domingo, 20 de febrero de 2011

FALLEN ANGEL CAPITULO 16


Y llegó el capítulo 16. Después de este largo tiempo en el que me la he pasado estudiando para los exámenes de febrero, vuelvo a poner un nuevo capítulo. Sé que estoy tardando muchísimo en subirlos, y lo siento pero casi no tengo tiempo para escribir, porque tampoco depende de mis ganas de ponerme o del tiempo, la inspiración y ciertas cositas personales me lo impedían también, pero ahora he vuelto de nuevo y realmente espero poder ponerme pronto a ello, se me han estado ocurriendo ideas buenísimas para esto asi que espero poder ponerme pronto a ello. Espero que disfruten del nuevo capítulo igual que espero poder veros de nuevo muy pronto. ^^



Capitulo 16

By Daiana

Abrí los ojos de par en par cuando escuché aquellas palabras salir de los labios de mi compañero de piso, ¿estaba quedándose conmigo? ¿acaso era otra de sus estúpidas bromas sin sentido? Porque no tenía ningún sentido. Me estaba diciendo de huir, de escapar de aquellas calles, de rehacer nuestra vida, como si pudiéramos escapar de allí, como si pudiéramos dejar atrás toda esta mierda que día a día se amontonaba cada vez más. Si todo eso no era más que una pésima broma sin gusto alguno estaba claro que iba a hacerle daño. Mucho daño. Con cosas así no se jugaba… Y aún así la idea no podía ser más deliciosa. Escapar, alejarnos de allí, comenzar una nueva vida, en otro lugar donde nadie nos conociera, donde solo seriamos un par de desconocidos entre la multitud, donde nadie nos juzgaría, donde podríamos vivir completamente en paz, sin peleas callejeras, sin miedos, sin mentiras, sin traiciones, sin rencores… La idea me pareció tan inalcanzable como las propias estrellas brillando en el cielo, algo que por mucho que extendieras el brazo con intención de aferrarlas entre tus manos, nunca podrías llegar a rozar, algo efímero, lejano, remoto… Una idea que por muchas veces que la haya pensado, por muchas veces que se me había pasado por la cabeza, no lograba entenderla, una promesa que nunca llegaría, que nunca se cumpliría, pero que en esos momentos hizo que se me dibujara una sonrisa en los labios pensando en lo maravilloso que podía ser aquello, la emoción del momento sin duda, porque no era nada lógico… Sin embargo, ¿acaso mi vida tenía algo lógica? Estaba exponiéndome día sí y día también al peligro, arriesgando mi puta vida por unos míseros euros, ¿y todo para que? Para poder sobrevivir un poco más en aquel pozo de mierda que me llegaba hasta la cintura, ¿acaso no estaría bien ser un poco egoísta y pensar que podía haber una vida mejor para mí, para nosotros dos, alejados de esta porquería, haciendo nuestra vida, sin nadie que nos conociera, que nos chantajeara por nuestro oscuro pasado, que nos juzgara solo por las apariencias? ¿Acaso no seria mejor ser egoísta por una vez en mi vida y pensar en mi, en lo que yo quería hacer, en cómo quería vivir, con quien quería vivir y dónde quería hacerlo? ¿No era tiempo ya después de todos estos años en pensar en nosotros, dejando a los nuestros tomar sus decisiones? No eran nuestras marionetas, eran nuestros colegas, nuestros compañeros de diversiones, risas, peleas, pero no eran nuestros, no éramos sus padres, no éramos quienes decidían sobre ellos, ya bastante mayorcitos eran y bastante habían vivido en esas calles para saber sobrevivir en ellas sin nosotros… Así que no había nada que pudiera impedir que nuestro sueño se hiciera realidad pero todavía me quedaba la duda de si realmente podía confiar en él en ese sentido. Había confiado en él desde que lo había conocido, desde la primera mirada que habíamos intercambiado, las primeras palabras que habíamos cruzado, me había convertido en su amiga, su confidente, su amante, su compañera, y yo lo adoraba con el alma a pesar de saber lo capullo que podía llegar a ser… y ¿cómo me había devuelto él toda esa confianza que yo había volcado en su persona? Ignorándome. Poniendo distancia entre los dos de la forma mas cruel que él jamás había podido imaginar, me había separado de él, había puesto distancia entre los dos, no de forma física pero sí había destruido la conexión que yo misma había creído que teníamos. ¡que soberana estupidez, ¿verdad?! Ya, yo también lo había pensado. Dai, recuerda las palabras que te acaba de decir. ¿El qué? ¿Qué le importo? ¿Qué realmente le importo? ¿Y quien me asegura a mí que no es otra de sus mentiras? Él nunca te mintió. No, solo me ocultó la verdad. Me ocultó cosas importantes sobre él. Quizás estés exagerando. Que te haya ocultado la existencia de su hermano gemelo no significa nada. Para él, Bill es insignificante, así que es perfectamente normal que no te haya dicho nada. No es algo que realmente importe. ¡A mí si me importa! Me importa todo lo que tenga que ver con él… Es mi mejor amigo, la persona en quien mas confío, por la que mataría sin dudar, por la que daría mi vida… Dai, Dai, Dai… ¿Cuándo te vas a dar cuenta de lo que realmente sientes por él? ¿Darme cuenta sobre que exactamente? ¡De que estás enamorada de él!

Abrí los ojos de par en par cuando aquella parte de mi cerebro había saltado de aquella manera tan segura de sí misma. Parpadeé un par de veces antes de darme cuenta de lo que significaba aquella frase. ¿Yo, enamorada de Tom? ¡Eso era imposible! Venga, por favor, el chiste era demasiado bueno, asi que me vi riéndome interiormente a carcajadas. Era realmente absurdo que un sentimiento como ese lo tuviera yo misma y menos por ese tío, que sí, que lo adoraba, que era mi mejor amigo, que compartíamos todo, casa, cocina, sofá, tele, cama, baño, duchas interminables, coche, negocios, miedos, incertidumbres, enemigos, aliados, alcohol, copas, borracheras, tiroteos, peleas, atracos, robos, besos, abrazos, dolor, heridas, cicatrices… Pero eso no significaba que yo lo amara de la forma en que una mujer ama a un hombre, no porque quisiera largarme de esta ciudad con él significaba que mi vida la iba a pasar con él, que nos íbamos a fugar, nos casaríamos, tendríamos niños y viviríamos felices por el resto de nuestras vidas. Esas palabras no tenían ningún significado especial para mí, no me emocionaba cuando lo veía, no me ponía nerviosa cuando lo sentía cerca de mí, no tenía esas mariposas en el estómago, no quería una relación seria con él, es mas, la rehuía, no esperaba un compromiso, no me sentía como una reina cuando teníamos sexo, sentía placer, no rozar las nubes… Entonces, ¿por qué mierda mi cerebro, o una parte de mi cerebro, estaba empeñado en que yo estaba enamorada de Kaulitz? La sola idea era absurda, pero no solo era mi cerebro quien seguía diciendo esas estupideces, mis propios compatriotas me lo decían cada vez que podían, sobre todo, Anne. No dejaba pasar ninguna oportunidad para decirme lo bien que quedaría que estuviéramos en serio, cosa que yo siempre le dejaba claro que no iba a ocurrir pero ella siempre insistía. Decía que lo hacía porque quería verme sonrojada, porque eso, según ella, era uno de los primeros síntomas, aún cuando yo nunca me había sonrojado por esas cosas. Que decir. No tenía pudor alguno a hablar de esos temas que muchas de las jóvenes de mi edad sentían cierto tabú. No me daba miedo decir cuantas veces me lo había follado ese día, dónde lo había hecho y qué le había hecho. Anne a veces se sorprendía de mis palabras, pero por que ella era un poco mas puritana. Llevaba con T.J. desde los 15 años, con él dio su primer beso, hizo su primera vez, y todo fue con el. No tenía ojos para nadie más. Ciertamente la relación que tenían era realmente hermosa pero no era algo que yo hubiera querido tener, al menos no con ese cabronazo de Tom, me gustaba lo que teníamos, como estaba, y no quería cambiarlo, no quería que al “formalizar” aquello perdiera todo su encanto. Además, ninguno de los dos nos sentíamos así. Estaba claro que éramos mucho mas que amigos pero menos que novios. Ya está. No había que darle más vueltas. Y a todo esto… ¿Por qué había terminado pensando en estas cosas? ¡Ah, sí! Por lo de largarnos de aquí. Alcé la mirada para encontrarme con la de él, estaba clavando sus ojos en mí, esperando ansioso una respuesta. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había formulado la frase, es decir, cuanto tiempo había pasado colgada de mis pensamientos? Porque tenía que decir algo pronto, no podía dejar aquello bailando en el aire. Tenia que darle una respuesta y rápido si no seria capaz de pensar que lo dejaba de lado y que no iba a cometer semejante locura. Locura. ¿Podía atraerme algo más que eso? Sonreí. Realmente estaba dispuesta a ello. Quería hacerlo. Con él. A pesar de todo. A pesar de todas las peleas que habíamos tenido estos días. A pesar de lo que dirían los demás al enterarse. Quería irme de allí, no soportaba estar encerrada en aquellas malditas cuatro calles de siempre, escondida entre la mugre y el moho, quería libertad, quería vivir, vivir en paz, sin malicias ni rencores, sin estar vigilando mis espaldas por miedo a ser atacada en cualquier momento. Y creo que me lo merecía, después de todo había consagrado 19, casi 20, años de mi vida a estas calles, era hora de despedirme de ellas. Lo siento por todos aquellos implicados, pero era el momento de decidir sobre mi propia vida…

- Vayámonos. Lejos. En primavera. –

Solo cuatro palabras hicieron que una sonrisa se curvara en sus labios y en los míos, mientras poco tiempo después encajaba su boca con la mía en un cálido beso, que agradecí, tomándome por la cintura, y dejando que posara mis manos alrededor de su cuello, cosa que antes nunca había hecho y no entendía por qué lo estaba haciendo… Después de todo, íbamos a hacer una nueva vida.

By Bill

Desperté cuando la luz del día se coló por entre huecos de la persiana un poco rota, haciendo que me diera cuenta de que no estaba en mi casa, en mi cama, si no que me encontraba en una cama desconocida para mí, en una habitación ajena a la mía, en una casa que no era la mía. Tardé en darme cuenta que aquello no había sido un secuestro y que realmente estaba tumbado en la cama de la que había sido la habitación de mi hermano gemelo antes de que éste se fuera a vivir por su cuenta, que estaba en casa de mi padre y que había venido aquí el día anterior por mi propio pie. Abrí los ojos, colocando los brazos cruzados detrás de la cabeza y mirando fijamente al techo, recordé todo lo ocurrido el día anterior y una sonrisa se curvó en mis labios. Había sido casi perfecto. Recordé cuando la culpa había podido conmigo y había acabado llamando a mi mejor amigo solo para sentirme un poco mejor conmigo mismo, lo cual él había conseguido, y después de eso se me había hecho más fácil dormir. Habíamos estado hablando hasta cerca de la una de la madrugada, cosa que iba a lamentar profundamente cuando mi madre viera la factura del teléfono, y que iba a tener que pagar de mi propio bolsillo pero ahora eso no me importaba, me encontraba mucho mejor después de aquello, había conseguido derrumbar mi miedo, la culpa había disminuido y había podido dormir tranquilo durante toda la noche, ni siquiera me enteré de cuándo había llegado mi padre a casa, si es que había llegado… Miré el reloj digital del teléfono móvil que había dejado cargando la batería antes de irme a dormir después de hablar con Gustav y descubrí que apenas eran las nueve de la mañana, demasiado pronto para mí tratándose de un domingo. Solía despertarme al menos a las dos de la tarde en días festivos como aquellos. Pero claro, no me había acordado que las malditas persianas estaban estropeadas y que convendría cambiarlas. Se lo mencionaría a mi padre cuando lo viera, si es que me acordaba de hacerlo. Bien, dormilón, hora de levantarse, terminar lo que habías venido a hacer y ponerte a estudiar. Sin embargo se estaba tan bien entre las mantas… Increíblemente no había pasado nada de frío a pesar de que en aquella casa no había más calefacción que en el salón, otro motivo por el que había querido dormir en el sofá… Pero tenía que hacer un sobreesfuerzo y levantarme asi que estiré los brazos y las piernas, abriendo la boca sin darme cuenta, realmente seguía teniendo sueño, y quería seguir durmiendo pero lo mejor era que me pusiera cuanto antes en las tareas, así más tiempo tendría para estudiar después, en un momento determinado giré la cabeza hacia la pared en un pensamiento inconsciente de volver a dormir un ratito más y mis ojos fueron a parar a un dato que la noche anterior había pasado por alto. Ahí, justo en el lado izquierdo de la almohada, unos centímetros más arriba del colchón había algo escrito. Me acerqué para ver de que se trataba. Una fecha. 24/07/2004. Me pregunté qué significaría. La fecha estaba grabada en la pared y había sido escrita por algo afilado, no por algo tan convencional como un lápiz o un rotulador permanente. Algo afilado como la punta de una llave o… una navaja. Mi curiosidad aumentó. Ese año Tom y yo cumpliríamos los 14 años, pero al ser el mes de julio aún quedaba un poco más de un mes para tenerlos, por lo que seguía teniendo 13. ¿Qué demonios pudo ser tan importante para él con trece años como para grabarlo en la pared de su habitación? Que rabia no poder preguntarle directamente. Porque la curiosidad realmente me estaba matando. Era parte de mí, siempre que no sabía algo me atacaba la curiosidad y no paraba hasta no saber de qué se trataba, por muy insignificante que esto fuera, por eso mis amigos nunca pudieron hacerme una fiesta de cumpleaños sorpresa o cosas así porque siempre me peleaba con ellos siempre que me enteraba de que me ocultaban algo. Entonces me di cuenta de que aunque se lo preguntara, teniendo el caso de que alguna vez él pudiera dejar el odio que me tenía a un lado y le preguntara al respecto, él nunca me lo iba a responder, quizá por que fuera algo que solo él sabía o quizá porque era algo demasiado íntimo para contarle a alguien… Demasiado íntimo… ¿Podría ser…? ¡No! ¡Imposible! Apenas era un crío, ¿cómo iba a estar haciendo esas cosas con solo trece años? ¿Nos hemos vuelto locos o que? No, eso no podía ser… Entonces, ¿qué? No encontraba otra razón para que aquella fecha estuviera ahí grabada, era algo que no conseguía encajar por mucho que mi cerebro trabajara en ello. Además, ¿qué mas daba? Era su vida, aunque me interesara por ella estaba claro que él nunca me iba a contar nada, siempre tendría que enterarme por terceros de cosas relacionadas con él. Eso me pasaba por haber estado tantos años lejos de él. ¡Pero no era mi culpa, maldita sea! Yo no había sido quien había decidido no volver a verlo, yo no había sido quien había decidido separarnos, ¿por qué mierda me odiaba tanto? No lo entendía, vale que él había llevado una vida complicada en comparación de la mía, bien acomodada, vale que él había tenido que sobrevivir en pésimas condiciones al frío, la humedad, las peleas, la pobreza, y que yo hubiera pasado los inviernos calentito en casa, pero ¡no era mi maldita culpa! Yo no había sido quien había escogido esa vida para él, ni siquiera había elegido la mía propia, tampoco era consciente de la vida que él llevaba, no sabía lo mal que lo había estado pasando, de haberlo sabido, ¿creía que me iba a quedar de brazos cruzados? ¿Creía él, por un instante, que de haber sabido mamá todo lo que él estaba pasando lo hubiera dejado en esas calles? ¿Por qué no podía dejar su maldito odio y mirar más allá de todo eso? Estaba harto de eso, de esa actitud, y juré que la próxima vez le haría frente, así me diera un puñetazo que me estampara contra la pared, me daba igual, estaba harto de tenerle miedo, estaba harto de parecer que le daba la razón, quería hacerle ver que yo no había tenido la culpa de la mierda de vida que había tenido. Iba a tratar de hacerle ver las cosas desde mi perspectiva aunque eso me costase la vida. Aún no sabía cómo pero sabía que lo iba a hacer, al menos lo intentaría. Iba a poner todo mi empeño en eso.

