Hi, girls! ¿Cómo estáis? Espero que estupendamente bien. Ok, después de estas dos semanas aquí les dejo el nuevo capítulo de la fic, que creo que me quedó más largo que la anterior pues creo que me emocioné demasiado escribiendo, eso y que quería daros un regalo por vuestra eterna paciencia. De igual forma quería agradecer los comentarios, gracias por animarme con mis exámenes, y gracias por pasar cada semanita a dejar un comentario que me anima. Los exámenes han salido bastante bien pero tengo que esperar hasta mañana lunes para saber los resultados. ¡Estoy que me subo por las paredes! En fin, solo tengo que esperar un poquito más… De momento, les dejo aquí el décimo capítulo de Fallen Angel, que espero disfruten. ;)
Capitulo 10
By Tom
Busqué a tientas en la oscuridad de la habitación entre las sábanas a la rubia cuando sabía que me había despertado aunque me negara a abrir los ojos, pero allí no encontré más que un hueco vacío, frío y algo húmedo. Abrí uno de los ojos y descubrí que hacía tiempo que Dai se había levantado. Maldita sea, ¿por qué siempre me hacía lo mismo? Siempre se creía tan jodidamente independiente… Ok, lo era, pero teniendo al gilipollas de Dylan tras su culo y al cabrón de su viejo en las calles, no debería creerse tanto… Puto paranoico, eso es lo que estoy hecho. ¿Porque se había despertado y me había dejado seguir durmiendo ya estaba haciendo un drama? Totalmente: un loco paranoico. Debía mantener alejada esa manía. Seguro estaba fuera, en el comedor viendo la tele o jugando a la consola. Agudicé el oído para intentar escuchar algo, algún ruido, algún sonido pero nada detecté. Enarqué una ceja, empezaba a cabrearme en serio. Si esa maldita se había atrevido a pisar la calle sin mí, en estas mismas condiciones por las que pasaba, la mataría, juro que la mataría. Muy a regañadientes me separé de la almohada y me alcé, quedando sentado sobre el desgastado colchón, por la cabeza me pasó el pensamiento de comprar uno nuevo pero solo fue un instante, lo que debía ocupar mi mente en aquellos momentos no era un colchón nuevecito con el que revolcarme con la rubia si no saber donde mierda estaba ésta. Alargué la mano hacia la mesita de noche y cogí el móvil, presionando una tecla vi la hora, las tres de la tarde, no estaba nada mal, había dormido cerca de ocho horas o puede que más y estaba listo para patrullar las calles aquella noche en búsqueda del bastardo de Jason. Era gracioso, Dai no tenía ni idea de que estaba buscando a su maldito padre para llevarlo ante ella, para ver como el hijo de puta se arrodillaba ante su hija y le proclamaba infinitas veces perdón, quizá pidiendo clemencia… Porque no iba a matarlo, eso sería el camino más fácil y, sin duda, eso sería lo que pediría cuando supiera mis verdaderas intenciones. Lo que iba a hacerle iba a ser mucho más doloroso que la propia oscura muerte, incluso, podía escuchar sus gritos pidiendo al angel negro que se lo llevara, pero el momento no iba a llegar, no iba a dejarle a la jodida muerte a mi presa. Mierda, ya no sé qué estaba diciendo. Móvil, hora… Llamada. Busqué el número de Dai y la llamé pero una musiquita que conocía y que sabía que era el tono de su móvil sonó a mis espaldas. Rápidamente me volví para ver el pequeño aparato vibrando y sonando encima de la mesita de noche de madera. ¡Me cago en la puta cien mil veces! ¿Esta tía era consciente de la situación en la que vivía, era consciente de que no podía salir a la jodida calle totalmente incomunicada? Sentía la rabia apoderarse de mí de nuevo, rabia y enfado dirigido hacia ella. Hacía unos días que sucedía con extremada frecuencia, cabrearme con ella, por cosas que no tenían sentido y que nunca nos había pasado. Se estaba alejando… En cierta forma, estaba distante, a veces, la había pillado completamente ida, pensativa, con la cabeza en otra parte, y aunque siempre me contestaba que eran paranoias mías yo sabía la verdad, estaba cansada de mí. No me sorprendió, lo raro era que no lo hubiera hecho ya, porque… ¿quién, en su sano juicio, querría a un cabrón cerca? No, no pretendo dar pena a nadie, es más, puede que acabara jodiendo al maltito capullo que me la tuviera, pero era la verdad, observando como había sido en estos años, en lo que lo único que me había importado era el dinero, y la seguridad de mis camaradas y de la gente que me rodeaba me había importando una mierda, salvo la mía propia y la de Dai, no era de extrañar que la gente empezara a odiarme, a alejarse de mi, a dejarme solo… Y no me había importado absolutamente nada. He estado acostumbrado a la soledad prácticamente desde que mis padres se habían divorciado, desde ese momento en el que mi vida tal como la conocía cambió completamente para mí, cuando me había sumergido en aquel mundo de mierda como un niño inocente, activo y había descubierto la realidad que me iba a seguir durante el resto de mi vida, la oscura y maléfica realidad que me perseguía día tras día, noche tras noche y de la que ya no me podía desprender. Y la soledad había estado presente desde los primeros días desde la mudanza, cuando mis ojos habían descubierto la enorme diferencia que se establecía entre mi antiguo barrio y el actual, viendo como los demás me miraban como si fuera el ser más despreciable del universo y me atacaban siempre que podían simplemente por las ropas que vestía, marcas conocidas que ninguno de ellos podía permitirse y que dejé de llevar por temor a sus ataques, los cuales nunca cesaron hasta que no fui yo quien se hizo ese hueco entre el odio y el respeto. Solamente Dai había estado ahí cuando los demás se mantenían lejos, cuando se marchaban después de las palizas, la única que no se reía a carcajadas cuando los golpes me azotaban, la única que se enfrentaba a ellos arriesgándose a ser apaleada también… Recuerdo la primera vez que nos encontramos. Recuerdo que estaba caminando con las manos en los bolsillos sin ningún rumbo, era el tercer día desde que me había mudado y, aunque todavía no conocía las calles, mi cara, mi estómago y mi espalda ya habían conocido los puños y pies de mis nuevos vecinos. Caminaba sin detenerme demasiado con la vista clavada en el suelo cuando al doblar una esquina escuché una respiración acentuada, sollozos tal vez, y por primera vez levanté la vista del suelo para centrarla en el pequeño bulto sentado sobre las escaleras de aquel piso. Vestía unos pantalones vaqueros cortos, unas zapatillas desgastadas y una camiseta de tirantes, al menos eso pude saber mucho después, porque en aquel momento solo pude verla echa un ovillo y gran parte de la larga melena rubia la tapaba. Me acerqué a ella con curiosidad pero mis pies en el último momento no se detuvieron a su lado como mi mente pensaba sino que continuaron caminando quizá porque sabían mejor que yo en la situación en la que iba a meterme de cabeza si me detenía. De todas formas, con un gran esfuerzo, me paré y quedé mirándola como un estúpido. Ella alzó la cabeza y nos miramos a los ojos, fue en ese momento en que me dí cuenta que su mirada escondía algo mucho más allá de todo lo que pudiera conocerse, pude darme cuenta de que había algo oscuro detrás de esos enormes ojos verdes, pude ver que estaba vacía por dentro, que su interior estaba tan oscuro como el mío, que, como yo, era una maldita Condenada. Los detalles están algo confusos en mi mente pero después de aquello hubo una pelea, sin saber cómo aparecieron de la nada los tipos del barrio, los que había visto en el colegio, los que me miraban de aquella forma tan despreciable y los que me habían dejado marcas en el vientre y en mi ojo izquierdo. Nos insultamos mutuamente, nos golpeamos, hasta que por una inmensa minoría me vi en el suelo recibiendo los golpes de aquellos cabrones. Inmediatamente después vi como ella se enfrentaba a ellos dando tantos golpes y patadas como yo mismo había recibido. Me costó asimilar la idea de que me estaba defendiendo una chica sobre todo después de haberla visto en su faceta más vulnerable pero no era tonto y sabía que mi única forma de sobrevivir allí era estando cerca de ella, no era un maldito cobarde, era realista y sabía que ella me ayudaría y me enseñaría a sobrevivir en aquellas calles. No me equivocaba, si no hubiera sido por ella quien sabe dónde me hubiera encontrado yo ahora, quien sabe si hubiera conseguido todos los logros que tenía, quizá nunca me hubiese vengado de aquellos malditos, quizá no les hubiese devuelto sus golpes uno a uno… Un momento, aún me faltaba uno, y ese era Dylan. El maldito rubiales y yo aún no habíamos librado la batalla final y estaba ansioso por ello…
Mierda, me volví a ir del tema… ¿Qué estaba diciendo? Eso, que me estaba cabreando con Dai aunque muy pocas veces lo había hecho en serio en todos estos años que nos conocíamos. Y la primera vez había sido en aquel cuarto de baño por aquella estúpida pregunta que había formulado justo en aquel preciso momento en que lo que menos estaba pensando era en el marica de mi hermano. No, aquello no me había cabreado, me había puesto rabioso, colérico, furioso y… violento. Jodidamente violento. Tanto que había tenido su cuello en mis manos, apretando sin ninguna consideración, viendo como sus ojos se salían de las órbitas, viendo como su rostro cambiaba de color y había disfrutado con ello, mi interior se regocijaba con eso, se divertía viéndola sufrir… Y me odiaba por eso, me odiaba desde que fui consciente de mis actos, aún no había podido mirarla a la cara desde ese momento, ni siquiera cuando follábamos. Evitaba su mirada, desviaba la mía, incluso la tomaba desde atrás para no tener que verla. Curioso, ciertamente curioso. A pesar de que en esos momentos lo menos que tiene uno en la mente es la desgracia o el orgullo, sabía que si la miraba a los ojos, la libido me bajaría tan rápido como había subido. Porque había sido mi culpa, toda mi culpa. Ella solo me había hecho una simple pregunta, pregunta que seguía sin tener respuesta, que podía haber contestado y todo hubiera acabado bien para ambos pero mi vena de gilipollas integral había surgido y cuando eso ocurría poco podía hacer para detenerme. ¿Alguna forma de olvidar? Creo que la respuesta no va a ser emborracharse hasta perder el sentido, porque aunque estés borracho perdido lo único que pierdes es dinero, cosa que ahora mismo no me podía permitir perder, después de la enorme resaca, te das cuenta que el olvido no se llevó con él lo que tú querías. Bien, entonces no se me ocurría ninguna otra. Dejar pasar el tiempo, tal vez, sintiéndome como una mierda cada vez que tuviera que mirarla.
