y a tu hermano, más presente se hará y peores consecuencias tendrá. No te digo que intentes quererlos. Poniéndome en tu lugar, creo que sentiría exactamente lo mismo, pero no los desprecies de la forma en que lo haces. A la larga, todo ese odio que sientes se volverá contra ti.
-¿Desde cuándo te volviste tan filosófica? – intentó evitar el tema él. Me lo enseñó mi madre. El odio solo te conducirá a tu propio final.
-Es algo que nos contradice, ¿no? – suspiré.
Tenía razón, ¿a quien iba a engañar? Yo misma odiaba a mi propio padre… Agaché la cabeza, al fin y al cabo esta conversación no nos estaba llevando a ningún lado. Todavía no sabía por qué me había estado mintiendo todo este tiempo, por qué se cerraba en banda a mí, y estábamos hablando de evitar el odio cuando yo misma podía odiar a mi propio padre más que a nada en este mundo. ¿Intentaba hacerle ver que el odio que él les tenía a los miembros de su familia era injustificado y el mío si tenía un por qué? ¿No estaba mejor dejando las cosas como estaban, sin complicaciones, como hasta ahora habíamos vivido? ¿Por qué intentar convencerlo de que el odio que sentía solo le hará daño a él sabiendo que yo misma me conduciría a mi propio final? Él tenía razón, no tenía ningún sentido hablar de este horrendo sentimiento que albergábamos en nuestro interior si de todas formas íbamos a sacar la misma conclusión. Estábamos llenos de él, formaba parte de nuestra vida, era algo de lo que no nos podríamos deshacer por mucho que quisiéramos hacerlo. Nos habían hecho daño y eso solo se podía reparar con venganza. El odio, el rencor, las amenazas, el dolor ajeno, estábamos hechos de eso, no podíamos deshacernos de nada de aquello.
Sentí como él se movía en mi dirección y me rodeaba con la manta, sin pensarlo dos veces me descubrí tumbada en el diminuto sofá a su lado, sintiendo uno de sus brazos rodeándome. ¿Esto quedaba así? Seguía sin saber qué era exactamente la conversación que habíamos mantenido, solo me demostraba que éramos iguales… ¡Era eso! Nos entendíamos tan bien por que éramos exactamente iguales. Él no dejaría de odiar a su madre por abandonarlo en estas calles y yo no dejaría de odiar a mi padre por haberme violado. ¿Dónde nos dejaba esto? ¿Quería decir que estábamos destinados a permanecer juntos simplemente porque el hecho de encontrar a una persona que nos entendiera tal y como lo hacíamos entre nosotros era imposible? De pronto, descubrí que estaba bien así… Que no me molestaba en absoluto, que todo estaba mejor así…
-Confío en ti, Dai, de veras. Aunque demuestre lo contrario. Ahora las cosas cambiarán. Es una promesa.
Giré la cabeza para mirarlo a los ojos. La verdad no sabía si creerle o no, todavía sentía las ganas de echarlo a patadas de mi casa pero algo, no sé muy bien el qué, en su mirada me hizo ver que podía darle una nueva oportunidad. A pesar de haber perdido la cuenta de las oportunidades dadas, se la concedí. No éramos pareja, pero tampoco éramos solo amigos. ¿Quién más podía entendernos? Además, él, como yo, estaría perdido solo. Sentí sus labios sobre los míos y una parte de mi quiso apartarse, sin embargo, descubrí que esa parte de mi ya me daba igual…
By Bill
El sonido del móvil me despertó de golpe y tuve que buscarlo a tientas para apagar la estúpida alarma. No había conseguido quedarme dormido hasta muy entrada la noche, como siempre por culpa de mi cabecita que daba miles de vueltas a un mismo asunto por el que había perdido total interés y ahora, nueve de la mañana del sábado, lo único que quería era quedarme en la cama. Sin embargo, le había prometido a papá que pasaría el fin de semana en su casa. Muy a regañadientes, abandoné mi cómoda y amada cama y fui al baño, tomando una larga ducha de agua caliente. Después de la ducha me coloqué unos viejos pantalones vaqueros oscuros desgastados por el tiempo, una camiseta de manga corta que, por supuesto, no era nada destacable, - había aprendido la lección- pasé la plancha por el pelo, dejándolo liso, acabando con esas odiosas ondulaciones, y en lo que se refiere a maquillaje, no usé mi acostumbrada abundante sobra negra, solo un poco de delineador. Aún no podía deshacerme completamente de él. Era parte de mí, me negaba a salir a la