Después de mi desvarío momentáneo me levanté de la cama dispuesto a comenzar un nuevo día, abrí la ventana para que entrara un poco de aire fresco, tiré las manta de la cama hacia atrás, tomé mi mochila sacando de ella un pantalón de deporte, una camiseta, una chaqueta también de deporte, y demás y corrí a darme una buena ducha matutina. Se sentía terriblemente bien después de eso, relajado y fresco para empezar bien el día. ¿Acababa de parecer un anuncio de televisión? Si, definitivamente, ser una estrella era lo mío. Ahora tenía que buscar el medio. Después de la ducha, hice la cama y recogí un poco la habitación. Sinceramente aún me daba un poco de miedo estar entre esas cuatro paredes e intenté no abrir demasiados cajones o el armario. No quería encontrarme con algo que posiblemente luego me arrepintiera de haber descubierto. Aún si mi curiosidad peleaba conmigo mismo. No. Esos cajones mejor cerrados. No sabía lo que podía encontrarme ahí. Si, la verdad es que era un poco trágico, ¿qué podría encontrarme en unos simples cajones de armario? ¿Un cadáver? Era un poco patético pero aún así seguía pensando que mejor alejarse de ellos. Además de miedo me producía respeto. Había sido la habitación de Tom, allí habría guardado infinidad de secretos que solo él conocía, secretos acumulados desde que tenía siete años, hasta que se fue a vivir con Dai, a los dieciocho. Once años. Demasiado tiempo, demasiadas experiencias, demasiadas confidencias. Algo que yo, un desconocido para él, no debía profanar. Me habían educado para saber cuando podía meter las narices en un sitio y cuando no debía hacerlo. Y éste era uno de esos momentos en los que convenía quedarse apartado del sitio. Este era el lugar de Tom, no el mío. A mí tampoco me hubiera gustado que un desconocido entrase en mi cuarto y lo revolviera todo para andar buscando cosas sobre mí asi que cogí mi mochila, la cargué al hombre, salí de la habitación dejándola exactamente como estaba y cerré la puerta tras de mí.

Encontré a mi padre en la cocina preparando café. Lo agradecí, realmente necesitaba uno en esos momentos, ayudaría a despejarme y me mantendría despierto durante toda la mañana mientras terminaba con lo que había empezado y me ponía en serio con los estudios de psicología aunque tenía en presentimiento de que eso no iba a funcionar y que caería dormido usando los libros como almohada, cosa que luego iba a pasar factura a mi dolorido cuello. Empecé a pensar que de todos los vicios terrenales, el café era sin duda, mi deliciosa pérdida… Además de Dai. Atacó de nuevo mi mente. Sacudí la cabeza, alejando esos pensamientos de mi cerebro, al menos con esa intención, pero, como siempre, no funcionó.

- Creí que dormirías hasta tarde… - casi ni escuché la voz de mi propio padre, hablándome. Asimilé lo que me había dicho. ¡Necesitaba ese café urgentemente o ni siquiera iba a ser capaz de saber dónde me encontraba!
- Si, suelo hacerlo… Pero esa persiana está rota y me despertó el sol… - Solté medio adormilado, sin saber muy bien lo que estaba diciendo. Perfecto, acababa de sonar como un niño mimado y consentido. La persiana está rota, arréglala si quieres que vuelva a dormir ahí. Había sonado exactamente como eso… ¿O quizá estaba volviéndome un paranoico? Quizá era esa la respuesta más sencilla a todo…
- Oh, es cierto, lo olvidé. Tendré que arreglarla como sea. – sabía que acabaría diciendo una cosa así. Casi estuve a punto de darme un golpe en la frente diciéndome a mí mismo lo estúpido y lo mucho que me faltaba tener tacto con estas cosas…
- ¡No! – dije de pronto- No es necesario la verdad… Además tenía que levantarme temprano para hacer algunas cosas y…

Mi padre rió, y poco después dio un sorbo a su café, con la sonrisa dibujada en sus labios, haciendo que en mis propios labios se curvaba una sonrisa. Ambos bebimos en silencio durante un largo tiempo, poco después nos enfrascamos en una interesante conversación en la que mi padre, haciendo caso omiso a las cartas de mi madre sobre mi vida que él mismo había leído, fingiendo que no lo había hecho; me preguntó sobre todo lo que se había perdido esos años. Le conté las cosas me habían hecho reír, las veces que había sido feliz, nunca mencioné las lágrimas, el dolor, las extensas cartas sin destinatario, las canciones guardadas bajo llave debajo del tablón suelto de debajo de mi cama, las miles de peleas del colegio, en las que había salido herido y llorando, dejé aquellas cosas y tantas otras bajo llave en mi cabeza, él no tenía por qué saberlas, no era que no confiara en él, era simplemente que no quería que se sintiera más culpable de lo que ya se sentía, no solo por haber permitido que mi hermano se convirtiera en el monstruo que era, si no también por haber permitido que yo mismo hubiera sufrido tanto en mi niñez. Quería que él pensara que todo había sido perfecto para mí y que realmente no era un mal padre. No lo era. Él no tenía la culpa de la transformación de Tom, tampoco de la separación con mamá, había sido de mutuo acuerdo, asi que no podía culparlo de nada. Él era mi padre biológico y, aunque llevaba sin verlo tantos años, él se había interesado siempre por mí, había escrito a mamá para que le contara todo lo que me pasaba, y había intentado educar a Tom lo mejor posible. Había puesto su mayor esfuerzo aunque no hubiera dado el resultado que él esperaba, pero que no hubiera sido ese su fin no significaba que fuera mal padre…

Después de hablar largo rato, me anunció que iba a salir con sus amigos por ahí, ya que el domingo era su día libre y quería aprovecharlo. Le sonreí. No tenía que darme explicaciones de lo que iba a hacer, era ya mayorcito para hacer su vida, pero de pronto comprendí que no lo hacía de forma que pudiera pensar que me estaba pidiendo permiso para salir si no mas bien era por decírselo a alguien, esa expresión usada tan frecuentemente en los hogares, el decir: “Voy a salir un momento, vuelvo en unas horas” y al regresar simplemente decir “Ya estoy en casa”,; mi padre hacía tiempo que las había perdido. Posiblemente desde mucho antes de que Tom se mudara. Conociendo lo poco que sabía de mi hermano gemelo podía apostar que mi padre se sentía demasiado solo… Solo, vacío y decepcionado consigo mismo. ¿Cómo podía ser el cabrón de mi hermano tan insensible como para no darse cuenta de lo mal que lo estaba pasando nuestro padre? ¿Era retrasado o que? Porque otra explicación no le daba… Así que me vi sonriendo y deseándole la mejor de las diversiones. Se lo había ganado. Él intentó ayudarme a recoger la cocina poniendo las cosas del desayuno en su sitio y los vasos en el fregadero. Se dispuso también a lavarlos pero no me fié demasiado así que le dije que lo haría yo y que podía irse si quería. Él se mostró ceñudo e insistió en ayudarme pero yo era más cabezota que él, e insistía el doble así que, después de mucho persistir en aquella causa sin sentido él accedió así que cogió su chaqueta, se despidió y salió por la puerta. Increíblemente me había quedado solo… otra vez. Con el miedo que me daban a mí estas malditas calles. Seguía preguntándome cómo demonios se las había ingeniado mi padre para que nadie entrara a la casa todos esos años, e incluso me preguntaba cómo hacían mi padre y mi hermano para no tener miedo. Quiero decir, no el Tom de ahora, si no el niño que yo conocí una vez. El Tom que ahora andaba por esas calles no le tenía miedo a nada. Eso me hizo pensar. ¿Realmente podía ser mi hermano tan frío? ¿Tan insensible al sufrimiento ajeno? Quiero decir, ¿no temía que lo hirieran? ¿Qué lo mataran? ¿Era consciente de que podían joderle la vida? No entendía de dónde mierda sacaba ese valor que tenía, porque estoy seguro que si hubiera sido yo el que estuviese en su lugar me habría ido de aquí hace muchísimo tiempo, pero claro, que yo hiciera eso no significaba que todos aquí tuvieran que ser unos miedosos como lo estaba siendo yo. Intenté olvidarme de aquel pequeño detalle y concentrarme en lo que tenía que hacer, y me puse a ello. Cuanto antes me pusiera a ello, antes acabaría. Me hubiera gustado tener algún CD de música que poner en el viejo DVD, lo que me hizo recordar que si que me había traído conmigo los altavoces del iPod. Así que fui hasta el sofá donde había dejado la mochila y los saqué de ella, los puse sobre la mesa de la cocina, que ya estaba limpia y sin ningún trasto sobre ella, los conecté y la música inundó la estancia. Me gustaba hacer estas cosas con música, parecía que todo era más ameno y que casi se podía hacer todo más rápido. Al menos eso pareció pasar. En menos del tiempo que me había planteado, la cocina estaba acabada, los platos secándose, el suelo barrido y fregado, el cuarto de baño totalmente limpio, en el salón no había ningún trasto inservible que molestara… Estaba todo perfectamente listo. Supongo que la casa fuera tan pequeña y que mi padre no pasar mucho tiempo en ella influía un poco. Así que apagué la música, guardé de nuevo los altavoces y el iPod en la mochila y saqué de ella los libros y apuntes que me había traído. Miré el reloj del móvil. Casi la una de la tarde. ¿Tan rápido se había pasado el tiempo? Realmente me sentí muy extrañado. Había parecido que había sido menos… Igual dentro de poco mi estómago no me iba a dejar estudiar y tendría que preparar algo para comer. No me molestaba, pero papá tendría que traer algo porque yo mismo había vaciado el frigorífico el día anterior, sacando toda la comida que consideré en mal estado. Antes de ponerme con los libros, que dejé sobre la mesita del salón, la que se encontraba entre el sofá y la televisión y llamé a mi padre. Él me dijo que no me preocupara, que compraría algo para comer a la vuelta. Me esperancé que no se le olvidaría. Al menos confié en eso. Poco después de poner el móvil en silencio y dejarlo sobre la mesa, me senté en el sofá y abrí los libros. Empecé a leer, perfecto, hoy estaba inspirado para estudiar, se me quedaban las cosas en la cabeza con mucha mayor facilidad que en los otros días, todo lo que tenía que hacer era no pensar en la rubia de ojos claros… Mierda. Bill, acabas de hacerlo. No, no, no, no Nada de eso, esta vez no me controlaras, puto cerebro. Voy a estudiar, voy a concentrarme 100% en las páginas que tengo delante y no en los claros ojos, ni la inmaculada piel de la rubia, ¡basta! No, ¡se acabó! No quiero pensar en eso, no iba a hacerlo, no iba a volver a caer, había decidido olvidarme de ese asunto, alejarlo de mí, como si no tuviera nada que ver conmigo, y es lo que iba a hacerlo… Alejarlo todo de mí. Así que traté de ignorar los pensamientos que me relacionaban con la ru… con Daiana e intenté concentrarme al máximo con las líneas que tenía delante. No parecía demasiado difícil, así que empecé a memorizar, dándome cuenta de que esas cosas me las sabía de haber estado en clase, genial, si todo iba a ser así de fácil estaba seguro que iba a bordar los finales. Una media sonrisa de satisfacción se curvó en mis labios. Esto iba a estar tirado. Pero no debía relajarme demasiado, tenía que mantener mis notas altas hasta el final.

Cerca de una hora después, alcé la vista del libro para ver la hora en el reloj de la cocina, y vi que eran las dos de la tarde y mi estómago me pedía comida a gritos. ¡Y mi padre aún no había llegado! Miré el móvil, ninguna llamada, nada que me señalara que venía de camino. Joder, me estaba muriendo de hambre y allí no había nada que mereciera la pena comer, al menos no para matar el apetito. Me levanté del sofá y me dirigí de nuevo a la cocina, mirando por todos los sitios buscando algo que me ayudara a matar el hambre que tenía al menos hasta que llegara mi padre con algo más. Estaba buscando como loco por los cajones y armarios cuando llamaron al timbre, esperanzado de que fuera mi padre corrí a abrir, no solo no pensando que mi padre tenía llaves y que podía abrir cuando llegara si no también no pensando con quien me encontraría al otro lado de aquel trozo de madera. Mi reacción fue un tanto inaudita. No me esperaba nada ver allí, plantada, con una bolsa en la mano derecha y un periódico en la otra, a Daiana. ¿Qué hacía allí? Me pregunté, sin pararme a pensar en lo que su visita supondría para mi mente descompuesta, y ahí es cuando me di cuenta del gran problema que se me venía encima. No había pensado en mi mente partida en dos, en aquella lucha que tenía lugar en mi interior entre la razón y los sentimientos, entre el hecho de recuperar a mi hermano, su amigo, su amante, y el de amarla a ella. Bill, eres un jodido masoquista, ¿lo sabías? Sin saber muy por qué, aquellos sentimientos encontrados se vieron desplazados a un segundo lugar cuando vi aquella sonrisa dibujadas en sus delicados y suaves labios, los que tanto me moría por besar, y los que me mataba no poder hacerlo. Agité levemente la cabeza, tratando de quitar esos pensamientos de mi mente, tenía que atenderla, sin permitir que mis pensamientos me delatasen. Ella seguramente habría venido a ver a mi padre para hablarle de Tom… La verdad, seguía sin entender por qué venían sus amigos a hablarle de él a mi padre. ¿No podía él simplemente mover las piernas hasta aquí? ¡Solo había dos calles de distancia! Ni que le fueran a salir ampollas en los pies por caminar un poquito y venir a visitar a su padre de vez en cuando… No, él mandaba a sus colegas, que le salía más fácil.