Largo tiempo después me levanté de la cama y me dirigí al baño, descargando toda la bebida de la noche anterior, dándome una ducha rápida y vistiéndome con ropa limpia que encontré en el armario que seguro había sido ella quien había lavado, además del baño era de lo único que se encargaba, que ya era más de lo que yo hacía, viviendo en esta casa como un puto parásito, no hacía nada de nada más que ensuciar, beber, darle trabajo y tirarme a la dueña del piso, no estaba nada mal, ¿eh? Me prometí hacer algo de vez en cuando, aun a sabiendas de que no lo iba a cumplir. Ella ya me lo había dicho cientos de veces pero yo seguía en las mías. No, no era machista, no soy de los que piensan que las mujeres deberían quedarse en casa y esa mierda, y menos Dai, no cuando la había visto pelear de la forma en que lo hacía, no cuando la había visto disparar un arma o hundir una navaja en los costados de algún gilipollas que no hubiera obedecido nuestras normas. Pero, no me veía haciendo esas cosas. Vaaaale, puede que poner alguna lavadora de vez en cuando no me fuera a matar, y ser más ordenado con la ropa o las botellas vacías de cerveza esparcidas por todo el suelo del salón, producto de las muchas fiestas que dábamos por aquí con los colegas – Anne, Georg y T.J., principalmente – pero ¡eh! No todo era malo, y, aunque no tuviera ni zorra idea de cocina, tenía que admitir que mi pasta era insuperable. Claro que solo la hacía de vez en cuando, muy de vez en cuando, puede que una vez cada dos meses, quizá tres. Solíamos sobrevivir a base de comida basura que, además de ser barata, tampoco es que no fuera comestible. Sin embargo, a pesar de eso, no había ni una mota de grasa en ninguno de nosotros, solíamos quemar cada una de las calorías que ingeríamos, de formas bastante diversas… Un momento, ¿qué coño hago yo pensando en las jodidas calorías y en la cocina cuando debería estar buscando a la rubia cabrona que me la había vuelto a jugar? Me dirigí a la cocina sin saber muy bien por qué. Estaba muerto de hambre y podía comer cualquier cosa con tal de saciar el apetito pero al ver el contenido de la nevera mi estómago se cerró de inmediato, aquello no podía ser nada sano y ahora mismo no estaba en condiciones de enfermarme por comida en mal estado. ¿Desde cuando llevaba esa pizza ahí? No quise ni siquiera averiguarlo, cerré la nevera antes de que pudiera marearme con el olor que desprendía y cuando lo hice descubrí una nota pegada a ella. Reconocí la letra de Dai en cuanto la descubrí. Me decía que había salido por algo de comer y que volvería pronto. Reí. Esta chica solía leerme el pensamiento incluso antes de que pasara por mi cabeza. Esperé que trajera algo delicioso mientras la esperaría preparándole una sorpresa. Iba a arreglar esto un poco aunque no prometía absolutamente nada…
By Bill
Había quedado completamente embobado observando como Daiana, la chica sin nombre, la rubia desconocida que había conocido en el hospital hacía tres días y de la que me había prendado solo por aquella mirada de ojos verde intenso; desaparecía calle abajo acompañada de su fiel perro. Me descubrí prendado de su caminar, de la forma en que movía la cintura a pesar de querer controlarlo, parecía que odiara ser chica, la forma de comportarse no era la de una señorita como las que yo había conocido en mi barrio, la forma de mirar, la expresión de su rostro, tan frívola como la de mi propio hermano, no tenían nada que ver con las chicas a las que estaba acostumbrado por eso no tenía ni idea de cómo tratarla, como hablarle, qué decirle, me había quedado completamente helado sin saber como actuar frente a ella. No estaba acostumbrado a esta situación, las chicas que había conocido a lo largo de los años no eran como ella, eran bastante tímidas, chicas que agachaban la mirada, ligeramente avergonzadas, también las había descaradas y alocadas pero siempre solían ser de boca para afuera porque en realidad se cortaban bastante cuando se encontraban con un chico a solas. Otras con las que me había encontrado era con los corazones rotos de las chicas de Jeremy, que buscaban en mí el consuelo que nadie más podía ofrecerles. Pero eso era otro asunto, nada que me permitiera acceder al mundo de mi fabulosa chica… Eh, campeón, que te precipitas. Lo primero no es tu chica, y lo segundo, ¿qué mierda estás haciendo perdiendo el tiempo pensando en chicas cuando tendrías que estar tocando esa maldita puerta? Exactamente, Kaulitz. Mueve ese precioso culo pero ya. Mi mente era una jodida cabrona, estaba claro. ¿Por qué siempre me devolvía a la realidad cuando me encontraba perfectamente en mis alocadas fantasías? Me vengaré, juro que me vengaré. Haciendo caso a mi estúpido y maldito cerebro, me dirigí a subir las escaleras que me llevaban a la puerta de la casa de mi padre. Cuando estuve en frente de esta respiré hondo, sin saber bien por qué, armándome de valor tal vez, haciéndome a la idea de que no era un sueño, de que cuando tocara esa puerta que en su día había sido blanca estaría un paso más cerca de mi hermano… De Tom. Ese pensamiento fue el que me hizo alzar el puño y acercarlo a la puerta pero antes de que llegara a tocarla, ésta se abrió y me topé con unos ojos verdes y un rostro de hombre. Ambos nos sorprendimos aunque minutos más tarde pude reconocerlo, este tipo también había estado en el hospital la noche que había visto a mi hermano por primera vez en años, él había estado con él, habían hablado, habían reído…
-¿Georg? – preguntó una voz en el interior de la casa - ¿Qué pasa? – escuché pasos que se acercaban a la puerta hasta que ahí lo tuve, delante de mí, después de más de trece años, vi a mi padre, el que se había ido con mi hermano, el que, de alguna forma, había participado en nuestra creación. Lo miré a los ojos sin pestañear, esperando que se dignara a reconocerme al menos. Lo hizo. - ¿Bill? – escuchar su voz de nuevo casi me hizo emocionarme… No había cambiado tanto como esperaba, estaba algo más ronca pero el timbre seguía igual. ¿Debía decir algo ahora? Me decanté por asentir con la cabeza. Luego él se volvió hacia el de la melena larga. – Georg, este es Bill, mi… mi otro hijo. - ¡lo había dicho! Le había costado pero lo había dicho, casi sentí las ganas de abrazarlo, casi…
-Tú eres el de los altos, ¿no? – me preguntó. Asentí levemente. ¿De qué me estaba hablando? Estaba medio en shock sin saber muy bien por qué, quizá por preguntarme qué hacía aquel tipo en la casa de mi padre si era amigo de Tom, o puede que fuera por haberme vuelto a reencontrar con este. Quizá ambas cosas. – Bienvenido al barrio. – me sonrió Luego se largó despidiéndose de mi padre, dejándonos completamente solos. Empecé a asustarme… Ahora iba a venir el torrente de preguntas, ¿qué hacía allí?, ¿cómo lo había encontrado?, ¿estaba bien? ¿Por qué me parecía mi padre de pronto tan previsible?
-¿Se puede saber qué haces aquí, jovencito?
La forma en la que me miraba mi padre era difícil de describir. Entre enojado por haber hecho la locura que acababa de hacer, internarme en los barrios bajos solo para ir a verlo, y feliz de verme tras todo este tiempo sin haberlo hecho. Pude ver que cruzaba los brazos sobre el pecho reprimiendo las ganas de abrazarme. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? ¿Abrazarlo? ¿Darle las explicaciones que me pedía? Estaba un poco perdido, seguía preguntándome qué hacía el tal Georg en casa de mi padre, seguía mirando a mi padre como si no lo conociera… Los años habían pasado por el de igual forma que pasaban para las personas mayores. No estaba viejo, quizá estuviera cerca de los cuarenta y cinco o cuarenta y seis años, no conozco realmente su edad, ciertamente no me acuerdo. Igual que tampoco me acuerdo de la fecha de su cumpleaños o cualquier cosa que correspondiera a él, por eso me parecía un poco violento aquel momento en el que nos encontrábamos el uno tan cerca del otro sin saber bien qué decir o qué hacer. Habían sido demasiados los años que nos habían separado, demasiados los momentos que no habíamos compartido, demasiadas fiestas perdidas, fiestas de navidad, fiestas de cumpleaños, fiestas familiares en las que ni él ni mi hermano habían estado; que ahora resultaba difícil comportarse como si nada de esto hubiera pasado. Era bastante doloroso también. Por esa razón ambos nos comportábamos de la forma fría en que lo hacíamos. Porque sabíamos que el tiempo no había cerrado las heridas causadas por su ausencia.