calle sin él. Me miré en el espejo cuando creí que estaba listo y cogí lo necesario para pasar el fin de semana, el cepillo de dientes, mi adorada plancha sin la cual nunca salía a pasar la noche fuera, algo de maquillaje, un poco de laca por si la necesitaba y lo coloqué todo en una mochila. Cogí también un par de camisetas viejas que podía utilizar para dormir o para limpiar y unos pantalones. Cuando lo tuve todo listo, salí de la habitación con la mochila al hombro. Me preparé un rápido café que tomé a la velocidad de la luz. Tenía que darme prisa si quería coger el autobús de las diez. Y ya eran casi menos cuarto. Salí de casa sin darme cuenta si mi madre había llegado o seguía en el hospital todavía, me recordé llamarla más tarde para evitar posibles preocupaciones causadas por su olvidadiza cabecita. Creí volar hasta la parada del autobús dónde ya había gente esperando. Había llegado por primera vez en toda mi vida puntual. Increíble, Bill. Me dije a mí mismo. Esperando el transporte saqué de mi mochila mi iPod y pasé mi tiempo escuchando música, sobre todo para evitar que mi mente empezara a atacarme de nievo. Pasé el viaje de unos aproximadamente quince minutos con la música en mis oídos, mirando atentamente por la ventana, pendiente por si pasaba de mi parada. Aún no controlaba bien estos viajes. Pero quería hacerle ver a mamá que sabía valerme por mí mismo y que no la necesitaba como ella pensaba. Aunque, a lo mejor, le daba por comprarme un coche. Rezaba por eso. Hacía tiempo que había aprobado el examen de conducir y tenía la dichosa licencia pero mi madre seguía empeñada en que los coches eran peligrosos. Claro, que eso no se aplicaba a ella y a su alucinante Mercedes negro que no me dejaba ni acercarme. Llegué a la penúltima parada, la mía, cerca de las diez y veinte y me adentré en aquellas peligrosas calles. Había tardado en acostumbrarme pero al cabo de un par de días ya me sabía el camino de memoria, era imposible perderse de nuevo. Caminaba rápidamente sin detenerme en ningún momento, porque sabía que podía pasar algo en cualquier momento. Si algo había aprendido de mi anterior experiencia era que no podía salir nada bueno de aquellas calles. Que todas las cosas no eran lo que parecían, por eso había que mantener los ojos bien abiertos y estar con todos los sentidos alerta. Crucé la última calle y caminé unos pasos antes de encontrarme anta la puerta de la que hubiera podido ser mi propia casa. Llamé un par de veces y esperé a que mi padre abriera. Según las propias palabras de mi padre había encargado que me hicieran una copia de sus llaves para entrar cuando quisiera. Agradecería eso, así no tendría que estar despertándolo o esperando a que él llegara para entrar. Me recibió con una sonrisa de recién levantado y yo le devolví la sonrisa. Pasé al interior y vi que estaba tomando un café mirando la tele. Lo acompañé mientras desayunaba charlando y contando anécdotas, luego me informó que tenía que salir esa misma mañana a hacer una entrega en una ciudad cercana y que vendría por la tarde. Le comuniqué que no me importaba, que pasaría la mañana limpiando el salón, el baño y la cocina.
-Bill, no tienes que hacer esto… En serio, estoy acostumbrado a vivir así… - intentó convencerme.
-Papá, quiero hacer esto por ti. ¿Has visto como vives? ¿Cómo vas a traer a una mujer aquí? ¿Quieres espantarla? – bromeé.
-Como quieras, hijo, pero no te sientas obligado. Tom y yo nos terminamos acostumbrando. – no quise recordarle que Tom hacía dos años que no había pisado la casa.
Observé cómo se marchaba y poco después empecé a recoger la cocina. Tenía que encargarme de los alimentos en mal estado, fregar cada rincón de aquella diminuta estancia, comprar comida sana, y quitar todas aquellas manchas irreconocibles de la vitrocerámica. o quería ni pensar en todo el trabajo que tenía allí dentro pero era consciente de que cuanto antes empezara antes iba a terminar. Sacando de mi mochila un par de guantes de látex desechables que le había robado a mi madre, y unas horquillas para el pelo que utilicé para agarrar mi largo flequillo; me puse manos a la obra. Busqué bolsas de basura para meter en ella todo lo que estaba dispuesto a tirar y comencé con mi propósito.