- Que bien que te encuentro, Moreno, vine a hablar contigo. – me sorprendí. ¿Había dicho que había venido a buscarme? Las mariposas en mi estómago bailaron de felicidad.
- ¿A mí? – intenté disimular mi entusiasmo, enarcando una ceja. Ella asintió con la cabeza. – En ese caso, pasa. No vaya a ser que te congeles ahí fuera. – la había visto, solo llevaba una simple chaqueta, seguramente la camiseta de debajo no abrigara demasiado.

Ella sonrió y la hice pasar, cerré la puerta tras ella, casi estuve a punto de saltar de alegría sin que me viera, incluso hice algún movimiento con el brazo que indicaba mi extremada felicidad pero lo disimulé antes de que ella se diera cuenta de ello. No quería parecer un completo desesperado, asi que la invité a sentarse en el sofá, mientras yo recogía los libros que estaban por toda la mesa, algunos abiertos, otros aún por abrir. Ella clavó los ojos en ellos con cierta fascinación, y, recelosa, posó su mano sobre la tapa de uno de ellos, pasando su dedo delicadamente, como si temiera romperse, por ella. Sentí una extraña sensación, era como si ella estuviera diciéndome algo con aquel simple gesto.

- ¿Sabes? Siempre quise ir a la universidad. Quería estudiar y salir de este mundo de mierda… - dijo agachando la cabeza, clavando su mirada en el libro pero poco después, en cuanto dejó escapar esas palabras, rompió el contacto con el trozo de papel, alzó la vista con una sonrisa falsa y mal disimulada – En fin, mi mundo de fantasía y el real no han ido nunca de la mano…

No supe que decir, me puse a pensar en mi propia vida, yo mismo había decidido ir a la universidad para poder sacarme una buena carrera para en un futuro valerme por mí mismo, pero si nos poníamos a pensar no era algo que necesitase. Mi madre era una honorable doctora, teníamos bastante dinero, nos movíamos en círculos cercanos a la alta sociedad, no estábamos en ella, pero casi, realmente podía haber pasado una buena vida sin necesidad de pasar cuatro o cinco años estudiando. En cambio ahora pensaba en Dai, ella podía haberlo hecho, podía haber ido a la universidad, podía haber estudiado una buena carrera, salir de esta mierda, sabía que podía… ¿Y por qué no lo había hecho? No lo entendía del todo, ¿por no dejar a Tom atrás? ¿Había algo que la ataba a este mundo de mierda tan fuerte que no la dejaba abandonarlo? Quería saber, quería entenderlo… Quería que ella avanzara, que no se quedara estancada en un lugar al que no pertenecía, que fuera libre, que abriese las alas y echara a volar… Conmigo. Maldito pensamiento traicionero y egoísta. Pero admítelo, Bill, eso es lo que realmente quieres.

- ¿Por qué no lo hiciste? – me atreví a preguntar. No sabía si me estaba excediendo demasiado en mi intento de querer más confianza entre los dos pero mi curiosidad había alcanzado límites insospechados. Normalmente, habría investigado por mi cuenta, no preguntaría abiertamente.
- La fantasía nunca vence a la realidad.

Su voz sonó rota, quebradiza, como si sus sueños se hubieran esfumado hacía años, su voz sonó llena de sabiduría, como quien ha tenido una vida larga y llena de injusticias y luchas. Una vida que no le correspondía a una joven de 20 años. No volví a tocar ese tema, me pareció que era algo de lo que ella no quería hablar y por eso no iba a volver a sacar el tema, aquella lucha interior en la que tenían parte su cruda realidad y su mundo perfecto le correspondía solo a ella y entre nosotros no existía la confianza plena por la que se suelen contar estas cosas. Me dediqué simplemente a seguir recogiendo los libros y a guardarlos en la mochila mientras ella clavaba la mirada en un punto perdido en el horizonte, completamente inmersa en sus pensamientos. No tenía que haber preguntado nada, ahora ella estaba en esa especie de trance y yo no sabía exactamente como hacer para que volviera al mundo real, aquel en el que me había visitado sin ninguna razón aparente.

- ¿Y puedo saber por qué me buscabas? – pregunté, poniendo la mochila en el suelo y sentándome en el otro extremo del sofá. La miré a los ojos intentando no perderme en aquella mirada de ojos verdes que tanto adoraba, ella me miró a su vez, borrando esa sonrisa falsa que había tenido desde que me había contestado a mi indiscreta pregunta y dedicándome una más simple y sencilla que adoré con el alma, sobre todo por el pequeño detalle que no era fingida.
- A decir verdad a pedirte ayuda… - ahí es cuando más me sorprendí.
- ¿Ayuda? – pregunté, enarcando una ceja, totalmente sorprendido
- Ajam. Necesito trabajo. He estado mirando los anuncios en este periódico pero todos los buenos que he encontrado estén en los barrios altos por lo que necesito tu ayuda. No sé como mierda los voy a conseguir pero los necesito.

Asimilé la información. Genial, me buscaba para que la ayudara a buscar trabajo… No sabía como debía interpretar eso. Significaba que me llamaba por que era el único que conocía que vivía en los altos, o que realmente no tenía ni idea de cómo hacer que le dieran ese trabajo. Tampoco entendí qué tenía que ver yo en eso, en qué quería que la ayudara. Así que, volví a preguntar.

- Y exactamente, ¿en qué quieres que te ayude? – hice algún movimiento con las manos, pero eso eran cosas mías, siempre movía las manos cuando hablaba. Ella me miró.
- Es muy largo de contar. ¿Te parece que te invite a comer y lo hablamos?- preguntó ella a su vez mientras señalaba la bolsa que había traído consigo.

Con la idea de tenerla a ella aquí, hablándome de verdad, que no era un sueño ni un pensamiento absurdo de mi propia mente que me mostraba lo que yo tanto deseaba; me había olvidado completamente de comer pero cuando ella lo había mencionado mi estómago y mi intestino montaron la fiesta del año, ella rió con aquella melódica risa que la caracterizaba y que me enamoraba cada vez más mientras mi reacción fue la de llevar mi mano al vientre, queriendo que mis tripas dejaran la música para otro momento, insinuando que aquel no era el momento más adecuado.

- Voy a creer que ese es un sí. – bromeó ella, yo sonreí tímidamente como única respuesta aunque en realidad estaba pensando en que la tierra se abriera en ese momento y me tragara entero.

Ella abrió la bolsa y sacó algunas cajitas que dejó sobre la mesita. Las reconocí. Comida china. Ya sabía algo más de ella. Me gustaba. Prefería la pizza pero podría fingir que adoraba esa clase de comida. No, Bill, fingimientos nada que luego te acaba saliendo todo mal. Mi mente debía anotarse otro punto. Empezaba a ganarme por goleada. Tenía que ponerme las pilas pronto y ver como la tumbaba pero ahora tenía que estar con todos mis sentidos alerta. Si mirábamos la situación desde otro punto de vista, esto se podía considerar casi una cita. Ash, Bill, no pienses en eso, ella solo quiere tu ayuda nada más. No hay nada más allá de eso, pero tú siempre con tus ideas románticas y luego mira lo que te pasa, que te cuelgas de alguien y luego ¿Quién sana las heridas? No hace falta ser tan trágico, cerebro, ya había captado el mensaje.

- Comida china- simplifiqué. No sé muy bien por qué.
- Mi favorita. ¿Te gusta? Si no puedo ir a una pizzería o lo que sea…
- No, no tranquila, estoy bien. Me gusta.
- Entonces bien, esto era para Tom y para mí pero nada… Ya se buscará la vida.
- Espera, espera. ¿No será mejor que vayas y se la lleves? Podemos hablar después.
- No te preocupes, aún estará dormido. - ¿estaba segura ella de eso? Miró el reloj- Si, está dormido.

Ambos empezamos a comer en silencio, pero poco después ella empezó a relatarme su plan. Quería conseguir un trabajo en los barrios altos porque allí pagaban mejor, que necesitaba la pasta, y que, además de que yo sabía deambular por aquellas calles, con lo que quería decir que me las conocía mejor, la ayudara también a conseguir un buen atuendo para la entrevista de trabajo. La escuché sin interrumpir. No le pregunté por qué necesitaba tanto el dinero, estaba seguro de que no me lo diría y que solo me dedicaría otra de sus sonrisas juguetonas de burla, por eso me abstuve a preguntar, pero me pareció buena idea. De repente me dí cuenta lo que eso significaba: que podía volver a verla. No, no, no había algo en mí que quería saltar de felicidad, y creo que se me noto en seguida a pesar de mis intentos por disimularlo. Ella pareció no notarlo pero mi pierna empezó a moverse levemente, posé la mano encima y la obligué a dejar de temblar. Demonios, ¿qué me estaba pasando? No era nada normal, a decir verdad desde que la había conocido ya nada en mi parecía normal, aunque os contaré un secreto, sinceramente me daba igual, esa chica me gustaba, me gustaba demasiado, era verla y temblar, dejar de verla y querer volver a tenerla frente a mí. Era querer besarla, sostenerla, apoyarla, escucharla, caminar con ella, era… Todo. No se muy bien donde me dejaba eso, sobre todo teniendo en cuenta que ella me estaba buscando en plan conocidos, buscando ayuda en mí, y yo estaba terriblemente emocionado, como si fuera el fin del mundo, como si de repente todo fuera color rosa, aunque sabía que eso solo me parecía a mí y que esto no significaba nada para ella, sin embargo, para mi se había convertido en el mejor momento de mi vida. Aquel momento no me pareció tan malo ser usado por ella, porque todo era para un bien común, si ella lograba el trabajo en los altos podría ir a verla siempre que quisiera, lejos de Tom, lejos de la idea de que él pudiera aparecer en cualquier momento y me matara. Y así es como me propuse ayudarla en eso, sí, era egoísta y lo siento por eso, pero mi egoísmo nos iba a ayudar a los dos.

sábado, 18 de diciembre de 2010

FALLEN ANGEL CAPITULO 15


Lo siento, mis queridos Aliens. Siento tanto la demora de este capitulo, algunas de vosotras ya sabíais lo mal que me sentía por no poder entregar en capítulo cuando se corresponde pero de verdad el universo de la uni me hace quedarme con cero energía y casi no tengo tiempo de escribir. Se que me vais a comprender por esto pero aun así no puedo dejar de sentirme mal a causa de mi irresponsabilidad para con ustedes, voy a tratar de acoplarme mejor a mi horario y asi poder escribir los capítulos un poco más a tiempo, espero poder hacerlo, por que de verdad esta historia va a seguir adelante, no la voy a abandonar, yo misma la empecé, yo misma la acabaré. Con todo, aquí les dejo el siguiente capitulo que me ha costado tanto escribir y que espero que sea de su agrado porque de verdad ha habido algunas partes que me han costado mucho de escribir. (ya entenderán por que) XD Espero poder verlas pronto con otro episodio de esta historia, y esta vez si espero que no pase todo un mes T___T Besitos, mis amores. Disfruten leyendo ^^



Capitulo 15

By Tom

Había sentido las uñas afiladas de la rubia clavándose en mi hombro cuando mis manos habían dado un paso hacia delante y habían desabrochado el primer enganche de su sujetador, haciendo que los tirantes empezaran a resbalar por sus hombros desnudos y éste fuera descendiendo permitiéndome avanzar un poco más hasta aquel par a las que estaba acostumbrado y que tanto me gustaba saborear. Levanté la vista al sentir aquella punzada en el hombro para observarla, había echado la cabeza hacia atrás, tenía la boca entreabierta, y un débil suspiro escapaba de ella, no vi nada que me indicara que debía dejar de hacer lo que estaba haciendo, no había dicho nada, y tampoco parecía tener intención de hacerlo. ¿Por qué sentía entonces que aquel golpe había sido más fuerte que en cualquier otra ocasión anterior? ¿O solo habían sido paranoias mías? Si, estaba seguro que era eso. Así que me limité a seguir adelante, mientras que no me dijera nada estaba bien, podía continuar con aquello, alejando de mí mis estúpidas paranoias. Aquello solo formaba parte de nuestro juego y si se le había presentado clavarlas así de fuerte no tenía por qué ser por una razón en concreto, no tenía pinta de estar maquinando algo en su mente, asi que yo tampoco tenía por qué estar dándole vueltas a algo que no tenía ni pies ni cabeza. Por eso me limité a seguir adelante, arrancando con ferocidad aquel jodido pedazo de tela que no servía para nada, que solo era un maldito estorbo que me impedía avanzar hasta mi destino, lo rompí en dos pedazos y tiré los restos al suelo, sin prestarles demasiada atención, esta última la centré en lo que tenía delante, aquel par de blancos… joder, ¿por qué iba a ponerme fino ahora? ¡Un buen par de tetas! ¡Joder! Eso es lo que eran, lo que son, lo que han sido y serán, y yo, como tío que soy, fui a atacarlos, mordiendo, lamiendo, pellizcarlos, machacarlos como me diera la real gana. Porque necesitaba esto. No sé muy bien por qué pero lo hacía, ella había estado tan distante conmigo últimamente que necesitaba saber que en cierta forma volvía a tener una cierta confianza en mí. Puede que me estuviera mintiendo a mí mismo, puede que esto no fuera lo que yo quería que fuera, su muestra de confianza en mí, si no que no significara nada más que una sesión de sexo desenfrenado entre un par de “amigos” después de haber estado un tiempo separados. De todas formas no podía saber cuál de las dos respuestas era la acertada a mi pregunta. Nunca se la formularía directamente, parecería el tipo más ridículo del mundo y no lo era, no iba a dejar que nadie me viera en esa faceta mía que tanto trabajo me había costado ocultar. Ni siquiera ella, la persona que más me conocía en este mundo, aunque lo supiera, aunque supiera que pasaba por mi cabeza en esos instantes, cosa que no podía ni afirmar ni desmentir completamente, pero no pensaba decir nada. Lo mejor era seguir disimulando que todo aquello era ajeno a mí y que no me importaba en lo más mínimo. Que ironía. Todo era fingir. Aparentar. Falsificar. Hacía ya bastante tiempo que me había acostumbrado a ello pero ahora que veía las cosas con más claridad y nitidez me daba cuenta de que no había sincero con nadie, me daba cuenta de mi rabia hacia el mundo, de mi indiferencia a mis iguales. Y me había dado cuenta cuando Dai me había dado de lado, había pasado mucho tiempo pensando tumbado en aquel mugriento sofá, había pensado mil maneras diferentes de manejar aquella vida que llevaba, de darle algún sentido que no estuviera basado en mentiras y engaños. ¿Sería algo así posible? Aquellos años había aprendido en no confiar en nadie, en que nadie allí eran verdaderos amigos, que no te cubrirían las espaldas, que cualquier persona allí podía traicionarte a la primera de cambio, pero… ¿Por qué había pensado eso? ¿Por lo que yo veía o por lo que había vivido? Ash, mi cabeza iba a explotar en cualquier momento si no dejaba de formularme preguntas sin sentido ni respuesta. Joder, Tom, tú eres así porque sí, asúmelo, no hay cambios, no hay nada más allá, no hay nada más que la mierda que ves a tu alrededor. Eso me hizo cabrear, no sé muy bien cómo pero acabé enfadándome tanto conmigo mismo que la pagué con ella. Volví a someterla a mi voluntad, agarrándola del pelo, tirando de los largos mechones rubio-negros, lo que hizo que ella se quejara pero no demostré compasión ninguna, ella tampoco esperaba recibirla de mi parte. Era un jodido cabrón y lo sabía. Era un bastardo hijo de puta y lo sabía. ¿Me importaba? Puede… o puede que no. Acerqué mi boca de nuevo a la de ella, y la besé con furia, forcé a mi lengua entrar en su boca con total violencia, mientras seguía tironeando del pelo, sabía que me estaba pasando, sabía que debía parar y estaba dispuesto a hacerlo cuando ella atacó de la misma manera. Rápida como nunca antes la había visto había tomado de nuevo el control de la situación, ahora era ella quien me tenía a su merced. No sé explicar muy bien cómo, ni siquiera comprendo lo que había sucedido pero así era, ahora era ella la que tiraba de mis rastas mientras mis manos aflojaban el agarre de los suyos, quien había tomado el control del violento beso que acababa de robarle apenas unos minutos atrás…