-Os buscaba… A ti y a Tom. – me sinceré. No iba a andarme por las ramas. Aquí la típica excusa de “Pasaba por aquí y me paré a saludar” no servía. Él, como yo, sabía que no pisaba los barrios bajos si no fuera por una razón de peso mayor, y ésta estaba claro que lo era.
-Sabes que Tom no vive aquí, ¿verdad? – asentí con la cabeza.
-Mamá me lo dijo. Hace dos años que se fue. Pero tengo la impresión de que sí sabes donde está. – una sonrisa amarga se dibujó en sus labios, dándome la razón.
-Pasa. – me dijo con un movimiento de cabeza, y caminando hacia el interior de la casa.
No lo dudé y le seguí, cerrando la puerta tras de mí. Observé el interior. Era una casa pequeña, apenas unas pocas habitaciones en las que se encontraba el baño, la cocina y el comedor, separadas éstas dos últimas por una encimera, el salón-comedor era lo más amplio de la casa, había una mesa pequeña con cuatro sillas a su alrededor aún sabiendo que solo una era utilizada por mi padre, porque, en estos años, ¿se había vuelto a casar? La respuesta quedó clara ante mí, en el estado en que la casa se encontraba. Una enorme capa de polvo recubría los muebles y reinaba el desorden en las estancias. Estaba claro que allí no vivía ninguna mujer. Seguí a mi padre que se dirigía al desgastado sofá, sentándose poco después, le imité a pesar de no saber lo que me podía encontrar en aquellos cojines, debido a la observación que había tenido de la casa podía decir que el sofá no iba a presentar un mejor aspecto. No sé muy bien lo que sentí cuando vi, enfrente de nosotros, un mueble repleto de estantes repletos de fotos… Fotos mías, fotos de mi hermano, fotos de los dos juntos que parecían lejanas en el tiempo, fotos de mi madre junto a él, de mi madre con Tom, de todos juntos como la antigua familia feliz que habíamos sido. Un nudo se formó en la garganta cuando mis ojos se clavaron en aquella parte, un nudo que hizo que mis ojos se humedecieran. Lo que hubiera dado para que todo hubiera sido como entonces, para que continuáramos todos juntos, para que, a pesar del divorcio, hubiésemos seguido viéndonos de vez en cuando y no esta absoluta soledad que reinaba entre nosotros, esta dolorosa ausencia, este gran vacío en nuestro interior. Me pregunté cómo habrían sido las cosas si papá se hubiera quedado en los barrios medio-altos en los que vivíamos por aquel entonces, si hubiera encontrado una casa más asequible económicamente, si Tom y yo hubiéramos seguido siendo los hermanos que éramos, si hubiésemos ido a la misma escuela, al mismo instituto y ahora a la misma universidad… Mi hermano no sería el mismo que ahora era, ni siquiera sería la sombra de lo que ahora es, no tendría esa mirada fría con la que me había atravesado hacía cuatro días, no hubiera conocido estas malditas calles y habría sido completamente feliz… Al menos, eso supuse.
-Tom ha cambiado, Bill, deberías saberlo antes de ir a verlo. – me advirtió mi padre. Clavé mi mirada en él apartándola de los retratos de las estanterías que me devolvían la mirada con ojos muertos. Asumí las palabras que me había dirigido mi progenitor prestándole atención.
-Lo sé. Tuvimos un pequeño encuentro… Claro que cuando eso ocurrió, él no tenía ni idea de que yo era su hermano, y yo tampoco. – mi padre enarcó una ceja, sin duda asumiendo las palabras…
Volvimos a quedarnos en silencio. El momento que estábamos viviendo era algo extraño, era difícil para él aceptar la idea de que me encontraba allí después de más de trece años, que, aunque posiblemente no era el hijo que esperara – si bien esto solo provenía de mi propia mente, nunca dijo que no estuviera orgulloso de mi – allí me tenía, hablando con él de alguna forma, pausada y lenta, aunque intercambiando palabras, que ya era más de lo que tenía con mi hermano. Me pregunté por qué Tom hacía lo que hacía, por qué abandonaba a su propio padre a su suerte, sin ni siquiera visitarlo alguna vez, sin llamar para preguntarle cómo estaba. No lo entendía. ¡Era su padre! ¿Tan ocupado estaba convirtiéndose en el puto amo delincuente de estas condenadas calles que no podía hacer una mísera llamada o una simple visita? De pronto me pareció incluso más egoísta que yo mismo.
-Bill, siento mucho no haber estado en tu vida todas las veces que debería haber estado, siento haberme ido de tu vida, así, sin más, siento haberte arrebatado a tu hermano, siento tantas cosas que ahora no recuerdo pero sé que están ahí… Estoy tan orgulloso de ti, hijo, me alegro que hayas conseguido entrar a la universidad, me alegro de la vida que llevas, tu madre me ha puesto al corriente de todo y, aunque no he estado presente, tú siempre has estado conmigo desde el día que me marché… Y… - no pudo seguir hablando.
Las lágrimas se habían hecho hueco en sus ojos y ahora descendían por sus mejillas sin que él pudiera hacer nada para detenerlas. El nudo en mi garganta se hizo mucho más notorio, hasta el punto que no pude aguantar las ganas de abrazarlo con torpeza y dejar que mis propias lágrimas se reunieran con las suyas en este reencuentro que me prometí no iba a ser el último. Vendría siempre que pudiera, quizá un par de horas todos los días después de clase para pasar un tiempo con él, comer juntos para que no se sintiera solo, limpiar y ordenar un poco aquella casa, a pesar de todo seguía siendo mi padre y no iba a dejar que pensara que sus dos hijos lo habían abandonado a su suerte. Yo no era un puto cabrón cómo Tom, que lo trataba como si no fuera más que un desperdicio humano, yo quería a mi padre porque gracias a él, yo estaba aquí, y, aunque hacía demasiado tiempo que no lo veía y que no tenía contacto alguno con él, los buenos momentos siempre se anteponían a los malos en mi memoria, y, precisamente por esos buenos momentos, mi padre no iba a estar solo nunca más…
By Tom
Alcé la cabeza cuando escuché la puerta del piso abrirse haciendo que me golpeara con una de los estantes de la cocina. Varias maldiciones se escaparon por mi boca cuando fui consciente del dolor que eso había supuesto.
-¿Me he confundido de piso? – escuché la voz de Dai desde el vestíbulo, divertida. Fui a su encuentro mientras seguía maldiciendo por lo bajo. – No, al parecer, si tú estás aquí, no debe ser un piso distinto. ¿Qué ha pasado aquí? – preguntó, esta vez un poco más seria, aunque seguí teniendo aquel tono sarcástico y divertido en su voz. Me encogí de hombros.
-Recogí un poco. – me desentendí. Ella enarcó una ceja y se acercó a mí, posando una de sus manos sobre mi frente.
-¿Tienes fiebre? – exageró. Me hice el ofendido.
-¡En serio! Me di cuenta de que no empezaba a diferenciar la calle de la casa.
-Que considerado. Ahora en serio, ¿qué ocurre?
-¿Realmente? Sentí ganas de follarte en el suelo, en la cocina, en el sofá… en todas partes. Y me di cuenta de que si esto no estaba limpio, nos íbamos a arrepentir. Podríamos coger alguna infección o algo, y, aunque si hubieras sido otra me hubiera dado igual, no lo deseo para ti. – medio bromeé. Ella rió a carcajadas. Sonreí.
-En serio, Tom, estás hecho todo un don Juan… - bromeó ella a su vez mientras desataba la correa de la cadena del perro y éste iba hacia la cocina para beber agua.
Entonces me di cuenta de las bolsas de basura que había dejado esparcidas en el suelo. Si el perro empezaba a husmearlas no iba a salir nada bueno de ello. Salí pitando tras el chucho y lo pillé con las manos en la masa, intentando abrir con el hocico una de las bolsas que había dejado medio abierta en el suelo que contenía la comida pasada de la nevera. La cogí al vuelo y aparté al perro sin hacerle daño, dejé la bolsa sobre la encimera, dónde había más cosas que tirar. Me había dado cuenta de que teníamos comida que había caducado hacía meses. Me volví cuando escuché la exclamación de sorpresa de la dueña del piso.
-En serio, Tom, ¿qué te ha dado hoy? – preguntó de nuevo.
-Ja… Ja… Ja… - ironicé mi risa. Comprendía su sorpresa, incluso yo mismo no me explicaba de dónde me habían salido las ganas de adecentar este cuartucho de cuatro paredes mal hechas, pero, ¿era jodidamente necesario llevarlo a tan alto extremo?
-No te ofendas. – achiné la mirada. Un poco tarde para eso, ¿no? – Pero nunca te vi con esa iniciativa. – ahí tenía que darle un punto. – En fin, ¿te apetece comer algo antes de seguir con todo esto? Estoy famélica. – me propuso enseñándome una bolsa que traía con ella. Mis tripas empezaron a bailar algún tipo de baile combinado, algunas claqué, otras break o otras no sé que más mierda… Asentí con la cabeza aunque creo que eso no era necesario, creo que captó el mensaje de mis entrañas.
Ella dirigió su mirada hacia la mesa de la cocina y, viendo que estaba a rebosar de bolsas de la basura llenas hasta arriba de mierda, salió por la puerta de la cocina y dejó la bolsa sobre la mesita que había entre el sofá y la tele. La seguí y la vi acomodarse sobre los asientos del amplio pero desgastado y sucio sofá mientras sacaba el interior de la bolsa y lo depositaba sobre la mesita. Me fijé en lo que estaba sacando de la bolsa y no lo reconocí hasta que vi algún tipo de escritura que no era ni parecida al alemán: chino. Me había traído comida china. Nunca antes la había probado, no sabía ni siquiera si me gustaba o no… Pero, ¿los chinos no comían insectos como los putos saltamontes o cucarachas? ¿Qué mierda me había traído esta loca?