Estaba a punto de darme por vencido cuando escuché el timbre de la puerta. Eran casi las doce del mediodía y me pregunté quién podía ser. Observé lo que había hecho. Las bolsas de basura que contenían la comida en mal estado estaban en el comedor que como todavía estaba sucio no me importaba demasiado. Tenía que ir a tirarlas más tarde. Tenía todos los cajones y los armarios abiertos dispuestos para una buena ventilación que impidiera el nacimiento y crecimientos de extraños bichos non gratos. Y me estaba ocupando de fregar cada uno de ellos a fondo cuando habían… ¡El timbre! Rápidamente me deshice de los guates y fui a abrir. No pude creerme lo que vieron mis ojos… ¿Estaba soñando?
-¿Moreno? – preguntó aquella chica de melena bicolor al otro lado de la puerta. ¿Qué hacía ella aquí? Quise preguntarle pero de mi boca solo salió un:
-Hola. – patético, Bill, eres patético.
-Esto… ¿Esta Jörg? - ¿qué demonios hacía aquella chica en casa de mi padre? ¿Qué se traían entre manos ellos dos? Hasta donde yo sabía, ella era la novia de mi hermano y mi hermano odiaba a mi padre. Seguía sin ver la conexión…
-No, ha salido. Vendrá a la tarde. ¿Quieres que le diga algo?
-Ehm… Esto… Dile: Nada nuevo. . Él lo entenderá. – se dio la vuelta para irse pero cuando estuvo a unos pasos de la calle, justo al bajar de las escaleras, se giró de nuevo y clavó sus verdosos ojos en los míos. – Siento mucho el comportamiento de Tom, Bill. No me estoy disculpando por él. Simplemente digo que tenía que haber tenido un poco más de tacto contigo, pero… Tom…
-Tom es un capullo. – resumí. Miré en otra dirección. Estaba seguro de que ahora me atacaría por haberme metido con su novio pero su respuesta fue mucho más sencilla. Sonrió. No entendí nada. Pero lo hizo. Una sonrisa se curvo en sus labios.
-Lo es. Nos vemos, Moreno. Cuidado con la lejía- se despidió a gritos mientras corría calle abajo.
En cuanto a mí, cerré la puerta y quedé apoyando mi cabeza sobre ella con esa sonrisa estúpida tan típica de mí que tardé en borrar de mi cara. Seguía sin entender qué era lo que había pasado ahí fuera, seguía sin comprender muchas cosas pero, por unos instantes, me dio igual. Porque la había visto, había visto a mi chica prohibida y eso… Eso era más que cualquier otra cosa en el mundo.
Aiiii por fin llego este capítulo, moría por leerlo y ahora que lo hice, lo poco que había estudiado se me olvido, como las intenciones que tenía de ponerme a hacerlo jaja. Mi geme hermosa, felicitaciones una vez más, me encantó el capítulo, mori con el final, ahora me imagino la carita de Bill apoyado en esa puerta y me muero. Mejor vuelvo un poco a la realidad, antes que termine mal, y como ya no se que decir me despido.
ResponderEliminarUn beso enorme hermanita, te adora infinitamente, tu geme, Dai.
Hast dan ganas de llevarselo a casa ahacer los quehaceres jajaja genial el capitulo
ResponderEliminarjajaja genial capitulo! ya quiero leer el ke sigue en fin toca esperar ^^ saluditos amanda cuidate y esperemos ke te mantengas asi de inspirada por mucho tiempo :)besitos! byebye
ResponderEliminarhello Amanda, ufff ps yo si me pase, me he descuidado de esta maravilla! dios que tenia en la cabeza!...ps que mas cuadernos tareas! bahhh ahora todo eso me va dar igual y seguire fielmente el fic...=) gracias Amandita! por otro gran capitulo jajaja la verdad lo ultimo me hizo reir jaja ya me imagino todo y Bill con la limpieza jaja es tan bueno el moreno.
ResponderEliminarBueno Amanda mucha suerte en todo y como dice nuestra amiga Aemara ojala y te mantengas inspirada! aunque ya tienes solucion a ese problema...y es viendo algunas fotos de los gemelos, miralos chequealos y ¡placks! ya esta jajajaja tqmmm Amanda suerte en todo y FELICITACIONES siempre me impresionas, cuidate muchoooo tq bye.
//Jas//
Genial capitulo!!!! voy al que sigue :D
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