- Las reglas han cambiado, Kaulitz

Susurró poco tiempo después al separar sus labios de los míos. ¿Qué habían cambiado? ¿Cuándo? ¿En qué momento y en que lugar? Ni de coña, no iba a ser su jodido juguete, yo no iba a ser como los perros de los bares con lo que ella había jugado… Entonces, quieres ser tú el que juegue con ella, ¿no?, el que la trate como las putas muñecas de los bares… Eres un cabrón que solo piensa en sí mismo. Tienes suerte de que ella aún siga contigo a pesar de eso. Me dijo una voz en mi mente, pero no era cierto. No lo era… ¿No lo era? ¡No! Con la rubia era todo muy diferente a como fuera con cualquiera otra puta del barrio, ella comprendía cada cosa que hacía, y… Lo comprendía, pero… ¿Estaba de acuerdo? ¿Crees que le gusta que la trates como la tratas? Abrí los ojos de par en par. Ella nunca me había mencionado nada al respecto, además siempre parecía dispuesta a continuar nuestro juego, pero… ¿Lo estaba realmente? ¿Era yo o mi mente estaba intentando hacerme sentir culpable? Creo que definitivamente estoy loco, paranoico, quizá ambas cosas pero en el fondo sabía que mi mente tenía razón. Así me vi clavando la mirada en aquel par de ojos verdes intentando ver más allá de los simples hechos. Joder, ella era la persona que más me conocía, pero… ¿Qué había de mí? ¿La conocía tanto como ella me conocía a mí o solo era una simple apariencia, una mentira más en la que vivir día tras día?

- ¿Qué? – preguntó ella al ver que todo había quedado en suspenso, al ver como la miraba sin decir nada, sin ninguna expresión en el rostro, se había quedado un poco estupefacta, no esperaba esa reacción de mí. Sonreí. Por supuesto que la conocía y esa era la mejor respuesta que mi propia experiencia me había dado a lo largo de estos años.
- Nada en absoluto. ¿Por dónde íbamos?

Entonces la alcé en peso y la tiré sobre el sofá. Escuché su carcajada al tiempo que hundía de nuevo mi boca en su cuello, mordiendo aquel pedazo de piel con toda la tranquilidad que podía, lo cual no era mucha, mientras mis manos descendían por su cintura en la búsqueda de sus pantalones, los cuales empezaban a molestarme. Quería volver a tenerla, esta vez de verdad, quería volver a verla desnuda, para mi. Era algo estúpido pero en aquellos momentos no podía decir que no me estaba comportando como tal. Aunque me daba igual. Realmente en ese mismo momento me daba igual como me estuviera comportando, era imposible que alguien de mi entorno pudiera verme en aquellos momentos de debilidad asi que era algo que pasaba a un recóndito segundo plano. De igual forma, sentía como sus manos avanzaban de igual forma hasta la cintura de mi pantalón, cómo sin necesidad de desabrochar los malditos botones se precipitaban con total experiencia hacia mi bien más preciado. Sentí sus dedos sobre él, tomándolo sin ningún pudor, ejerciendo algún tipo de dominio que no me desagradaba, gruñí sobre su cuello cuando sentí esa presión justo sobre la punta. Estaba otra vez tomando el control, tenía completamente el control de la situación y no sabía que pensar con respecto a eso. Nunca había tenido esa situación así que no sabía cómo tomarlo siempre había sido yo quien lo dominaba, quien decidía cuándo, dónde y qué hacer. No… Eso había sido lo que ella me había hecho creer, abrí los ojos de par en par cuando me di cuenta de eso. Siempre había sido ella. Siempre. ¿Dónde mierda me dejaba eso a mi? Se suponía que siempre había sido el maldito líder. No, lo habéis sido los dos juntos. Sin ella no puedes funcionar correctamente, me alertó una voz en mi cabeza, lo cual tenía mucho sentido, ¿por qué había tardado tanto en darme cuenta? Un nuevo gruñido esta vez con un tono más elevado volvió a escapar cuando mi mente quedó totalmente en blanco por causa de los movimientos ascendentes y descendentes de su mano en torno a mi amigo, completamente acompasados, rítmicos, sin descanso. Eso me provocó mucho más, consiguiendo que tirara con brusquedad de sus vaqueros hacia abajo, no conseguí quitarlos pues eso interrumpiría el contacto y eso era lo que menos quería en esos momentos, pero sí los bajé lo suficiente para permitirme un buen acceso a su entrepierna, esa cálida y húmeda zona que conseguiría hacerla enloquecer. Vi como ella arqueaba el cuerpo al sentir mi mano sobre aquella zona, vi como cerraba los ojos en un intento de controlar su propio cuerpo, cosa que ella misma sabía que en aquella situación era prácticamente imposible, y no por parecer vanidoso ni creído, era simplemente así y se le notaba aunque nunca lo dijera. Vi el placer que le brindaba aquel simple gesto y no pensaba detenerme ahora que no lo había descubierto, tanteé aquella parte sintiendo su excitación, sintiendo su palpitación, su humedad… su calidez. Avancé un paso más, tocándola de manera superficial en aquella zona de unión, esperando a que ella me gritara que continuara pero antes de que eso pasara me vi tumbado en el suelo, justo debajo del sofá, ella había maniobrado de tal forma que ambos habíamos caído al suelo quedando mi espalda contra la pesada alfombra. Alcé la cabeza para mirarla a los ojos, pero ella no me miraba, estaba sentada sobre la alfombra quitándose sus propios pantalones, la miré sorprendiéndome una vez más a mí mismo por todas sus rarezas. Estaba claro que ella no esperaba que esto fuera un magnífico cuento de hadas, el que algún día le habría contado su madre en su niñez y que nunca había creído, tenía los pies en tierra, las cosas no eran tan perfectas, magníficas y bonitas como las pintaban en los cuentos. No existían los príncipes azules y las princesas en apuros solo eran jodidas brujas disfrazadas.

- ¿Qué? – preguntó ella al ver que la estaba mirando desde hacía rato.

Negué con la cabeza, al tiempo que me alzaba quedando sentado a su lado, besando de nuevo sus enrojecidos labios a lo que ella continuó el juego, sus manos se desplazaban hacia mis propios pantalones, lo estaba viendo, iba a terminar con lo que había empezado. Quitar el trozo de tela no había sido tan difícil, puesto que prácticamente ya los tenía por las rodillas, me había dado cuenta que me los había desabrochado con anterioridad y al caer al suelo éstos habían quedado por las rodillas; y puesto que no llevaba ropa interior – me molestaba de veras – ambos estábamos en las mismas condiciones ahora. No sabía donde había ido a parar toda mi ropa pero no me importó, eso quedó fuera del alcance de mi mente. En aquellos momentos solo sentía los labios de ella sobre los míos, nuestras lenguas unidas, sus manos en mi, ella sobre mí… Sentí como de nuevo ella me tumbaba sobre la alfombra, agradecí que ésta estuviera ahí pues el suelo estaba realmente frío por las bajas temperaturas propias del invierno, y sentí su peso sobre mis piernas a unos centímetros más abajo de mi abultada entrepierna, que era exactamente donde la quería tener ahora, justo encima de esa zona moviendo suavemente la cadera. Pero no, algo se tramaba, podía verlo en su mirada. Vi como se curvaba hacia delante clavando su mirada en mis ojos, nunca dejó de mirarme en ningún momento, incluso cuando su lengua se posó sobre la punta de mi erección haciendo que yo me volviera totalmente loco. Sabía cómo hacer esto, sabía como debía hacerlo, donde tocar, cómo jugar… La muy jodida era buena de cojones. Y siempre clavando su verde mirada en mis ojos, nunca dejó de mirarme. Y eso me calentó mucho más. Vi como su boca se acercaba a aquella zona tan preciada para mi, sentí su lengua recorrerla entera, desde la base hasta la punta, con algún movimiento juguetón de la misma, mientras sus manos se encargaban de mis pelotas. Sé que suena asquerosamente sucio pero a mi me estaba poniendo enfermo, tan enfermo que me moría por saber cuál iba a ser su siguiente acción. No había sido la primera vez que me hacía una de estas pero… había pasado mucho desde la última vez, ahora sabía cuan deseosa estaba ella también de esta sesión que estábamos teniendo. Quería jugar conmigo en el sentido más estricto de la palabra, éste había sido nuestro juego, siempre, desde que nos habíamos iniciado en esta aventura del sexo. Y ahora venía la mejor parte, la que realmente me hizo gritar, la que cualquier hombre habría estado esperando desde que había empezado a jugar: cuando empezó a metérsela a la boca. Oh, Dios, si… Aquello era el jodido cielo y yo solo esperaba más y más de eso, quería ver como se la tragaba entera, ¡¿qué?! No me miréis así, no me juzguéis como lo estáis haciendo, ¡soy un tío y me encanta que me hagan esto! ¡y que me lo hagan bien! ¿Qué si tengo miedo de que la sádica rubia me mordiera justo en el momento cumbre? ¡La rubia no podía ser tan cabrona! Al menos, eso pensaba. No, no, no. No podía hacerme eso… ¿verdad? Ella levantó la cabeza poco después, enarcando una ceja.

- - ¿Te vas a relajar? Estás demasiado tenso… - ella pareció adivinar mi cara de miedo – No te voy a morder. – rió a carcajadas. Mi respuesta fue la de fruncir el ceño. – De verdad… - juntó los dedos de su mano en sentido de promesa. La creí. No sé muy bien por qué pero lo hice. Confiaba en ella, plena y absolutamente…

Solo unos segundos más tarde volvía a tener su boca enterrada entre mis piernas. La observé expectante, sin saber bien por qué me había quedado mirándola, hasta que un nuevo movimiento suyo me volvió a la realidad, sin ni siquiera darme cuenta había enredado mis dedos en su larga melena, echado la cabeza hacía atrás y dejando escapar algún que otro maldito gemido. Deseaba que continuara, que ni se le ocurriera acabar, se sentía como el jodido cielo, y no quería que la fantasía se esfumara tan pronto, quería disfrutar del momento. Y exactamente eso era lo que estaba haciendo. Sentía la humedad de su lengua sobre mi gran amigo, a éste entrando y saliendo de su boca a un frenético compás que se aceleraba con forme los movimientos de ella se hacían más y más rápidos. Casi sentí mi propia vista nublarse, estaba a punto de explotar, grité su nombre y aferré entre mis manos algunos mechones de su larga melena bicolor. No, joder, sabía lo que iba a ocurrir dentro de muy poco tiempo y me negaba en redondo a que eso sucediera. Joder, joder, joder, no te corras aún, cabrón, aguanta. Me descubrí pensando pero mi mente poco podía hacer en mi cuerpo, ésta ya no mandaba, y si la rubia continuaba haciendo eso no iba a pasar mucho tiempo hasta que me fuera en su boca. Sabía que eso no le hacía ninguna gracia así que la llamé. El tono de mi voz fue suficiente para hacerle entender el por qué de mi llamada, por lo que ella alzó la cabeza de nuevo separándose del valioso mástil y escupió sobre la alfombra. Poco después clavó su mirada en mi, sonriendo burlona. Llevó su mano de nuevo hacia donde había estado su boca segundos antes acariciando sin ningún pudor, sin la más mínima vergüenza la punta de mi erección, me miró a los ojos, manteniendo su suave caricia y aquella sonrisa irónica que tanto la caracterizaba. Se inclinó sobre mi, sentada como estaba a horcajadas en mis piernas, se acercó a mi oído y susurró las palabras que hicieron que me encabritara de la forma más violenta que jamás había conseguido.

- Oh no, cariño, - hizo especial énfasis en el última palabra. – Aún no has terminado conmigo.