-Han abierto un chino cerca del local de Wheevil y, como hacía tiempo que no comía nada de ese tipo de comida, me traje algo. Anda, ven, te gustará.
Me acerqué a ella un tanto receloso. No sabía lo que podría encontrarme en aquellas cajas de cartón en las que venía la comida que a ella tanto le gustaba. Me senté a su lado y me dio un par de palillos, indicándome cuál debía ser la posición correcta de los dedos para que estos se pudieran manejar bien y poder tomar mejor la comida con ellos, y me tendió uno de aquellas cajitas pequeñas. Miré el interior enarcando una ceja, estaba seguro de que en algún momento me iba a encontrar un bichejo asqueroso e iba a ir directo al cuarto de baño a vomitar, pero nada de eso pasó. No pude reconocer nada de lo que contenía en su interior pero si tuve que decir que tenía una pinta deliciosa, totalmente apetecible. La miré de soslayo y vi que ella hacía tiempo que me miraba mientras comía. Observé la agilidad con que utilizaba los palillos, sin duda, a pesar de los tantos años que llevaba sin probar la comida china, no se le había olvidado el uso de aquellos finos palillos de madera. Sin embargo, en cuanto me puse a ello, descubrí lo patoso que podía llegar a ser con algo que no sabía manejar. Escuché su risa cada vez que observaba mis intentos fallidos hasta que me cansé y lo abandoné, dejando la comida otra vez sobre la mesa y acomodándome en el sofá. Pasaba de volver a hacer el completo ridículo en aquella mierda. ¿Por qué no podían utilizar tenedores como las personas normales? Eso si podía manejarlo. Sonriendo me levanté del sofá y fui hasta la cocina donde, además de encontrarme de nuevo con las toneladas de basura procedente de la nevera y los armarios y al perro de Dai tumbado dormitando, hallé milagrosamente tenedores limpios que teníamos un poco abandonados. Volví al salón-comedor con el tesoro que había descubierto y escuché la risa de la rubia, ahora y estaba preparado para saborear la comida. Y vaya si lo hice. Esto era mucho mejor que la comida basura que solíamos engullir, al menos era saludable además de saber bastante bien. Ni siquiera me lo había esperado al ver en la televisión lo que los chiflados estos solían comer. Entonces me entró la curiosidad de saber qué estaba comiendo…
-¿Se puede saber qué demonios estoy comiendo? – pregunté clavando la mirada en ella.
Me dí cuenta de que se había acomodado en el respaldo del mohoso sofá y posaba los pies descalzos sobre el asiento, miraba atentamente el contenido de su caja moviendo el contenido con los dichosos palillos. Ella me devolvió la mirada cuando se dio cuenta de que le había hablado.
-Pollo con almendras. – contestó sin más. ¿Así de simple? No lo habría imaginado en siglos.
-Me gusta. – confesé.
-Lo sabía. – sonrió.
Volvimos a quedarnos en silencio simplemente escuchando el sonido de nuestras respiraciones, el de el tenedor o los palillos golpear el cartón y poco más, quizá algún claxon lejano, los débiles ladridos del perro que, al igual que nosotros, se aburría. Comimos en silencio, sin molestar al otro. Bien, que decir que yo no solo me dedicaba a comer si no que engullía. Estaba muerto de hambre y eso se notó. Y lamenté sinceramente que poco tiempo después la deliciosa comida se agotara. Escuché la suave risa de Dai una vez más cuando me di cuenta de que ya no quedaba nada más, antes de que, sin previo aviso, se sentara a horcajadas sobre mí y me tendiera lo que le quedaba a ella que, aunque era poco, decía que ya no podía más. No quise aceptarlo pues yo ya había comido suficiente y lo que le sobraba era suyo, además que debía comer para recobrar las fuerzas que había perdido la noche del tiroteo. Aunque creo que eso era solo una excusa para decirle que no, que se lo comiera ella si quería pero que yo estaba bien. No me hizo caso, sin embargo. Tomando los restos de tallarines con los palillos me obligó a abrir la boca para poco después depositarlos en ella. No me quejé, ¿por qué iba a hacerlo? Solo era un mísero bocado, ¿no? Mastiqué despacio clavando mis ojos en los suyos, observando aquellas pronunciadas ojeras que empezaban a aparecer alrededor de sus ojos, la forma en que las disimulaba con algo de maquillaje que, aunque no solía utilizarlo muy a menudo, en ocasiones como esa era su mejor aliado, quedar completamente prendado de aquella mirada profunda y sintiéndome como el peor de los tipos, sintiéndome como el cabrón que sabía que era, sintiendo que una mísera disculpa no iba a arreglar la situación por las sincera que ésta fuera.
El sonido del timbre de la puerta hizo que ella rompiera el contacto visual que manteníamos para dirigirse hacia el telefonillo y preguntar quién era. Me quedé de piedra cuando escuché la voz metalizada de mi propio padre… ¿Qué demonios hacía él aquí? Después de los dos años que habían pasado desde que me había independizado completamente, ¿venía ahora a buscarme? ¿Para qué? ¿Qué mierda quería ahora de mí? Miré a la rubia, que ya hacía tiempo que me miraba, y negué con la cabeza. No quería ver al estúpido de mi viejo. No quería saber de él, me importaba una mierda todo lo que tuviera que ver con él…
-Daiana, sé que está ahí contigo. Necesito verlo, es muy importante. No vendría a verlo si no lo fuera… - escuché la voz de mi padre. ¿Qué demonios querría que fuera tan importante? Asentí con la cabeza, más por curiosidad que por otra cosa.
Escuché a Dai hablar con él por el telefonillo pero no presté atención alguna a lo que decía. Mi cabeza daba infinitas vueltas pensando en qué podría ser aquello tan importante que mi padre, al que hubiese creído olvidado si no hubiera sido por nuestro encuentro hacía tres días, insistía en hablar conmigo. La relación que habíamos mantenido desde nuestra mudanza se había ido enfriando y debilitando más conforme pasaba el tiempo, no era la misma que la que manteníamos cuando vivíamos todos juntos en aquella casa de clase media-alta de los barrios altos, ya no compartíamos nada, no hacíamos nada juntos, no siquiera los primeros días después de la mudanza, y él había pasado a un estúpido segundo plano en mi vida, mas tarde al tercero, al cuarto y así hasta desaparecer casi completamente. Por eso seguía sin entender qué demonios le había traído hasta aquí después de todo lo que había pasado entre nosotros, que no había sido poco, y donde la distancia, el olvido y el rencor triunfaban por encima de todo.
Unos golpes en la puerta me devolvieron a la realidad, la situación actual en la que me encontraba, en donde seguía sentado en el sofá mientras Dai iba a abrir la puerta. Miré por encima del hombro para ver la alta figura de mi padre, algo desgarbada ya por el paso del tiempo aunque altiva de todas formas. Dai le dio paso y justo en el momento en que iba a cerrar la puerta tras él, otra figura apareció. Alto, delgado, de largo cabellos negro, profundos ojos marrones maquillados de intenso negro, vestía ropas caras que difícilmente se hubiera podido permitir uno de los tipos de mi barrio, así que el tipo este solo podía pertenecer a la alta sociedad, la que nos tenía completamente olvidados, ¿qué demonios hacía este tipo aquí, en mis calles, en mi casa, mirando a MI chica? Rápidamente me levanté del sofá y me planté delante de mi viejo, tomando a Dai por la cintura para que el tipejo este se diera por aludido y viera que la rubia era solamente mía. Un momento, yo conocía a este tipo, yo lo había visto en otra parte… Pero, la cuestión es: ¿dónde?
-¿Y bien? ¿Qué era eso tan importante? – pregunté rompiendo el hielo.
-Tom, éste es… Bill, tu hermano. Ha venido hasta aquí para saber de ti y… - no lo dejé terminar.
-¿Y? ¡Como si me importara! No sé quien es este tipo pero los dos os largáis ya de mi casa. Yo no tengo ningún hermano. – sentencié sin ningún tipo de duda.