Y tenía toda la razón del mundo. Tan rápido como asimilé las palabras que acababa de citarme al oído la tomé con fuerza de la cintura y la moví hasta la zona donde quería tenerla, aún sin entrar en ella, pero haciendo que las dos zonas se tocaran íntimamente. Al mismo tiempo la besé en los labios con rabia, y mis manos se desplazaban a toda velocidad por todos los rincones de su esbelto cuerpo. Volví a notar la humedad de su sexo, no faltaba mucho para que la tuviera suplicándome que la tomara de una vez, pero quería continuar el juego, sabía que podía estar todavía más necesitada. Realmente curiosa esa palabra. Cuantos significados podía llegar a tener… Sonreí para mis adentros cuando noté que ella empezaba a mover la cadera en la búsqueda de la postura perfecta para dar un paso más allá en el juego, sin embargo, la bloqueé, antes que ella misma continuara adelante, fui yo quien, con ayuda de mis dedos conseguí hacerla enloquecer de nuevo. Lo dicho, el juego no debía acabar tan pronto, aún quedaba mucho por hacer. Noté su aliento sobre mi cuello ante los movimientos de mis dedos en su interior, estaba prácticamente enloquecida y eso era lo que había estado buscando desde un principio, no faltaba mucho para que yo mismo perdiera la cabeza, pero antes quería escucharla, quería oírla pedir lo que tanto deseaba, lo que ella tanto necesitaba… Y lo conseguí, como todo lo que me proponía, pronunció mi nombre entre susurros y lastimeros gemidos de placer, haciendo que una sonrisa se curvara de nuevo en mis labios. La estaba teniendo donde la quería, había vuelto a recuperar el poder que había perdido, ahora era ella de nuevo la que se había quedado sometida a mi voluntad, y tanto ella como yo lo sabíamos, ahora quien tomaba las decisiones era yo, quien decidía cuándo avanzar, quién decidía cómo hacerlo. Adoraba esa parte. Lo que estaba disfrutando…

- Dilo – dejé escapar aquella simple palabra, que quedó bailando en el aire al tiempo que ella me miraba a los ojos y se daba cuenta de lo que realmente planeaba. Esperé la reacción de la orgullosa Daiana que estaba seguro de que me iba a mandar a la mierda en cualquier instante.
- Jamás. - ¿tenía razón o no la tenía? Orgullosa como era no era de esperar que me contestara con algo como eso, pero aquí no se acababa todo, aún podía haber una oportunidad. Rocé su centro con la punta de mi polla.
- ¿Estás segura? – amenacé.

En sus manos estaba que yo avanzara o retrocediera, solo necesitaba una simple palabra, entonada con aquel timbre suplicante con el que había dicho mi nombre apenas unos segundos antes. La reacción de ella ante el mísero roce lo decía todo, quería que avanzara, que la tomara de una vez por todas, pero esto nunca había funcionado así. Ella había jugado conmigo, ahora era mi turno de jugar con ella. Y mi jugada consistía en hacer que perdiera su orgullo por unos momentos y me pidiera lo que tanto deseaba, aunque yo ya supiera el estado en el que ella se encontraba, lo cual solo significa que era un jodido cabrón. Pero eso no era nada nuevo. Esperé un poco más, presionando su sexo con el mío, hurgando continuamente en su interior mientras volvía a hundir mis dientes en su cuello, la rubia arqueó de nuevo el cuerpo al tiempo que de su boca escapaban casi sin descanso intensos gemidos de placer. No iba a faltar mucho hasta que perdiera totalmente su orgullo, cosa que había sido mi intención desde el más retorcido principio.

- Deja de ser tan cabrón, joder… - la escuché decir antes de un nuevo suspiro.
- Y tú deja de ser tan orgullosa. – ataqué.
- ¿Y qué mierda quieres que diga?¿Algo como: “Por favor… Te necesito… Hazlo ya”? – ironizó ella entre gemidos. Bingo. No había sido una maldita pregunta, lo había dicho porque lo era lo que pensaba, pero era demasiado arrogante como para dejar atrás su orgullo y complacerme solo una vez. En fin, podía conformarme con eso, de todas formas yo mismo estaba ya a punto de perder el control sobre mí mismo.
- Exactamente eso. – sonreí atacándola seriamente.

Tan rápido como fui capaz me tumbé en el suelo arrastrándola a ella conmigo y me giré de tal forma que pudiera ser yo el que estuviera sobre ella. La rubia me miró desde el suelo, y aquella expresión en su rostro me dejó completamente anonadado. Los ojos abiertos de par en par, los labios entreabiertos enrojecidos a causa de mis mordidas y de las suyas propias al estremecerse, tenía el cuerpo arqueado hacia un lado, no estaba completamente tumbada sobre le alfombra, se mantenía alerta a cualquier próximo movimiento mío. Casi parecía una niña en sus primeras experiencias pero no podía dejarme guiar por las apariencias, estaba claro que si yo me descuidaba demasiado ella volvería a tomar el control y sería quien me tumbara en el suelo de nuevo y haría ella el resto del trabajo. Cosa que esta vez no iba a permitir. Así que me adelanté a cualquier movimiento suyo y me coloqué entre sus piernas, al tiempo que ella misma las abría sin ningún pudor, era lo que quería y lo estaba dejando demasiado claro, al mismo tiempo que alzaba las cadera, sujeté su pierna izquierda y mordí el interior del muslo, esperando la reacción acertada antes de continuar, desplacé mi boca de forma que quedara en la zona correcta, ella me miró, “¿por qué mierda no lo haces de una puta vez, por qué me sigues torturando de esa manera?” pareció preguntarme con la mirada, eso me hizo sonreír, una sonrisa maliciosa se curvo en mis labios antes de aproximar estos hacia aquella zona que palpitaba ante la necesidad, saboreando el dulce sabor, y deleitándome los oídos con los estrambóticos gritos de la rubia. La cabrona iba a tener una buena corrida en cero coma segundos si seguía perturbándola de aquella manera en que lo estaba haciendo así que pensé que aquel era el mejor momento para terminar con esto, así que dejé de comportarme como el capullo que estaba siendo y me dispuse a ello, vi la expresión en su rostro ante mi movimiento, fue un momento en el que su cara cambio completamente. “Hazlo de una maldita vez, Kaulitz” Estaba seguro de que iba a decir esas palabras en cualquier momento así que me adelanté a ello y lo hice de golpe, de una sola vez, sin más dilaciones ni miramientos. El grito que escapó de sus labios ante el simple gesto inundó la estancia y eso casi me hizo perder totalmente el control. ¿Casi? Lo perdí absolutamente todo, aceleré el ritmo todo lo que fui capaz, me hundí en ella, una y otra vez, acelerando el compás, escuchando nuestras respiraciones acompasadas, sintiendo la fricción de nuestros cuerpos, la unión entre los dos, los jadeos de ambos que se cruzaban en el aire, sus manos puestas en mi, las mías propias aferradas a sus caderas, sus uñas clavándose en la piel de mi espalda, aferrando las rastas entre sus dedos, echando la cabeza hacia atrás, dejando escapar constantes gemidos, cosa que hacia que me volviera todavía aún más loco y aceleraba mi ritmo aún más si cabía. La escuché susurrar mi nombre un par de veces pero no tengo casi constancia de ello, mi cabeza daba vueltas, estaba a punto de correrme, intenté pensar en cualquier cosa que pudiera evitar eso, no quería que llegara tan pronto, quería que ella acabara antes que yo, no la iba a dejar a medias, nunca lo había hecho, así que no iba a empezar a hacerlo ahora. Dios… Me iba, me iba, me iba… Joder, Tom piensa en otras cosas, piensa en… ¡sillas! ¿Sillas? ¿Por qué se me ha ocurrido esa estupidez? Eh, pero funcionaba… No, no era por eso, era porque en mi concentración había disminuido el ritmo. ¡eso es! ¿Por qué no se me había ocurrido antes? Eso era más efectivo que andar pensando en… ¿por qué mierda se me había tenido que ocurrir la idea de las sillas? Era absurda. Así que, descubierto mi hallazgo, lo puse en práctica, aumentaba el ritmo, lo disminuía, lo aceleraba de nuevo, lo volvía a reducir. Estaba funcionando de las mil maravillas, estábamos aguantando los dos hasta el final, pasando el tiempo más placentero desde hacía semanas, ¿semanas? No había pasado tanto tiempo aunque a mi me lo hubiera parecido. Dormir solo en aquel mohoso sofá y sentir la frialdad de ella durante tantos días habían hecho de todos esos días un jodido infierno. El grito que escapo de sus labios indicándome que ella había alcanzado el clímax hizo que yo mismo me reuniera con ella, corriéndome dentro de ella, dejando escapar el último grito que resonó en las cuatro paredes.

Me desplomé sobre ella, tendiéndome literalmente sobre ella, estaba tan jodidamente cansado que ya ni podía moverme, necesitaba un par de minutos para reponerme, ella ni siquiera protestó cuando acomodé la cabeza justo sobre su pecho. Ninguno dijo nada, tampoco lo esperaba, ambos éramos personas de pocas palabras, y que tuviéramos una larga conversación era un hecho bastante extraño en nuestro día a día. El silencio era la comodidad más presente entre nosotros, y eso no iba a ser menos ahora, simplemente se escuchaban las agitadas respiraciones que poco a poco iban volviendo a la normalidad. Vi sus brazos tendidos sobre la alfombra, y eso me causó gracia, sobre todo porque era un hecho que demostraba la diferencia que las separaba de las demás chicas comunes. Cualquiera de las demás habría aprovechado mi momento de debilidad y habría girado los brazos en torno a mí, sin embargo, ella solo esperaba que me quitara de encima cuanto antes. Tras unos minutos de largo y hermoso silencio en el que la fuerza regresaba a mi, me levanté, sentándome en la alfombra, cogiendo el paquete de tabaco que había sobre la mesa de enfrente, tomando un cigarro, llevándolo a los labios, encendiéndolo, dándole una calada y expulsando después el humo. La rubia, a mi lado, hizo prácticamente lo mismo. Pensé en lo diferente en que se veía en cuanto a las demás, las veces que había estado con otras tipas que luego me buscaban, queriendo alguna promesa de mi parte, cosa que nunca obtenían, también en la forma en que ella se mantenía desnuda, sin taparse, sin buscar nada para taparse, cosa que todas las demás hacían. Me descubrí riendo a carcajadas ante eso, y poco después la mirada verde de ella clavada en mí.

- ¿Qué es tan gracioso? – preguntó ante mi momento de locura personal.
- Tú. – contesté sin más.
- ¿Yo? – volvió a preguntar ella, sorprendida por mi respuesta. Asentí con la cabeza al tiempo que daba otra calada al cigarro. - ¿Ahora soy una payasa de circo? – matizó ella pretendiendo ser graciosa.
- No, simplemente eres Daiana.
- Genial, eso lo resume todo… - ironizó ante la respuesta, a lo que volví a reirme. Si ella tan solo supiera a lo que me refería…

Poco tiempo después fue ella la que me acompaño con su risa, no sé muy bien por qué pero a la larga hasta le había parecido gracioso, aunque tal vez fuera producto de sus momentos de locura espontánea. Aún así no hice ningún comentario al respecto y ambos continuemos riendo hasta que nos descubrimos demasiado cerca el uno del otro, no era que no nos gustara estar en contacto directo, simplemente era algo que estos días había desaparecido por completo y que volviera de golpe era un hecho que nos había dejado sorprendidos. ¿Significaba eso que la confianza había vuelto? Me pregunté, observando como ella clavaba sus ojos en los míos. No sé el tiempo que pasamos mirándonos a los ojos el uno al otro, sin decir ni una sola palabra, simplemente mirándonos a los ojos mas porque ninguno de los dos sabíamos que decir exactamente. Y de pronto una sonrisa se dibujó en sus labios expresando lo que jamás ninguna palabra pudiera llegar a definir mejor. Las dudas se despejaron de mi mente cuando ocurrió y quedaron completamente abatidas cuando posó su cabeza sobre mi hombro con la misma sonrisa que no había desaparecido, no sin antes extender la mano hacia el sofá, agarrar la manta que reposaba sobre el asiento y que yo mismo había estado utilizando todas y cada una de aquellas malditas noches pasadas en él, y echarla por encima de nosotros dos. Comprendí por aquel simple gesto que todo iba a ir mejor ahora, que la confianza que creía perdida había vuelto entre los dos, aún sigo sin saber cómo ni por qué pero ahí estaba, firme, inquebrantable. Por muchas cosas que pasaran entre nosotros aquella parte nunca se derrumbaba, podía resquebrajarse pero no se caía del todo, siempre acababa sanando. Nos había pasado mucho en estos últimos años, siempre teníamos continuas peleas en las que nos decíamos de todo, en las que nos hacíamos daño mutuamente pero siempre volvíamos a ser lo que éramos, sea cual fuera la definición de la relación que manteníamos, y agradecía profundamente que aquello no se destruyera, por que si, podía ser un completo cabrón con todo el mundo, y ella sin ninguna duda podía serlo también, pero a la larga lo único que me quedaba al final del día era a ella, no como una tía que me calentaba la cama, si no como una confidente, una amiga. Una amiga de verdad. Maldita sea, ¿por qué sería tan jodidamente subnormal? ¿Por qué mierda no me había dado cuenta antes de todo esto? ¿Por qué demonios había estado tan ciego? Ella era la única en la que podía confiar, la que había estado conmigo siempre, en todo momento, en las buenas, en las malas, siendo éstas últimas las más frecuentes, cuando estaba herido, sangrando, cuando peleaba, la que se apuntaba a estar a mi lado en todo robo, en todo atraco, en cada paliza, en cada negocio, ella había confiado en mí, me había contado todo lo que le había hecho su padre al enterarse este de que nos habíamos acostado, y yo… ¿Qué había hecho yo? ¿callarme todo lo importante que se suponía que debía contarle a ella, la única persona en este mundo que apostaba un poco por mí? Tom, eres un jodido gilipollas. Bonita conclusión. Redundante. Resumida. Un completo, jodido imbécil. Estúpido. Gilipollas. Idiota Y todos los sinónimos equivalentes. ¿Y qué se supone que debía decir ahora? Odiaba esta situación, sabía que tenía que decirle algo relacionado con lo que acababa de darme cuenta sobre todo por que no quería volver a caer en el puto abismo en el que nos habíamos encontrado todos estos días – cosa que estaba claro que había sido totalmente mi culpa – pero no sabía qué debía decir con exactitud. Me descubrí dirigiendo la mirada de nuevo hacia ella para ver que ella miraba a la tele, apagada, con la mirada perdida, apoyada en mi hombro, mientras fumaba tranquila, dejando que el humo entrara y abandonara sus pulmones, conocía esa expresión, estaba pensando, ¿en qué? Eso era un completo misterio para mi, una cosa era que la conociera y otra que tuviera la capacidad de leer su mente, cosa que obviamente no tenía. Poco después de que me quedara mirando la expresión divertida de su rostro al quedarse colgada de aquella forma de sus pensamientos, ella volvió la cabeza hacía mi y volvió a la realidad de golpe, como si hubiera estado a años luz de distancia de allí.