Ni siquiera lo miré, no me hacía falta, para mí, mi hermano Bill había muerto en el primer momento en que desaparecí de mi casa y él ni siquiera había movido un dedo para seguirme. Y no estaba dispuesto a resucitarlo, por mucho esfuerzo que hubiera hecho en intentar encontrarme, no ahora cuando la herida ya había sido abierta y había curado de forma tan violenta que era imposible de sanar. Bill, como mi madre, formaba parte de mi pasado, de un pasado remoto que había intentado abandonar en el olvido y que podían irse juntos al infierno, en lo que a mí me concierne, no estaba dispuesto saltar para rescatarlos…
Capitulo 10
By Tom
Busqué a tientas en la oscuridad de la habitación entre las sábanas a la rubia cuando sabía que me había despertado aunque me negara a abrir los ojos, pero allí no encontré más que un hueco vacío, frío y algo húmedo. Abrí uno de los ojos y descubrí que hacía tiempo que Dai se había levantado. Maldita sea, ¿por qué siempre me hacía lo mismo? Siempre se creía tan jodidamente independiente… Ok, lo era, pero teniendo al gilipollas de Dylan tras su culo y al cabrón de su viejo en las calles, no debería creerse tanto… Puto paranoico, eso es lo que estoy hecho. ¿Porque se había despertado y me había dejado seguir durmiendo ya estaba haciendo un drama? Totalmente: un loco paranoico. Debía mantener alejada esa manía. Seguro estaba fuera, en el comedor viendo la tele o jugando a la consola. Agudicé el oído para intentar escuchar algo, algún ruido, algún sonido pero nada detecté. Enarqué una ceja, empezaba a cabrearme en serio. Si esa maldita se había atrevido a pisar la calle sin mí, en estas mismas condiciones por las que pasaba, la mataría, juro que la mataría. Muy a regañadientes me separé de la almohada y me alcé, quedando sentado sobre el desgastado colchón, por la cabeza me pasó el pensamiento de comprar uno nuevo pero solo fue un instante, lo que debía ocupar mi mente en aquellos momentos no era un colchón nuevecito con el que revolcarme con la rubia si no saber donde mierda estaba ésta. Alargué la mano hacia la mesita de noche y cogí el móvil, presionando una tecla vi la hora, las tres de la tarde, no estaba nada mal, había dormido cerca de ocho horas o puede que más y estaba listo para patrullar las calles aquella noche en búsqueda del bastardo de Jason. Era gracioso, Dai no tenía ni idea de que estaba buscando a su maldito padre para llevarlo ante ella, para ver como el hijo de puta se arrodillaba ante su hija y le proclamaba infinitas veces perdón, quizá pidiendo clemencia… Porque no iba a matarlo, eso sería el camino más fácil y, sin duda, eso sería lo que pediría cuando supiera mis verdaderas intenciones. Lo que iba a hacerle iba a ser mucho más doloroso que la propia oscura muerte, incluso, podía escuchar sus gritos pidiendo al angel negro que se lo llevara, pero el momento no iba a llegar, no iba a dejarle a la jodida muerte a mi presa. Mierda, ya no sé qué estaba diciendo. Móvil, hora… Llamada. Busqué el número de Dai y la llamé pero una musiquita que conocía y que sabía que era el tono de su móvil sonó a mis espaldas. Rápidamente me volví para ver el pequeño aparato vibrando y sonando encima de la mesita de noche de madera. ¡Me cago en la puta cien mil veces! ¿Esta tía era consciente de la situación en la que vivía, era consciente de que no podía salir a la jodida calle totalmente incomunicada? Sentía la rabia apoderarse de mí de nuevo, rabia y enfado dirigido hacia ella. Hacía unos días que sucedía con extremada frecuencia, cabrearme con ella, por cosas que no tenían sentido y que nunca nos había pasado. Se estaba alejando… En cierta forma, estaba distante, a veces, la había pillado completamente ida, pensativa, con la cabeza en otra parte, y aunque siempre me contestaba que eran paranoias mías yo sabía la verdad, estaba cansada de mí. No me sorprendió, lo raro era que no lo hubiera hecho ya, porque… ¿quién, en su sano juicio, querría a un cabrón cerca? No, no pretendo dar pena a nadie, es más, puede que acabara jodiendo al maltito capullo que me la tuviera, pero era la verdad, observando como había sido en estos años, en lo que lo único que me había importado era el dinero, y la seguridad de mis camaradas y de la gente que me rodeaba me había importando una mierda, salvo la mía propia y la de Dai, no era de extrañar que la gente empezara a odiarme, a alejarse de mi, a dejarme solo… Y no me había importado absolutamente nada. He estado acostumbrado a la soledad prácticamente desde que mis padres se habían divorciado, desde ese momento en el que mi vida tal como la conocía cambió completamente para mí, cuando me había sumergido en aquel mundo de mierda como un niño inocente, activo y había descubierto la realidad que me iba a seguir durante el resto de mi vida, la oscura y maléfica realidad que me perseguía día tras día, noche tras noche y de la que ya no me podía desprender. Y la soledad había estado presente desde los primeros días desde la mudanza, cuando mis ojos habían descubierto la enorme diferencia que se establecía entre mi antiguo barrio y el actual, viendo como los demás me miraban como si fuera el ser más despreciable del universo y me atacaban siempre que podían simplemente por las ropas que vestía, marcas conocidas que ninguno de ellos podía permitirse y que dejé de llevar por temor a sus ataques, los cuales nunca cesaron hasta que no fui yo quien se hizo ese hueco entre el odio y el respeto. Solamente Dai había estado ahí cuando los demás se mantenían lejos, cuando se marchaban después de las palizas, la única que no se reía a carcajadas cuando los golpes me azotaban, la única que se enfrentaba a ellos arriesgándose a ser apaleada también… Recuerdo la primera vez que nos encontramos. Recuerdo que estaba caminando con las manos en los bolsillos sin ningún rumbo, era el tercer día desde que me había mudado y, aunque todavía no conocía las calles, mi cara, mi estómago y mi espalda ya habían conocido los puños y pies de mis nuevos vecinos. Caminaba sin detenerme demasiado con la vista clavada en el suelo cuando al doblar una esquina escuché una respiración acentuada, sollozos tal vez, y por primera vez levanté la vista del suelo para centrarla en el pequeño bulto sentado sobre las escaleras de aquel piso. Vestía unos pantalones vaqueros cortos, unas zapatillas desgastadas y una camiseta de tirantes, al menos eso pude saber mucho después, porque en aquel momento solo pude verla echa un ovillo y gran parte de la larga melena rubia la tapaba. Me acerqué a ella con curiosidad pero mis pies en el último momento no se detuvieron a su lado como mi mente pensaba sino que continuaron caminando quizá porque sabían mejor que yo en la situación en la que iba a meterme de cabeza si me detenía. De todas formas, con un gran esfuerzo, me paré y quedé mirándola como un estúpido. Ella alzó la cabeza y nos miramos a los ojos, fue en ese momento en que me dí cuenta que su mirada escondía algo mucho más allá de todo lo que pudiera conocerse, pude darme cuenta de que había algo oscuro detrás de esos enormes ojos verdes, pude ver que estaba vacía por dentro, que su interior estaba tan oscuro como el mío, que, como yo, era una maldita Condenada. Los detalles están algo confusos en mi mente pero después de aquello hubo una pelea, sin saber cómo aparecieron de la nada los tipos del barrio, los que había visto en el colegio, los que me miraban de aquella forma tan despreciable y los que me habían dejado marcas en el vientre y en mi ojo izquierdo. Nos insultamos mutuamente, nos golpeamos, hasta que por una inmensa minoría me vi en el suelo recibiendo los golpes de aquellos cabrones. Inmediatamente después vi como ella se enfrentaba a ellos dando tantos golpes y patadas como yo mismo había recibido. Me costó asimilar la idea de que me estaba defendiendo una chica sobre todo después de haberla visto en su faceta más vulnerable pero no era tonto y sabía que mi única forma de sobrevivir allí era estando cerca de ella, no era un maldito cobarde, era realista y sabía que ella me ayudaría y me enseñaría a sobrevivir en aquellas calles. No me equivocaba, si no hubiera sido por ella quien sabe dónde me hubiera encontrado yo ahora, quien sabe si hubiera conseguido todos los logros que tenía, quizá nunca me hubiese vengado de aquellos malditos, quizá no les hubiese devuelto sus golpes uno a uno… Un momento, aún me faltaba uno, y ese era Dylan. El maldito rubiales y yo aún no habíamos librado la batalla final y estaba ansioso por ello…
Mierda, me volví a ir del tema… ¿Qué estaba diciendo? Eso, que me estaba cabreando con Dai aunque muy pocas veces lo había hecho en serio en todos estos años que nos conocíamos. Y la primera vez había sido en aquel cuarto de baño por aquella estúpida pregunta que había formulado justo en aquel preciso momento en que lo que menos estaba pensando era en el marica de mi hermano. No, aquello no me había cabreado, me había puesto rabioso, colérico, furioso y… violento. Jodidamente violento. Tanto que había tenido su cuello en mis manos, apretando sin ninguna consideración, viendo como sus ojos se salían de las órbitas, viendo como su rostro cambiaba de color y había disfrutado con ello, mi interior se regocijaba con eso, se divertía viéndola sufrir… Y me odiaba por eso, me odiaba desde que fui consciente de mis actos, aún no había podido mirarla a la cara desde ese momento, ni siquiera cuando follábamos. Evitaba su mirada, desviaba la mía, incluso la tomaba desde atrás para no tener que verla. Curioso, ciertamente curioso. A pesar de que en esos momentos lo menos que tiene uno en la mente es la desgracia o el orgullo, sabía que si la miraba a los ojos, la libido me bajaría tan rápido como había subido. Porque había sido mi culpa, toda mi culpa. Ella solo me había hecho una simple pregunta, pregunta que seguía sin tener respuesta, que podía haber contestado y todo hubiera acabado bien para ambos pero mi vena de gilipollas integral había surgido y cuando eso ocurría poco podía hacer para detenerme. ¿Alguna forma de olvidar? Creo que la respuesta no va a ser emborracharse hasta perder el sentido, porque aunque estés borracho perdido lo único que pierdes es dinero, cosa que ahora mismo no me podía permitir perder, después de la enorme resaca, te das cuenta que el olvido no se llevó con él lo que tú querías. Bien, entonces no se me ocurría ninguna otra. Dejar pasar el tiempo, tal vez, sintiéndome como una mierda cada vez que tuviera que mirarla.