- ¿Sumergida en tu mundo perfecto? – pregunté sin saber muy bien por qué.
- No existen los mundos perfectos. No seas ridículo. – contestó ella a su vez, dando una larga calada a su cigarrillo. Hice lo mismo, encogiéndome de hombros.
- Puede… o puede que te equivoques. – ella me miró a los ojos en un movimiento más rápido incluso que la velocidad a la que viaja la luz.
- ¿Quién eres tú y qué has hecho con Tom? – reí al escuchar eso. En realidad entendía su sorpresa, siempre había mantenido que la mierda que había en estas calles me perseguiría hasta el fin de mis días, sin embargo, últimamente me albergaba una idea que no podía ignorar, la idea de largarme de allí, de poder crear una vida de nuevo, empezar de cero, alejado de aquellas malditas calles.
- Soy yo, idiota, ¿quien si no iba a ser tan jodidamente guapo? No lo digas. – advertí antes de que de sus labios pudiera escapar algo parecido a “Bill” No pensaba tolerarle eso.
- No he dicho nada. Cállate, paranoico. - ¿acababa de decirme que me callara? Pero será… En fin, si, Daiana, simplemente Daiana. – Con respecto a lo de antes… ¿Qué quieres decir exactamente, Tom? No te entiendo, no logro hacerlo, ¿cambiaste de parecer así como asi? Has cambiado, Tom, lo has hecho y demasiado. Antes eras cruel, frío, no te importaba una mierda nada. Y ahora… No sé si es mi propia paranoia o si realmente es asi pero parece que… es como si yo te…
- ¿Cómo si me importaras? – la ayudé, ella asintió con la cabeza- Es exactamente eso, Dai. Siempre me has importado, el problema es que nunca lo he demostrado. –

La reacción de ella me la había esperado, sobre todo por que la había buscado, por mi estupidez insólita. Se había separado de mí y había empezado a darme puñetazos en el hombro, puñetazos que dolían seriamente, hay que entender que la cabrona sabía luchar, había estado practicando con el saco de boxeo durante días para recuperar la fuerza que había perdido los días en los que la herida en el brazo se cicatrizaba; no era la típica niña que golpeaba sin fuerza alguna, cuando la rubia pegaba, pegaba de verdad.

- Eres… Eres… ¡eres un jodido bastardo, Tom Kaulitz! Todos estos malditos años pensando que estaba siendo ridícula, soportando el hecho de que todo el mundo no parara de decirme que estaba perdiendo el tiempo, que no podías sentir el aprecio por nadie, que mis esfuerzos estaban siendo en vano, pero yo te quería, te quería y continuaba mi esfuerzo por ganarme un hueco en tu vida, por ser alguien que tomaras en cuenta. Y si te preguntas por qué, eres un jodido estúpido, por que eras mi amigo, yo te consideraba como tal, desde siempre, desde nuestro primer encuentro, te admiraba, quería formar parte en tu vida, e hice todo lo que estaba en mi mano para que confiaras en mí y nunca me eché atrás; y tú, bastardo egoísta, nunca me dijiste nada, por tu puto orgullo, por tu jodida estupidez. Eres un egoísta, Tom, eres lo peor que me ha podido ocurrir y aun así… Aun así…

Calló de pronto, dejando que el último golpe fuera solo un simple roce, dejando caer la mano sobre mi hombro, que resbaló y golpeó el suelo con suavidad, acompañado de su silencio, lo que hizo que volviera mi cabeza para verla con la mirada clavada en el suelo, con la manta por encima de los hombros resbalando por la piel desnuda sin que ella hiciera nada para remediarlo. Supe qué era lo que continuaba la frase, la respuesta se abrió paso en mi mente con claridad. Me levanté a toda prisa del suelo, quedando arrodillado en frente de ella, alcé las manos con torpeza para tomar su rostro entre ellas, aunque la verdad no sabía por qué estaba haciendo eso, me sentí ridículo, pero eso era lo que se solía hacer en las películas ¿no? Luego ella iba a levantar la cabeza y estaría llorando, entonces yo tendría que… Pero, ¿qué demonios estaba pensando? Esto no era una jodida película, esta era la realidad, en la que ella no era una actriz pagada y yo menos era un buen actor de Hollywood. Sin embargo, algo de drama si se palpaba en el ambiente…

- Y aún así, me sigues queriendo… - finalicé la frase por ella, sin saber muy bien por qué lo hacía. Ella levantó la cabeza y vi que, en efecto, no me equivocaba, ella no estaba llorando, estaba roja de rabia, y eso iba a traer consecuencias
- ¡Cállate, Kaulitz! – me gritó al tiempo que me empujaba con toda la fuerza que le permitían sus brazos, me apartaba de ella. – ¡No sabes nada! ¡No tienes idea de nada! ¡No hables! ¡No quiero escucharte! – entendía su enfado, claro que lo entendía pero no estaba dispuesto a dejar que me gritara de esa manera.
- Pues me vas a escuchar, quieras o no. Joder, lo siento, ¿vale? Siento todo esto…
- ¿Lo sientes? ¡¿Lo sientes?! ¿Crees que con un maldito “lo siento” lo puedes solucionar todo? ¡¿Estas tonto?!
- ¡Deja de gritarme, maldita sea! Estoy aquí al lado. – me estaba poniendo de los nervios, lo estaba consiguiendo y eso podía traer sus consecuencias.

Ella no dijo ni una palabra más, simplemente se levantó, se colocó bien la manta sobre los hombros y sin dirigirme ni una sola palabra más se dio la vuelta, rodeó el sofá y comenzó a andar hacia la habitación donde sabía que se encerraría y no me abriría la puerta por muchos golpes que yo diera sobre la madera, y esto estaba claro que no iba a dejar que acabara así, me negaba rotundamente a que esto quedara así, con ella dolida y yo enfadado, sin decir lo que el orgullo nos impedía a ambos, así que sin pensarlo si quiera, corrí tras ella, lo que antes no hubiera hecho ni aún estando borracho. Ella tenía razón, yo había cambiado e iba a demostrarle cuan profundo había sido ese cambio. La atrapé justo cuando ella abría la puerta del dormitorio y lo hice de tal forma que la manta resbaló por sus hombros haciendo que los dos quedáramos igual: sin nada de ropa, lo cual podría haber avergonzado a cualquiera pero la verdad que a nosotros nos daba igual, por lo menos en lo que se refiere a mí. La rodee con los brazos, impidiendo que avanzara, impidiendo que se girara y me diera una buena bofetada. Supe que esa iba a ser su reacción si le dejaba el suficiente espacio para que lo llevara a cabo, por lo que tenía que controlarla. Y una vez inmovilizada, las palabras surgieron solas de mis labios:

- Ya sé que lo he estado haciendo mal todo este tiempo y sé que, en el fondo, tú sabías todo esto. Nunca se me han dado bien las palabras y hoy no va a ser menos. Sabes que no soy de decir nada, pero eso no impide que no te haya tenido aprecio desde que nos conocimos. Gracias a ti pude sobrevivir a esto, con siete años, cuando todo el mundo estaba en mi contra por venir de los barrios altos, calzar zapatillas caras y ropa de marca, solo tu me tendiste la mano. ¿Cómo iba a pasar por alto todo eso? Sé que puedo ser muy capullo, pero, ¿por qué pensaste que lo sería contigo?.... Esto es cada vez más difícil… Pero, en fin, siento si alguna vez te hice daño, no era mi intención, de verdad que no, y…. Mierda, te juro que odio esto porque no se que decir…

El silencio se hizo de nuevo entre los dos. No supe como interpretarlo. Por lo menos hasta que sentí que el cuerpo tenso de ella hasta el momento se relajaba, abría los puños dejando las manos abiertas a ambos lados de su cuerpo, bajando la mirada, pensando en qué decirme. Por mi parte, aflojé el abrazo, sabía que ahora no me pegaría, igual puede que después de un rato, pero no ahora.

- Ahora mismo no sabes cuanto te odio… - dijo ella, lentamente, pausadamente. La comprendía. – Pero te entiendo. Siempre lo he hecho. En cierta parte. Siempre entendí tu frialdad para con los demás pero nunca entendí por qué yo también estaba incluida en los demás. Aun no lo logro entender del todo pero… Quiero hacerlo. Eso no demuestra nada, pero estoy dispuesta a intentarlo, a intentar comprenderte, Tom Kaulitz, aunque sea lo último que haga en esta vida. –

Fue volviéndose hacia mí conforme pronunciaba las palabras hasta que, al mencionar la última frase quedó mirándome a los ojos. Mi respuesta fue mucho más sencilla, sin saber por qué acabé agachando la cabeza, alzándola a ella y atrapando sus labios con los míos en un simple beso. No sabía por qué lo hacía, ella tampoco pareció entenderlo pero aun así me lo devolvió, observé como cerraba los ojos y se dejaba llevar por el sencillo beso, cosa que hice yo mismo poco después. No pensaba que algo tan trivial te hiciera sentir tan bien. Tiempo después, cuando deshicimos ese contacto, me miró a los ojos, sin decir nada, solo una simple mirada y yo dije lo que había estado pensando desde hacía mucho tiempo. No esperaba ninguna contestación inmediata pero necesitaba decirlo. Cualquier cosa estaría bien.

- Vayámonos. Lejos. Lejos de Hamburgo. Lejos incluso de Alemania. Reuniré el dinero este invierno y nos iremos en verano. Para no regresar.

lunes, 8 de noviembre de 2010

FALLEN ANGEL CAPITULO 14


Hello, Aliens! En primer lugar, lo siento, siento muchísimo el retraso del capítulo. Como les comunicaron las chicas a través de Facebook, acabo de comenzar las clases en la universidad, estoy full de tarea, me tocó el horario de tarde y casi no tengo tiempo para escribir. Intento escribir algo todos los días pero no me alcanza para acabar el capítulo, espero poder ponerme al día pronto y tener los capítulos listos para el día señalado. En segundo lugar, gracias por su enorme paciencia! Sin ustedes esto no sería posible y mi ineptitud ha sido perdonada… Gracias! Y ahora, por último, aquí el capítulo 14 de Fallen Angel, espero que sea de su agrado! ;)











Capítulo 14

By Bill

Hacía un par de horas que había visto como aquella chica rubia que había conseguido hacerme suspirar como nunca antes lo había hecho desparecer calle abajo en dirección a su propia casa, aquel piso que ahora sabía que era suyo por “herencia” de sus padres y al que Tom se había acoplado. Habíamos pasado toda la tarde charlando, sin saber cómo, habíamos entablado una conversión fluida llena de risas y anécdotas, como si fuéramos viejos amigos que se volvían a encontrar después de una larga temporada. No me importó sin embargo. Disfruté de su compañía cada segundo que permaneció sentada a mi lado, viéndola reír, charlar conmigo, infinitas habían sido las veces que me había quedado totalmente perdido en su mirada, en aquellos ojos verdes tan profundos que parecían haber vivido muchas experiencias, completamente absorto en su delicado y hermoso rostro, deseando que se detuviera el tiempo, que las horas se congelase, deseando que ella no se fuera nunca. Parezco un loco paranoico estúpido y enamorado pero me daba igual. Es lo que había deseado y no me importa admitirlo. Tenía que reconocer que esa chica me tenía totalmente enganchado, casi parecía perder la consciencia sobre mí mismo y eso no era nada normal en mí. Siempre me había mantenido firme y algo frío en lo que se corresponde a estos temas. La única chica con la que había estado si, me gustaba, pero no me volvía loco como lo hacía la que acababa de conocer, la que se hacía paso entre mis pensamientos para llegar hasta la única parte de mí que me había jurado mantener a salvo: mi corazón. ¿Cómo lo estaba haciendo?¿Cómo lo conseguía? No tenía respuesta para ninguna de estas dos preguntas, tampoco me importaba demasiado. Me sorprendí ante esto. No era normal en mí, siempre me había mantenido receloso en estos temas. No quería que me hicieran daño, pensamiento que puede que sacara de las muchas películas norteamericanas que había visto o simplemente observando la propia experiencia de mi madre con los hombres. Sin embargo ahora permanecía completamente a su merced, tan jodida y asquerosamente. Parecía un maldito títere con el que ella podía jugar hasta cansarse, nunca diría nada, siempre permanecería en silencio, no importaba cuantas veces me despreciara, me tirara, me cortara en mil pedazos, yo le seguiría perteneciendo sin importar nada. Y lo peor de todo era que sabía que no tenía ningún tipo de oportunidad. Solo había que mirarla para saber que tipo de chico le gustaba: los rebeldes, los tipos rudos y en cierta forma marginal. Porque ella se sentía exactamente como ellos. Era imposible que se fijara en mí, un tipo de los barrios altos que se había criado en los mejores colegios, y estaba estudiando en la universidad. No tenía nada que ver con la clase de vida que ella llevaba, éramos personas completamente diferentes y que nuestros caminos se hubieran hecho paralelos por cosas del destino no significaba que fueran a entrelazarse. Era algo imposible, es lo que decía mi mente, pero mi corazón no quería aceptarlo. ¿Por qué iba a abandonar la lucha sin ni siquiera haber dado mi primer paso? No sé como estaba sucediendo pero en mi interior comenzaba la batalla entre mi razón y mis sentimientos, enfrentados en bandos distintos, apuntados por cañones y pistolas. ¿Quién ganaría? No tenía la más mínima idea de aquella respuesta. Solo quería seguir en el juego. Ella no me había dado indicios a que desapareciera de su vida, al contrario que mi hermano, ella se había acercado, habíamos hablado, habíamos pasado un momento divertido. Me gustó aquella sensación de paz que flotó en el ambiente cuando estábamos sentados en aquel viejo sofá del salón. Era diferente a cuanto hubiera sentido y se sentía absurda y jodidamente genial. Sin embargo, había un problema, no solo las diferencias palpables entre nosotros, si no también mi hermano. Ella había dejado claro que no estaban juntos, a pesar de todo, ella no lo quería de la forma en que yo me había imaginado. Al menos eso había dicho. Mi apuesta era otra completamente diferente. Puede que ella no se hubiera dado cuenta pero ahí había algo rematadamente extraño. Recordaba la forma en que él me demostraba su “propiedad” el día que nos habíamos visto por primera vez en mucho tiempo con el simple gesto de tomarla por la cintura y apartarla de mi vista. Sin duda se había dado cuenta de que la había estado mirando, fascinado y extrañado a la vez, fascinado por haberla visto después de haberme auto convencido de que no la volvería a ver y extrañado por encontrarla en el lugar dónde menos me había esperado, sorprendido por descubrir que era ella la chica con la que vivía mi gemelo. Ese era el problema. Que aunque ella tuviera claro su papel, al parecer mi hermano no lo tenía del todo asimilado, con ese simple gesto me demostró mucho más que las palabras pronunciadas por ella en toda una tarde. Y lo peor es que no sabía cómo luchar contra eso o si debería hacerlo. Ella me gustaba, me gustaba muchísimo, pero él era mi hermano, a pesar de todo su odio hacía mí y sus palabras cargadas de rencor. ¿Qué debía hacer? Me pregunté aún sabiendo que la respuesta a esa pregunta no me la iba a otorgar yo mismo. Suspiré. No había mucho que yo mismo pudiera hacer. Tenía que alejarme, era la mejor solución, aunque no quisiera. Era algo injusto, lo sabía, aún no comprendía del todo por qué debía hacerlo pero era la realidad, mi triste y oscura realidad, la que me decía que era más importante recuperar a mi hermano perdido que no pelearme con él por una chica. Aunque esa chica fuera Daiana… No, eso no ayudaba. Debía apartar ese pensamiento de mi mente, no me ayudaría en nada en mi propósito y me causaría más daño del que ya albergaba. Por eso debía alejarme completamente de ella, aunque era tan jodidamente difícil…

“¡Basta!”Me dije a mí mismo agitando la cabeza en ambas direcciones, intentando de alguna forma evitar que ese pensamiento volviera a mí. Tenía que hacerlo aunque doliera, aunque me jodiera, era por mi bien, una chica como ella no me haría bien, era diferente a mí y jamás se iba a fijar en alguien como yo. Asunto zanjado. No pensaba darle más vueltas al tema, ahora iba a cerrar los ojos y a intentar dormir. Ella había pasado prácticamente la tarde aquí en casa, después había llegado mi padre de trabajar, habían intercambiado algunas palabras con respecto a mi hermano y luego ella se había marchado. Poco después había preparado algo de cena para mi padre y para mí, me había dado una ducha rápida y me había tumbado… en la cama que había pertenecido a mi propio hermano. Mi plan había sido dormir en el sofá, pero mi padre había insistido y me había visto obligado a entrar a esta habitación que yo mismo me había dedicado a criticar pensando en cualquiera de las posibilidades que había de encontrar algo extraño entre esas cuatro paredes. Ahora que estaba dentro, me parecía de lo más normal. La habitación no tenía apenas muebles, solo contaba con una cama, un armario en el que una de las puertas no cerraba del todo, un pequeño escritorio situado en la pared opuesta a donde estaba la cama y una silla. Era bastante modesta la verdad, y a pesar de la capa de polvo que cubría los pocos muebles y la puerta que acabaría descolgándose algún día, estaba bastante bien. La pintura de las paredes también estaba algo desgastada y posiblemente necesitaba una nueva capa pero no iba a hacerlo, aunque supiera y pudiera. Comprendía por qué mi padre mantenía la habitación intacta, por qué permanecía cerrada, albergaba la idea de que Tom algún día regresara. En el fondo pensaba que era una idea absurda, que el cabrón de Tom nunca volvería a pisar el suelo de esa casa pero no quería arruinar la ilusión de mi padre. Él era feliz pensando en eso y no tenía por que estropear eso.

Girando de nuevo sobre mí mismo y quedando con la vista clavada en la pared intenté desvanecer mis horribles pensamientos de mi mente sin ningún éxito. Me preguntaba por qué me costaba tanto deshacerme de ellos, ¿sería por la culpa que me invadía por dentro? Debía ser eso porque otra explicación no conseguía obtener. Cerré los ojos e intenté por todos los medios posibles que aquellos pensamientos que me habían estado invadiendo desde que ella se fuera se esfumaran por completo. No los quería conmigo, no debía pensar en ella, me estaba haciendo daño a mí mismo, tenía que evadir aquellos como fuera. Y lo iba a conseguir. ¿Cómo? Aún no tenía ni idea pero estaba en ello. Lo importante era mantenerme ocupado como fuera. Así que mañana temprano acabaría de limpiar la casa de mi padre y me pondría a estudiar. Faltaba poco para los exámenes y no quería bajar mi nota media, debía mantenerla como fuera. Ok, ya tenía un buen plan para pasar el tiempo, esperaba que no se me fuera al traste y, sobre todo, esperaba que ella no apareciera porque si lo hacía iba a tirar todos mis planes a la mierda. Eso debía hacer. Mantenerme ocupado. Y eso es lo que iba a hacer ahora, iba a cerrar los ojos y a dejar mi mente completamente en blanco. Si no pensaba en nada mi cuerpo se rendiría solo a los brazos de Morfeo y todo sería mucho más fácil así. Ya no sería consciente de mí mismo y durmiendo yo no podía controlar a mi subconsciente. Genial, Bill, estás hecho un completo paranoico. Lo mejor sería apartar todas estas ideas absurdas que se te cruzan por la mente en cuanto tienes una oportunidad para pensar. Realmente estás fatal de la cabeza, amigo mío. Dices que quieres estudiar psicología pero eso es exactamente lo que necesitas, my friend, un puto psicólogo antes de que pase alguna desgracia y acabes, no se, creyéndote atacado por tu propia mente. Ahí tenía que darle un punto a mi cabecita, iba a volverme loco en cualquier momento y debía tranquilizarme. Todo iba a estar bien, tenía que hablar con Gus, contarle todo, confiar en él como lo había estado haciendo todo este tiempo, seguro él me iba a ayudar en todo lo que necesitara. A decir verdad, todavía no sabía por qué no se lo había contado ya. Era mi mejor amigo, el que siempre había estado conmigo en cualquiera de los malos momentos de mi vida, también en los buenos. ¿Por qué demonios le estaba ocultando algo como aquello? ¿A él que merecía antes que nadie saber la verdad? ¿Tenía preferencia el idiota de Jeremy antes que él? Claro que no. Entonces, amigo mío, ¿por qué se lo contaste todo antes al rubiales que a tu mejor amigo? Ni yo mismo me podía entender. Se lo había contado a Jeremy por la situación en la que me había visto involucrado. Jeremy me había visto en los barrios bajos y por mucho que yo le negara este hecho era imposible que me creyera. Estaba comprobado, no había nadie igual a mí en aquellas calles, quitando a mi hermano gemelo que quedaba descartado inmediatamente debido a nuestras grandes diferencias palpables a la vista de cualquiera. El rubiales me había visto sin margen alguno de error. Y por eso me había visto casi obligado a contarle todo. ¿A quién estaba intentando engañar? ¿A mí mismo otra vez? Había terminado contándoselo todo a Jeremy porque me lo había encontrado justo en el momento en el que más necesitaba hablar con alguien, él no me había hecho preguntas absurdas, las preguntas que me había hecho eran simplemente necesarias, necesarias para hacerme ver la mala persona que había sido durante todos estos años. Aunque eso no justificaba por qué no le había dicho nada a Gus después, por qué no había cogido el teléfono y le había hablado sobre todo lo que se me pasaba por la cabeza, sabiendo que él estaba al otro lado, que me escuchaba como lo había estado haciendo todo este largo tiempo. Ahora empezaba a sentirme realmente mal. Le había estado ocultando la gran verdad de mi vida a una de las personas más importantes que estaba en ella. ¿Qué nombre le podía poner a eso? Tenía que hacer algo… Tenía que disculparme por lo que había hecho, tenía que decirle la verdad…

Segundos más tarde me vi enganchado al teléfono, escuchando el tono de llamada del móvil de mi mejor amigo, y con los ojos un poco humedecidos cuando escuché su voz al otro lado del teléfono. No pude articular ni una sola palabra coherente. La culpa me abrasaba por dentro y no mucho más que estúpidos balbuceos ininteligibles escapaban de mis labios. Tenía que tranquilizarme, decirme a mí mismo que así no solucionaba nada, sin embargo, lo que podía sentir en mi interior era peor que toda mi estúpida razón…

- ¿Bill?

Escuché su voz pero no pude hacer nada, un par de lágrimas escaparon de mis ojos sin yo poder hacer nada para retenerlas. Sabía que me estaba comportando como un completo idiota, un niño estúpido incapaz de afrontar sus propios problemas, pero eso mismo, en esos mismos momentos pasaba a un jodido segundo plano. No me importaba, estaba solo, nadie podía verme y solo él podía escucharme. Mi padre había salido y estaba solo en casa. ¿Si tenía miedo? Estaba muerto de miedo. Nunca había pasado una noche en estas calles y aunque la casa parecía segura, no tenía ni una maldita alarma. ¿Qué clase de ciudadano viviría en esas calles sin una alarma que advirtiera a la policía en caso de posible allanamiento de morada? Pero estaba hablando de mi padre, el que nunca estaba en casa y que no poseía nada realmente de valor y lo poco que tenía, lo conservaba consigo. ¿Qué demonios estaba pensando ahora? Tenía a mi mejor amigo al otro lado del teléfono y solo pensaba en lo atemorizado que estaba, y en lo que ocurriría si alguno de los chicos del barrio entraban por esa puerta buscando algo que robar. Me había asegurado bien que todas las puertas y ventanas con acceso directo a la casa estuvieran completamente cerradas antes de acostarme así que mi miedo era una jodida mierda de la que debía desprenderme, afrontando así la conversación que tenía pendiente con el rubio y que me estaba sentando peor que una patada en el estómago. Debía decirle todo. Cuanto antes. Lo sabía, la cuestión era: ¿cómo? Después de todo este tiempo que había pasado ocultándole aquel hecho qué iba a decirle. ¿Hola, Gus. Adivina qué: encontré a mi gemelo? Sonaba tan jodidamente estúpido y falso… Pero era algo. Y era mejor que nada.

- Hola, Gus… - saludé con voz temblorosa
- ¡Al fin contestas! Estaba empezando a preocuparme… - contestó él a su vez, aliviado. - ¿Dónde estás? Llamé a tu casa para quedar porque no me cogías el teléfono y tu madre me dijo que…
- Gus, estoy en casa de mi padre. – lo solté tan rápido que tuvo que tomarse un tiempo para asimilar la idea.
- ¿Qué? – logró pronunciar después de un tiempo de asimilación. – Bill, ¿dónde te has metido?

No iba a ocultarle por más tiempo la verdad, así que empecé a narrarle todo cuanto había pasado desde la noche en que lo había estado esperando en la sala de espera del hospital mientras atendían su mano hasta el instante en que me había despedido de Daiana en la puerta de la casa de mi padre. Él me escuchó sin apenas decir nada, tal y como yo mismo sabía que iba a hacer, escuchó todas y cada una de mis palabras, interrumpiéndome cada cierto tiempo para recopilar todo lo que le había estado diciendo en su intento de asimilar la nueva información que le estaba aportando. No me podía creer que resultara tan jodidamente fácil hablar de esto con él. Y me dí cuenta demasiado tarde. Había pasado demasiado tiempo, y eso me lo echaba en cara yo mismo una y otra vez, a pesar de que él nunca mencionó nada al respecto. Debía haber hecho esto mucho antes, antes de que me jodiera a mí mismo, antes de que todo se complicara. Pero era demasiado tarde para intentar borrar el pasado, debía hacer frente a la situación que vivía en esos momentos y afrontarla. Él seguía escuchando al otro lado del teléfono sin decir nada que indicase algún tiempo de explicación. Y eso se lo agradecía con el alma. No sabría qué decirle si no.

- Entonces, ¿quieres decir que estás intentando recuperar a tu hermano, que te odia, y encima que te has enamorado de su novia?
- Algo así… - ¿cómo iba a explicarle a él la complicada relación que unía a Tom con la rubia si yo mismo no lo entendía? –
- Estás jodido, tío.
- ¿Realmente lo crees? Dime algo que no sepa, Gustav…

Él rió ante mi sarcasmo exagerado y poco después lo acompañé. Tenía razón, estaba bien metido en la mierda, y encima no encontraba la forma de salir. La preocupación que se había apoderado de mí antes de hablar con mi mejor amigo se esfumó en escasos minutos, dando paso a la risa paradójica, la despreocupada, la que sabía que iba a contar con el apoyo del rubio en todo, que me iba a ayudar, que no iba a parar hasta que tuviera a ambas cosas: a mi hermano y a la chica. Aunque fuera la cosa más imposible del mundo. Sabía que para él no había nada imposible. Difícil puede pero no imposible.

By Daiana

Intenté hacer el menos ruido posible cuando abrí la puerta de casa con la llave y pasaba dentro. Había pasado toda la tarde fuera y me preguntaba qué le iba a decir a Tom si se había despertado y había visto que no estaba. No era que me controlara excesivamente ni que tuviera que darle explicaciones sobre lo que hacía o dejaba de hacer, pero desde que nos habíamos enterado de que mi padre había salido de la cárcel estaba mucho más pendiente de mí de lo que a mí me gustaba. Quería saber siempre donde estaba, qué hacía y con quién estaba lo que consideraba un poco exagerado de su parte y se lo había dicho muchas veces pero él seguía en las mismas. No me dejaba ni un instante. Empezaba a preguntarme si había sido buena idea volver a dejarlo entrar en mi casa así sin más. No me malinterpreten, no quería que se fuera, me gustaba vivir con él, a pesar de todo lo que podía traer consigo en su contra, pero eso era algo con lo que ya había vivido dos años y a lo que estaba completamente acostumbrada. Lo que me hacía querer echarlo de nuevo era su excesiva preocupación, como si yo no pudiera cuidarme sola, como si no fuera capaz de defenderme. Y eso me ponía de los nervios porque claro que era capaz, nada me impedía levantar la navaja y utilizarla contra alguien que intentara joderme la vida en cualquiera de los sentidos posibles. Y eso él lo sabía mejor que nadie. Por eso no entendía su extrema y jodida manía por controlar mi vida como hasta ahora nunca había hecho. Lo odiaba, odiaba que hiciera eso, pero lo entendía, de alguna forma demostraba que realmente le importaba. No contaba con esa preocupación cuando se trataba de los otros tres… No digo que no se preocupara por ellos también, en cierta forma, solo digo que al menos no de forma tan extrema. Despacio fui caminando por el pasillo haciendo el menor ruido posible y cuando estaba a punto de cruzar la puerta de la cocina siguiendo a mi fiel amigo, un carraspeo procedente del sofá a mis espaldas me hizo girar la cabeza, sorprendiendo allí a mi amigo, que me miraba con mirada acusadora…