Largo tiempo después me levanté de la cama y me dirigí al baño, descargando toda la bebida de la noche anterior, dándome una ducha rápida y vistiéndome con ropa limpia que encontré en el armario que seguro había sido ella quien había lavado, además del baño era de lo único que se encargaba, que ya era más de lo que yo hacía, viviendo en esta casa como un puto parásito, no hacía nada de nada más que ensuciar, beber, darle trabajo y tirarme a la dueña del piso, no estaba nada mal, ¿eh? Me prometí hacer algo de vez en cuando, aun a sabiendas de que no lo iba a cumplir. Ella ya me lo había dicho cientos de veces pero yo seguía en las mías. No, no era machista, no soy de los que piensan que las mujeres deberían quedarse en casa y esa mierda, y menos Dai, no cuando la había visto pelear de la forma en que lo hacía, no cuando la había visto disparar un arma o hundir una navaja en los costados de algún gilipollas que no hubiera obedecido nuestras normas. Pero, no me veía haciendo esas cosas. Vaaaale, puede que poner alguna lavadora de vez en cuando no me fuera a matar, y ser más ordenado con la ropa o las botellas vacías de cerveza esparcidas por todo el suelo del salón, producto de las muchas fiestas que dábamos por aquí con los colegas – Anne, Georg y T.J., principalmente – pero ¡eh! No todo era malo, y, aunque no tuviera ni zorra idea de cocina, tenía que admitir que mi pasta era insuperable. Claro que solo la hacía de vez en cuando, muy de vez en cuando, puede que una vez cada dos meses, quizá tres. Solíamos sobrevivir a base de comida basura que, además de ser barata, tampoco es que no fuera comestible. Sin embargo, a pesar de eso, no había ni una mota de grasa en ninguno de nosotros, solíamos quemar cada una de las calorías que ingeríamos, de formas bastante diversas… Un momento, ¿qué coño hago yo pensando en las jodidas calorías y en la cocina cuando debería estar buscando a la rubia cabrona que me la había vuelto a jugar? Me dirigí a la cocina sin saber muy bien por qué. Estaba muerto de hambre y podía comer cualquier cosa con tal de saciar el apetito pero al ver el contenido de la nevera mi estómago se cerró de inmediato, aquello no podía ser nada sano y ahora mismo no estaba en condiciones de enfermarme por comida en mal estado. ¿Desde cuando llevaba esa pizza ahí? No quise ni siquiera averiguarlo, cerré la nevera antes de que pudiera marearme con el olor que desprendía y cuando lo hice descubrí una nota pegada a ella. Reconocí la letra de Dai en cuanto la descubrí. Me decía que había salido por algo de comer y que volvería pronto. Reí. Esta chica solía leerme el pensamiento incluso antes de que pasara por mi cabeza. Esperé que trajera algo delicioso mientras la esperaría preparándole una sorpresa. Iba a arreglar esto un poco aunque no prometía absolutamente nada…
By Bill
Había quedado completamente embobado observando como Daiana, la chica sin nombre, la rubia desconocida que había conocido en el hospital hacía tres días y de la que me había prendado solo por aquella mirada de ojos verde intenso; desaparecía calle abajo acompañada de su fiel perro. Me descubrí prendado de su caminar, de la forma en que movía la cintura a pesar de querer controlarlo, parecía que odiara ser chica, la forma de comportarse no era la de una señorita como las que yo había conocido en mi barrio, la forma de mirar, la expresión de su rostro, tan frívola como la de mi propio hermano, no tenían nada que ver con las chicas a las que estaba acostumbrado por eso no tenía ni idea de cómo tratarla, como hablarle, qué decirle, me había quedado completamente helado sin saber como actuar frente a ella. No estaba acostumbrado a esta situación, las chicas que había conocido a lo largo de los años no eran como ella, eran bastante tímidas, chicas que agachaban la mirada, ligeramente avergonzadas, también las había descaradas y alocadas pero siempre solían ser de boca para afuera porque en realidad se cortaban bastante cuando se encontraban con un chico a solas. Otras con las que me había encontrado era con los corazones rotos de las chicas de Jeremy, que buscaban en mí el consuelo que nadie más podía ofrecerles. Pero eso era otro asunto, nada que me permitiera acceder al mundo de mi fabulosa chica… Eh, campeón, que te precipitas. Lo primero no es tu chica, y lo segundo, ¿qué mierda estás haciendo perdiendo el tiempo pensando en chicas cuando tendrías que estar tocando esa maldita puerta? Exactamente, Kaulitz. Mueve ese precioso culo pero ya. Mi mente era una jodida cabrona, estaba claro. ¿Por qué siempre me devolvía a la realidad cuando me encontraba perfectamente en mis alocadas fantasías? Me vengaré, juro que me vengaré. Haciendo caso a mi estúpido y maldito cerebro, me dirigí a subir las escaleras que me llevaban a la puerta de la casa de mi padre. Cuando estuve en frente de esta respiré hondo, sin saber bien por qué, armándome de valor tal vez, haciéndome a la idea de que no era un sueño, de que cuando tocara esa puerta que en su día había sido blanca estaría un paso más cerca de mi hermano… De Tom. Ese pensamiento fue el que me hizo alzar el puño y acercarlo a la puerta pero antes de que llegara a tocarla, ésta se abrió y me topé con unos ojos verdes y un rostro de hombre. Ambos nos sorprendimos aunque minutos más tarde pude reconocerlo, este tipo también había estado en el hospital la noche que había visto a mi hermano por primera vez en años, él había estado con él, habían hablado, habían reído…
-¿Georg? – preguntó una voz en el interior de la casa - ¿Qué pasa? – escuché pasos que se acercaban a la puerta hasta que ahí lo tuve, delante de mí, después de más de trece años, vi a mi padre, el que se había ido con mi hermano, el que, de alguna forma, había participado en nuestra creación. Lo miré a los ojos sin pestañear, esperando que se dignara a reconocerme al menos. Lo hizo. - ¿Bill? – escuchar su voz de nuevo casi me hizo emocionarme… No había cambiado tanto como esperaba, estaba algo más ronca pero el timbre seguía igual. ¿Debía decir algo ahora? Me decanté por asentir con la cabeza. Luego él se volvió hacia el de la melena larga. – Georg, este es Bill, mi… mi otro hijo. - ¡lo había dicho! Le había costado pero lo había dicho, casi sentí las ganas de abrazarlo, casi…
-Tú eres el de los altos, ¿no? – me preguntó. Asentí levemente. ¿De qué me estaba hablando? Estaba medio en shock sin saber muy bien por qué, quizá por preguntarme qué hacía aquel tipo en la casa de mi padre si era amigo de Tom, o puede que fuera por haberme vuelto a reencontrar con este. Quizá ambas cosas. – Bienvenido al barrio. – me sonrió Luego se largó despidiéndose de mi padre, dejándonos completamente solos. Empecé a asustarme… Ahora iba a venir el torrente de preguntas, ¿qué hacía allí?, ¿cómo lo había encontrado?, ¿estaba bien? ¿Por qué me parecía mi padre de pronto tan previsible?
-¿Se puede saber qué haces aquí, jovencito?
La forma en la que me miraba mi padre era difícil de describir. Entre enojado por haber hecho la locura que acababa de hacer, internarme en los barrios bajos solo para ir a verlo, y feliz de verme tras todo este tiempo sin haberlo hecho. Pude ver que cruzaba los brazos sobre el pecho reprimiendo las ganas de abrazarme. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? ¿Abrazarlo? ¿Darle las explicaciones que me pedía? Estaba un poco perdido, seguía preguntándome qué hacía el tal Georg en casa de mi padre, seguía mirando a mi padre como si no lo conociera… Los años habían pasado por el de igual forma que pasaban para las personas mayores. No estaba viejo, quizá estuviera cerca de los cuarenta y cinco o cuarenta y seis años, no conozco realmente su edad, ciertamente no me acuerdo. Igual que tampoco me acuerdo de la fecha de su cumpleaños o cualquier cosa que correspondiera a él, por eso me parecía un poco violento aquel momento en el que nos encontrábamos el uno tan cerca del otro sin saber bien qué decir o qué hacer. Habían sido demasiados los años que nos habían separado, demasiados los momentos que no habíamos compartido, demasiadas fiestas perdidas, fiestas de navidad, fiestas de cumpleaños, fiestas familiares en las que ni él ni mi hermano habían estado; que ahora resultaba difícil comportarse como si nada de esto hubiera pasado. Era bastante doloroso también. Por esa razón ambos nos comportábamos de la forma fría en que lo hacíamos. Porque sabíamos que el tiempo no había cerrado las heridas causadas por su ausencia.
-Os buscaba… A ti y a Tom. – me sinceré. No iba a andarme por las ramas. Aquí la típica excusa de “Pasaba por aquí y me paré a saludar” no servía. Él, como yo, sabía que no pisaba los barrios bajos si no fuera por una razón de peso mayor, y ésta estaba claro que lo era.
-Sabes que Tom no vive aquí, ¿verdad? – asentí con la cabeza.
-Mamá me lo dijo. Hace dos años que se fue. Pero tengo la impresión de que sí sabes donde está. – una sonrisa amarga se dibujó en sus labios, dándome la razón.
-Pasa. – me dijo con un movimiento de cabeza, y caminando hacia el interior de la casa.
No lo dudé y le seguí, cerrando la puerta tras de mí. Observé el interior. Era una casa pequeña, apenas unas pocas habitaciones en las que se encontraba el baño, la cocina y el comedor, separadas éstas dos últimas por una encimera, el salón-comedor era lo más amplio de la casa, había una mesa pequeña con cuatro sillas a su alrededor aún sabiendo que solo una era utilizada por mi padre, porque, en estos años, ¿se había vuelto a casar? La respuesta quedó clara ante mí, en el estado en que la casa se encontraba. Una enorme capa de polvo recubría los muebles y reinaba el desorden en las estancias. Estaba claro que allí no vivía ninguna mujer. Seguí a mi padre que se dirigía al desgastado sofá, sentándose poco después, le imité a pesar de no saber lo que me podía encontrar en aquellos cojines, debido a la observación que había tenido de la casa podía decir que el sofá no iba a presentar un mejor aspecto. No sé muy bien lo que sentí cuando vi, enfrente de nosotros, un mueble repleto de estantes repletos de fotos… Fotos mías, fotos de mi hermano, fotos de los dos juntos que parecían lejanas en el tiempo, fotos de mi madre junto a él, de mi madre con Tom, de todos juntos como la antigua familia feliz que habíamos sido. Un nudo se formó en la garganta cuando mis ojos se clavaron en aquella parte, un nudo que hizo que mis ojos se humedecieran. Lo que hubiera dado para que todo hubiera sido como entonces, para que continuáramos todos juntos, para que, a pesar del divorcio, hubiésemos seguido viéndonos de vez en cuando y no esta absoluta soledad que reinaba entre nosotros, esta dolorosa ausencia, este gran vacío en nuestro interior. Me pregunté cómo habrían sido las cosas si papá se hubiera quedado en los barrios medio-altos en los que vivíamos por aquel entonces, si hubiera encontrado una casa más asequible económicamente, si Tom y yo hubiéramos seguido siendo los hermanos que éramos, si hubiésemos ido a la misma escuela, al mismo instituto y ahora a la misma universidad… Mi hermano no sería el mismo que ahora era, ni siquiera sería la sombra de lo que ahora es, no tendría esa mirada fría con la que me había atravesado hacía cuatro días, no hubiera conocido estas malditas calles y habría sido completamente feliz… Al menos, eso supuse.
-Tom ha cambiado, Bill, deberías saberlo antes de ir a verlo. – me advirtió mi padre. Clavé mi mirada en él apartándola de los retratos de las estanterías que me devolvían la mirada con ojos muertos. Asumí las palabras que me había dirigido mi progenitor prestándole atención.
-Lo sé. Tuvimos un pequeño encuentro… Claro que cuando eso ocurrió, él no tenía ni idea de que yo era su hermano, y yo tampoco. – mi padre enarcó una ceja, sin duda asumiendo las palabras…
Volvimos a quedarnos en silencio. El momento que estábamos viviendo era algo extraño, era difícil para él aceptar la idea de que me encontraba allí después de más de trece años, que, aunque posiblemente no era el hijo que esperara – si bien esto solo provenía de mi propia mente, nunca dijo que no estuviera orgulloso de mi – allí me tenía, hablando con él de alguna forma, pausada y lenta, aunque intercambiando palabras, que ya era más de lo que tenía con mi hermano. Me pregunté por qué Tom hacía lo que hacía, por qué abandonaba a su propio padre a su suerte, sin ni siquiera visitarlo alguna vez, sin llamar para preguntarle cómo estaba. No lo entendía. ¡Era su padre! ¿Tan ocupado estaba convirtiéndose en el puto amo delincuente de estas condenadas calles que no podía hacer una mísera llamada o una simple visita? De pronto me pareció incluso más egoísta que yo mismo.
-Bill, siento mucho no haber estado en tu vida todas las veces que debería haber estado, siento haberme ido de tu vida, así, sin más, siento haberte arrebatado a tu hermano, siento tantas cosas que ahora no recuerdo pero sé que están ahí… Estoy tan orgulloso de ti, hijo, me alegro que hayas conseguido entrar a la universidad, me alegro de la vida que llevas, tu madre me ha puesto al corriente de todo y, aunque no he estado presente, tú siempre has estado conmigo desde el día que me marché… Y… - no pudo seguir hablando.
Las lágrimas se habían hecho hueco en sus ojos y ahora descendían por sus mejillas sin que él pudiera hacer nada para detenerlas. El nudo en mi garganta se hizo mucho más notorio, hasta el punto que no pude aguantar las ganas de abrazarlo con torpeza y dejar que mis propias lágrimas se reunieran con las suyas en este reencuentro que me prometí no iba a ser el último. Vendría siempre que pudiera, quizá un par de horas todos los días después de clase para pasar un tiempo con él, comer juntos para que no se sintiera solo, limpiar y ordenar un poco aquella casa, a pesar de todo seguía siendo mi padre y no iba a dejar que pensara que sus dos hijos lo habían abandonado a su suerte. Yo no era un puto cabrón cómo Tom, que lo trataba como si no fuera más que un desperdicio humano, yo quería a mi padre porque gracias a él, yo estaba aquí, y, aunque hacía demasiado tiempo que no lo veía y que no tenía contacto alguno con él, los buenos momentos siempre se anteponían a los malos en mi memoria, y, precisamente por esos buenos momentos, mi padre no iba a estar solo nunca más…
By Tom
Alcé la cabeza cuando escuché la puerta del piso abrirse haciendo que me golpeara con una de los estantes de la cocina. Varias maldiciones se escaparon por mi boca cuando fui consciente del dolor que eso había supuesto.
-¿Me he confundido de piso? – escuché la voz de Dai desde el vestíbulo, divertida. Fui a su encuentro mientras seguía maldiciendo por lo bajo. – No, al parecer, si tú estás aquí, no debe ser un piso distinto. ¿Qué ha pasado aquí? – preguntó, esta vez un poco más seria, aunque seguí teniendo aquel tono sarcástico y divertido en su voz. Me encogí de hombros.
-Recogí un poco. – me desentendí. Ella enarcó una ceja y se acercó a mí, posando una de sus manos sobre mi frente.
-¿Tienes fiebre? – exageró. Me hice el ofendido.
-¡En serio! Me di cuenta de que no empezaba a diferenciar la calle de la casa.
-Que considerado. Ahora en serio, ¿qué ocurre?
-¿Realmente? Sentí ganas de follarte en el suelo, en la cocina, en el sofá… en todas partes. Y me di cuenta de que si esto no estaba limpio, nos íbamos a arrepentir. Podríamos coger alguna infección o algo, y, aunque si hubieras sido otra me hubiera dado igual, no lo deseo para ti. – medio bromeé. Ella rió a carcajadas. Sonreí.
-En serio, Tom, estás hecho todo un don Juan… - bromeó ella a su vez mientras desataba la correa de la cadena del perro y éste iba hacia la cocina para beber agua.
Entonces me di cuenta de las bolsas de basura que había dejado esparcidas en el suelo. Si el perro empezaba a husmearlas no iba a salir nada bueno de ello. Salí pitando tras el chucho y lo pillé con las manos en la masa, intentando abrir con el hocico una de las bolsas que había dejado medio abierta en el suelo que contenía la comida pasada de la nevera. La cogí al vuelo y aparté al perro sin hacerle daño, dejé la bolsa sobre la encimera, dónde había más cosas que tirar. Me había dado cuenta de que teníamos comida que había caducado hacía meses. Me volví cuando escuché la exclamación de sorpresa de la dueña del piso.
-En serio, Tom, ¿qué te ha dado hoy? – preguntó de nuevo.
-Ja… Ja… Ja… - ironicé mi risa. Comprendía su sorpresa, incluso yo mismo no me explicaba de dónde me habían salido las ganas de adecentar este cuartucho de cuatro paredes mal hechas, pero, ¿era jodidamente necesario llevarlo a tan alto extremo?
-No te ofendas. – achiné la mirada. Un poco tarde para eso, ¿no? – Pero nunca te vi con esa iniciativa. – ahí tenía que darle un punto. – En fin, ¿te apetece comer algo antes de seguir con todo esto? Estoy famélica. – me propuso enseñándome una bolsa que traía con ella. Mis tripas empezaron a bailar algún tipo de baile combinado, algunas claqué, otras break o otras no sé que más mierda… Asentí con la cabeza aunque creo que eso no era necesario, creo que captó el mensaje de mis entrañas.
Ella dirigió su mirada hacia la mesa de la cocina y, viendo que estaba a rebosar de bolsas de la basura llenas hasta arriba de mierda, salió por la puerta de la cocina y dejó la bolsa sobre la mesita que había entre el sofá y la tele. La seguí y la vi acomodarse sobre los asientos del amplio pero desgastado y sucio sofá mientras sacaba el interior de la bolsa y lo depositaba sobre la mesita. Me fijé en lo que estaba sacando de la bolsa y no lo reconocí hasta que vi algún tipo de escritura que no era ni parecida al alemán: chino. Me había traído comida china. Nunca antes la había probado, no sabía ni siquiera si me gustaba o no… Pero, ¿los chinos no comían insectos como los putos saltamontes o cucarachas? ¿Qué mierda me había traído esta loca?
-Han abierto un chino cerca del local de Wheevil y, como hacía tiempo que no comía nada de ese tipo de comida, me traje algo. Anda, ven, te gustará.
Me acerqué a ella un tanto receloso. No sabía lo que podría encontrarme en aquellas cajas de cartón en las que venía la comida que a ella tanto le gustaba. Me senté a su lado y me dio un par de palillos, indicándome cuál debía ser la posición correcta de los dedos para que estos se pudieran manejar bien y poder tomar mejor la comida con ellos, y me tendió uno de aquellas cajitas pequeñas. Miré el interior enarcando una ceja, estaba seguro de que en algún momento me iba a encontrar un bichejo asqueroso e iba a ir directo al cuarto de baño a vomitar, pero nada de eso pasó. No pude reconocer nada de lo que contenía en su interior pero si tuve que decir que tenía una pinta deliciosa, totalmente apetecible. La miré de soslayo y vi que ella hacía tiempo que me miraba mientras comía. Observé la agilidad con que utilizaba los palillos, sin duda, a pesar de los tantos años que llevaba sin probar la comida china, no se le había olvidado el uso de aquellos finos palillos de madera. Sin embargo, en cuanto me puse a ello, descubrí lo patoso que podía llegar a ser con algo que no sabía manejar. Escuché su risa cada vez que observaba mis intentos fallidos hasta que me cansé y lo abandoné, dejando la comida otra vez sobre la mesa y acomodándome en el sofá. Pasaba de volver a hacer el completo ridículo en aquella mierda. ¿Por qué no podían utilizar tenedores como las personas normales? Eso si podía manejarlo. Sonriendo me levanté del sofá y fui hasta la cocina donde, además de encontrarme de nuevo con las toneladas de basura procedente de la nevera y los armarios y al perro de Dai tumbado dormitando, hallé milagrosamente tenedores limpios que teníamos un poco abandonados. Volví al salón-comedor con el tesoro que había descubierto y escuché la risa de la rubia, ahora y estaba preparado para saborear la comida. Y vaya si lo hice. Esto era mucho mejor que la comida basura que solíamos engullir, al menos era saludable además de saber bastante bien. Ni siquiera me lo había esperado al ver en la televisión lo que los chiflados estos solían comer. Entonces me entró la curiosidad de saber qué estaba comiendo…
-¿Se puede saber qué demonios estoy comiendo? – pregunté clavando la mirada en ella.
Me dí cuenta de que se había acomodado en el respaldo del mohoso sofá y posaba los pies descalzos sobre el asiento, miraba atentamente el contenido de su caja moviendo el contenido con los dichosos palillos. Ella me devolvió la mirada cuando se dio cuenta de que le había hablado.
-Pollo con almendras. – contestó sin más. ¿Así de simple? No lo habría imaginado en siglos.
-Me gusta. – confesé.
-Lo sabía. – sonrió.
Volvimos a quedarnos en silencio simplemente escuchando el sonido de nuestras respiraciones, el de el tenedor o los palillos golpear el cartón y poco más, quizá algún claxon lejano, los débiles ladridos del perro que, al igual que nosotros, se aburría. Comimos en silencio, sin molestar al otro. Bien, que decir que yo no solo me dedicaba a comer si no que engullía. Estaba muerto de hambre y eso se notó. Y lamenté sinceramente que poco tiempo después la deliciosa comida se agotara. Escuché la suave risa de Dai una vez más cuando me di cuenta de que ya no quedaba nada más, antes de que, sin previo aviso, se sentara a horcajadas sobre mí y me tendiera lo que le quedaba a ella que, aunque era poco, decía que ya no podía más. No quise aceptarlo pues yo ya había comido suficiente y lo que le sobraba era suyo, además que debía comer para recobrar las fuerzas que había perdido la noche del tiroteo. Aunque creo que eso era solo una excusa para decirle que no, que se lo comiera ella si quería pero que yo estaba bien. No me hizo caso, sin embargo. Tomando los restos de tallarines con los palillos me obligó a abrir la boca para poco después depositarlos en ella. No me quejé, ¿por qué iba a hacerlo? Solo era un mísero bocado, ¿no? Mastiqué despacio clavando mis ojos en los suyos, observando aquellas pronunciadas ojeras que empezaban a aparecer alrededor de sus ojos, la forma en que las disimulaba con algo de maquillaje que, aunque no solía utilizarlo muy a menudo, en ocasiones como esa era su mejor aliado, quedar completamente prendado de aquella mirada profunda y sintiéndome como el peor de los tipos, sintiéndome como el cabrón que sabía que era, sintiendo que una mísera disculpa no iba a arreglar la situación por las sincera que ésta fuera.
El sonido del timbre de la puerta hizo que ella rompiera el contacto visual que manteníamos para dirigirse hacia el telefonillo y preguntar quién era. Me quedé de piedra cuando escuché la voz metalizada de mi propio padre… ¿Qué demonios hacía él aquí? Después de los dos años que habían pasado desde que me había independizado completamente, ¿venía ahora a buscarme? ¿Para qué? ¿Qué mierda quería ahora de mí? Miré a la rubia, que ya hacía tiempo que me miraba, y negué con la cabeza. No quería ver al estúpido de mi viejo. No quería saber de él, me importaba una mierda todo lo que tuviera que ver con él…
-Daiana, sé que está ahí contigo. Necesito verlo, es muy importante. No vendría a verlo si no lo fuera… - escuché la voz de mi padre. ¿Qué demonios querría que fuera tan importante? Asentí con la cabeza, más por curiosidad que por otra cosa.
Escuché a Dai hablar con él por el telefonillo pero no presté atención alguna a lo que decía. Mi cabeza daba infinitas vueltas pensando en qué podría ser aquello tan importante que mi padre, al que hubiese creído olvidado si no hubiera sido por nuestro encuentro hacía tres días, insistía en hablar conmigo. La relación que habíamos mantenido desde nuestra mudanza se había ido enfriando y debilitando más conforme pasaba el tiempo, no era la misma que la que manteníamos cuando vivíamos todos juntos en aquella casa de clase media-alta de los barrios altos, ya no compartíamos nada, no hacíamos nada juntos, no siquiera los primeros días después de la mudanza, y él había pasado a un estúpido segundo plano en mi vida, mas tarde al tercero, al cuarto y así hasta desaparecer casi completamente. Por eso seguía sin entender qué demonios le había traído hasta aquí después de todo lo que había pasado entre nosotros, que no había sido poco, y donde la distancia, el olvido y el rencor triunfaban por encima de todo.
Unos golpes en la puerta me devolvieron a la realidad, la situación actual en la que me encontraba, en donde seguía sentado en el sofá mientras Dai iba a abrir la puerta. Miré por encima del hombro para ver la alta figura de mi padre, algo desgarbada ya por el paso del tiempo aunque altiva de todas formas. Dai le dio paso y justo en el momento en que iba a cerrar la puerta tras él, otra figura apareció. Alto, delgado, de largo cabellos negro, profundos ojos marrones maquillados de intenso negro, vestía ropas caras que difícilmente se hubiera podido permitir uno de los tipos de mi barrio, así que el tipo este solo podía pertenecer a la alta sociedad, la que nos tenía completamente olvidados, ¿qué demonios hacía este tipo aquí, en mis calles, en mi casa, mirando a MI chica? Rápidamente me levanté del sofá y me planté delante de mi viejo, tomando a Dai por la cintura para que el tipejo este se diera por aludido y viera que la rubia era solamente mía. Un momento, yo conocía a este tipo, yo lo había visto en otra parte… Pero, la cuestión es: ¿dónde?
-¿Y bien? ¿Qué era eso tan importante? – pregunté rompiendo el hielo.
-Tom, éste es… Bill, tu hermano. Ha venido hasta aquí para saber de ti y… - no lo dejé terminar.
-¿Y? ¡Como si me importara! No sé quien es este tipo pero los dos os largáis ya de mi casa. Yo no tengo ningún hermano. – sentencié sin ningún tipo de duda.
Ni siquiera lo miré, no me hacía falta, para mí, mi hermano Bill había muerto en el primer momento en que desaparecí de mi casa y él ni siquiera había movido un dedo para seguirme. Y no estaba dispuesto a resucitarlo, por mucho esfuerzo que hubiera hecho en intentar encontrarme, no ahora cuando la herida ya había sido abierta y había curado de forma tan violenta que era imposible de sanar. Bill, como mi madre, formaba parte de mi pasado, de un pasado remoto que había intentado abandonar en el olvido y que podían irse juntos al infierno, en lo que a mí me concierne, no estaba dispuesto saltar para rescatarlos…
Kyaaaaaaa que emoción, como se pasaron estas dos semanas, estoy felíz de poder leer este asombroso capítulo. Mi geme hermosa felicitaciones, estupendo capítulo, wow ahora si fue un encuentro fuerte. Me mató Tom tomando a Dai por la cintura, demostrando que era de su propiedad, típica de macho jaja, ¿qué pensará Bill con esto? Ya me muero por saber, pero hay que esperar. Otra cosa, quedate tranquila, los exámenes estan muy bien, es algo seguro, mañana te enterarás y lo vas a confirmar vida. Me voy despidiendo, un beso enorme enorme hermanita, espero que estes muy bien. Tu geme que te ama mucho, Dai.
ResponderEliminarDos semanas si leer pero valio la pena la espera
ResponderEliminarMadre mia!!! que buen capitulo ! 0.0 tom malo ! que no quiere a su hermanito ni su papá uy me muero de ganas por ver que sigue :D muchas felicidades amandita y suerte con el resultado de tu examen se que te va a ir muy bien byebye!! :)
ResponderEliminarHallO waaaaaaa!!! otro estupendO caapii mas buueniisiiimO!!! casii llOrO!!! xqe tOm xqee ers tan malo con mi bill!!! lo jurO las lagrimas estuvierOn a puntO dee salir!! ohh Amandaa!! eres mii idOlo gracias x otro capitulo como este valio la pena esperar tantO jjeje bueno no fue muchO!!! pero aaaaah cOmO tOm xqe xqee!!! si bill t qiere muxO! aaaah llOraree sii algun diia m hicieran eso me setiria mOrir!!! waaaa!!!
ResponderEliminaren fin, liinda felicidades!!! eres excelentee!!! ya dije qe soi tu fan?? creo qe si te felicito muxO muxO!!!
vas a ver qe salistee bn en tus examenes!!!
m voi despidiendO qe hai tarea x hacer¬¬
quiidate Amanda!!!
se te qiere,!!! noz vemoz la proxima semana!!!
atte:
♥ Cяιs vσи кαulιтz♥
[criztina]
Haaaaaaaaa!!!!!!! buenisimooooooooooo!!!!me gusto me gusto me gusto, que malito Tom!!! casi me violan a mi Bill hermoso y ni una miradita le dirigio Tom.
ResponderEliminarrayos recien estoy leyendo este INCREIBLEEEEE capitulo.....gracias Amanda, otro genial capitulo muy largoo por cierto eso me encanto =)
ResponderEliminar"Jas"