- ¿No podrías llamar? – me preguntó directamente clavando su acaramelada mirada en mis ojos verdes.
- Me quedé sin batería… - fue lo único que se me ocurrió decir, lo cual era bastante cierto. Ya había salido de casa con poca batería en el teléfono y las horas muertas que había pasado en la antigua casa de mi compañero de piso en compañía de su reaparecido hermano gemelo habían agotado hasta la última gota que le quedaba.
- Eso no es excusa. ¿Estabas con Anne? – negué con la cabeza - ¿T.J.? – volví a negar - ¿Georg? – asentí levemente. No podía decirle la verdad. Seria perfectamente capaz de salir corriendo en busca de su hermano y darle un buen golpe. Le había dejado completamente claro que yo era suya, cosa que no era cierta pero que él seguía empeñado en creer. Lo cual aún no entendía por qué. Yo era la más hija de puta de todas las chicas con las que había tenido la oportunidad de cruzarse, no podía ofrecerle nada… ¿por qué ese apego hacia mí? - ¿Y no pudiste coger su móvil y darme un toque? – volví a prestarle atención, me había quedado completamente fuera de órbita y por un segundo no sabía de lo que me estaba hablando.
- Me olvidé. – él puso los ojos en blanco.
- ¿Qué mierda estabas haciendo con el melenudo que te olvidaste de llamarme? – me hizo gracia lo de “melenudo” mira quien estaba hablando… Aunque noté la segunda intención con la que iba esa pregunta. Torcí el gesto. Odiaba cuando se creía que era mi dueño, cuando pensaba que no podía follar con nadie más que con él.
- Lo que haga o deje de hacer con Georg no es asunto tuyo.- remarqué las dos últimas palabras junto con la negación. Acompañé mis palabras con un giro brusco de cabeza, dispuesta a seguir mi camino, ligeramente enfadada. Pude escuchar sus pies sobre el suelo de madera caminando hacia mí. Obviamente la discusión no había acabado aquí. Era demasiado fácil… y demasiado pronto.
- ¿Me estás diciendo que te estás acostando con Georg? – preguntó, cabreado, aferrando mi muñeca y girándome de golpe de forma que quedara mirándolo a los ojos. Sonreí para mis adentros. Empezaba a notar su vena posesiva, la que se demostraba un poco celosa de mis posibles otros amantes…
- ¿Estás celoso, Kaulitz? – enarqué una ceja, divertida, provocándole, al tiempo que de mi boca surgían estas palabras. Funcionó. Él empezó a reír a carcajadas como un loco maníaco que podía dar miedo a cualquiera… Para mí significaba otra cosa bien distinta: intentaba proteger su ego. Había dado en el clavo. No estaba celoso pero tampoco quería que me fuera por ahí buscando algo que él podía darme. Estúpido Kaulitz… Estaba harta de toda esta mierda. De su jodida estupidez. De su mierda. De su juego… Había sido divertido ahora empezaba a cansarme…
- No me provoques, rubia… -

Eso me pareció gracioso. No sé muy bien por qué pero no pude evitar reirme a carcajadas, la expresión en su rostros, sus ojos fijos en mí, su mano aferrando mi muñeca, claramente cabreado, todo me parecía de lo más gracioso. Y mi risa estaba haciendo que se cabreara aún más todavía. Me importaba una mierda. No le tenía miedo. Estaba preparada, esta vez no iba a ser como en el baño, esta vez no lograría alcanzar mi cuello con sus manos, esta vez la pelea se daría de forma más interesante, con cada uno de nosotros en los lados opuestos del cuadrilátero, sin importar la considerable fuerza que él tenía y de la que ni yo misma poseía la mitad, eso no importaba demasiado, él podía ser fuerte pero yo era más rápida.

Clavando la mirada en aquellos ojos del color de la miel, mirándolo desafiante, pude anticiparme a sus movimientos, sabía que él creía que me tenía bajo control solo porque me tuviera sujeta por la muñeca, pero eso no era cierto, rápidamente podía deshacerme de su agarre y ser yo quien lo tuviera a él. Había estado practicando mucho ese movimiento últimamente y había llegado la hora de ponerlo en práctica. Pero no había llegado todavía el momento, estaba esperando cualquier movimiento suyo, esperando para ver cual sería su próximo paso, quería observarlo antes de atacar, como un depredador observa a su presa escondido entre la sabana. Parecía que sus pensamientos eran exactamente iguales que los míos, ambos nos manteníamos al acecho, clavando la mirada en el otro, esperando a que el otro hiciera o dijera algo… Y entonces comprendí que aquello no iba a llevar a ninguna parte, los dos estábamos acostumbrados a esto, utilizábamos la misma técnica de combate y ninguno se iba a cansar, podíamos estar así toda la noche que no iba a pasar absolutamente nada. Por eso me decidí a dar el primer paso. Me relajé. Inspiré y expiré el aire que llenaba mis pulmones en forma de rendición. Él aprovechó para acercar su rostro al mío, reposar sus labios sobre los míos y pronunciar las palabras que yo estaba esperando:

- Jaque mate.

Mi momento había llegado. Rápida como un lince y con una sonrisa burlona dibujada en mis labios aferré su muñeca con mis dos manos y en un veloz y certero movimiento conseguí paralizarlo clavando su propio brazo sobre su espalda presionándolo con el mío propio.

- Jaque mate, Kaulitz. – sonreí, burlona.

Casi pude escuchar sus pensamientos ante mi simple gesto, estaba segura de que me estaba maldiciendo y acordándose de toda mi familia al completo pero la satisfacción no podía quitármela por muchos insultos o muchas maldiciones que soltara. Sin embargo, sabía que el juego había empezado, que él no iba a quedarse de brazos cruzados viendo como lo ganaba en una batalla, él iba a atacar, pronto, de la manera más cruel y violenta que jamás hubiera habido. Iba a ir a por mí y yo estaba preparada para ello. En cierta forma lo echaba de menos. Desde mucho tiempo atrás, puede que desde que nos hubiéramos conocido, nuestra relación había estado basada en todas estas batallas. No había pasado ni una sola semana, ni un solo día, que no dedicáramos un tiempo a pelear como dos condenados, repartiendo puñetazos, patadas, mordiscos y demás que nada tenían que ver con la broma. Nos peleábamos en serio, acabábamos llenos de moratones, de marcas y con un gran dolor pero siempre acabábamos riendo a carcajadas, tirados por los suelos, y luego nos comportábamos como dos amigos normales que nunca hubieran tenido alguna pelea de aquella índole. Pero eso había sido mucho antes de entrar en la adolescencia, cuando no éramos más que un par de críos que peleaban para tener algo con lo que matar el aburrimiento, algo que les permitía entrenarse, con lo que podían hacerse un poco más fuertes cada día, preparándose para lo que podía pasar en la vida real, donde perfectamente podían ser atacados por cualquiera sin ser ninguna broma, dónde sus vidas dependían de su forma de defenderse. Por eso, mientras los críos de los barrios altos y los más mimados de los bajos fardaban y se metían en estúpidas peleas, nosotros estábamos preparándonos para el futuro, el que siempre habíamos querido para nosotros y el que ahora poseíamos, el respeto de la gente del barrio. Ah, bueno, lo que estaba hablando. Las risas y las bromas habían estado bien cuando éramos unos niños pero al llegar a la adolescencia y descubrir lo unidos que podíamos llegar a sentirnos todo quedó eso se desplazó a un bonito segundo plano, y mezclamos las peleas con lo que habíamos descubierto: el sexo. La violencia que podía salir de allí era demasiada, puede que si fuera una película todas esas escenas estarían jodidamente censuradas. Y eso era lo que iba a venir a continuación.

Cual adivina sentí cómo el se giraba tan rápido como se deshizo de mi brazo, sin parecer apenas que mi certero movimiento le hubiera causado daño alguno, se giró hacia mí cuando yo ya estaba preparada para volver a atacar.

- Cuidado, rubia, no juegues con fuego…
- Genial, hoy me siento de lo más pirómana.
- Tú te lo has buscado.

Y entonces atacó. Levantó el puño decidido a darme un puñetazo pero lo esquivé. Acababa de decirlo, él era fuerte, claro, era un tío, que me sacaba más de cabeza y media, y el cabrón era asquerosamente bueno en la lucha. Eso contaba a su favor pero yo era mucho más ágil. Podía escaquearme de todos sus golpes. Y así lo hice, me agaché en el último momento y empecé a correr, no por miedo, si no por juego, sabía que él me perseguiría poco después y que volvería a intentar pegarme, no lo conseguiría, y entonces se cabrearía pero le gustaría y solo así comenzaría de nuevo nuestro juego. Fascinante, hacía poco comenzaba a creer que me estaba cansando de nuestro estúpido juego y ahora me encontraba con ganas de volver a ponerlo en práctica. ¿Momento bipolar? Puede. Esos momentos abundaban en mi vida más de lo que me veía capaz de admitir.

Así me vi cara a cara con mi deseable compañero de piso, con el mugriento sofá de por medio. Él me miraba y sonreía, esa típica media sonrisa suya de satisfacción que tanto le caracterizaba, siguiendo con la mirada todos mis movimientos; yo me reía a carcajadas al verlo tan concentrado. Sabía como iba a acabar aquello pero era divertido fingir que me daban igual sus encantos de don Juan, que a mi no me afectaba su don para la seducción, que realmente él no me interesaba nada en el plano sexual… Solo era un juego, claro. Y así me vi corriendo por todo el pasillo, el salón y parte de la cocina en un intento de huida totalmente frustrado riendo como una loca desquiciada mientras él me seguía muy de cerca…

- Sabes que no puedes escapar de mí, rubia… ¿Por qué lo intentas siquiera? – preguntó él con una media sonrisa dibujada en los labios, esa estúpida media sonrisa que lo hacía tan jodidamente irresistible. ¿Estaba rindiéndome tan fácilmente? ¡Jamás!
- No te creas tan irresistible, Kaulitz… - intenté hacerme la dura, aunque mi tono de voz sonó totalmente a guasa.
- Dime eso mientras te follo, rubia. –

No se andaba con chiquilladas, nunca lo había hecho, ¿por qué iba a empezar a hacerlo ahora. Lo observé mientras le echaba una ojeada a mi alrededor. Maldición, no veía ni un solo hueco por el que escabullirme esta vez, me había dejado totalmente alejada de cualquier punto que pudiera darme una escapada fácil. Sin saber cómo me había quedado aislada entre su cuerpo y la pared. ¿Cómo demonios había conseguido hacer aquello? Miré a mi alrededor buscando una mísera salida pero no encontré ninguna. Y él lo sabía. El muy cabrón me miraba completamente satisfecho, clavando sus ojos del color de la miel en los míos, mordiendo el labio inferior, jugando con aquel aro plateado del mismo. Jodido cabrón. Me sentía casi perdida… casi hasta que se encendió una bombillita en mi cerebro, él me había ganado esta partida pero el juego continuaba, yo había jugado mis cartas y había perdido, ahora le a él jugar las suyas y esta vez si que no pensaba perder…

El rastafari avanzó un par de pasos en mi dirección, tan jodidamente seguro de sí mismo, estaba a punto de darle una buena patada en la entrepierna pero me contuve, me recordé que ahora él creía que yo había perdido y que me encontraba sumisa. Jugaría mi papel un poco más, solo el tiempo que me permitiera pensar en cómo continuar con aquello antes de lo previsto. Si le propinaba un rodillazo en la entrepierna el juego se acabaría demasiado pronto y eso no estaba en mis planes, quería disfrutar hasta el final.

- ¿Te diste ya por vencida? –

Preguntó en un susurro dejando su aliento sobre mi cuello, haciendo que me estremeciera de puro placer… Pero eso no iba a poder conmigo, era mucho más fuerte que eso, podía resistir, solo tenia que pensar en cosas frías, Alaska, nieve, avalanchas, tormentas de nieve… ¡no funcionaba nada! Maldita sea… ¿Cómo podía llegar a sentirme de aquella manera por un simple gesto tan cotidiano y tan… jodidamente sexy? Entonces él empeoró las cosas, cuando creía que mis piernas empezaban a fallarme, cuando mi mente se estaba acostumbrando a la idea de que iba a volver a perder y que no iba a estar tan mal el premio de consolación, a pesar de mis ganas de seguir fingiendo que cosas como esta no me afectaban en lo más absoluto, él dio un paso más allá, posando su mano sobre mi cadera, subiendo la camiseta despacio, haciendo que mi mente empezara a hacerse trizas, y para joder más y sentirse más poderoso sobre mí, empecé a notar su lengua en mi cuello, trazando algún camino hacia mi oído donde con la voz mas jodidamente seductora que había escuchado en mi vida pronunció las palabras:

- ¿Cuánto más piensas seguir haciéndote la dura?

Juro que morí. Al menos eso creí antes de decirme a mí misma que debía ser fuerte, que nada de eso me afectaba, que era una estatua de piedra, que no era humana que… ¡Dios! ¿Por qué me estaba engañando de esa manera? Nunca había sabido cómo mierda conseguía hacerme enloquecer de esa manera pero lo hacía, desde la primera jodida vez, me hacia sentir como ahora, completamente abandonada a él, y no entendía por qué. No lo entendía o no quería entenderlo. Porque de una cosa estaba segura, no era amor lo que sentía, antes muerta que ese estúpido sentimiento de adolescente que te hacía olvidarse hasta de uno mismo, no ese estado alucinógeno en el que te hacía entrar en un mundo aparte y el que te alejaba de la jodida realidad, aquello solo tenía una definición: era simplemente sexo. No había nada más que eso. No significaba nada más. ¿Por qué seguía empeñada en buscarle alguna explicación a lo que él influía en mí? Joder, solo había una que necesitaba saber, que él sí sabia lo que hacía, que no era un niñato de mierda, que sabía donde y como tocar para hacerme enloquecer… Entonces, maldita rubia, ¿por qué buscas más explicaciones?

Entonces fui yo la que actué, empujándolo contra la otra pared del pasillo en el que me había visto arrinconada, buscando sus labios tan jodidamente desesperada, mientras él con una sonrisa burlona atendía mis caprichos, correspondiendo mis besos, mordiendo mi labio inferior hasta que éste sangrara, lamiendo la herida, arrastrándome de nuevo sobre la pared con violencia, haciendo que me golpeara la espalda contra el duro ladrillo una vez más, todo mientras sus manos se aferraban a mi trasero. No me quejé, en ningún momento le advertí que dejara de hacerme daño de aquella forma tan cruel, sobre todo, porque me gustaba. Nunca dije que nuestro juego fuera algo delicado, tampoco un cuento de hadas, así que no es de extrañar que todo aquello no fuera claramente normal. Como es obvio ninguno de los dos cabíamos en la definición de normal pero tampoco éramos masoquistas. Disfrutábamos con los mordiscos, la violencia, la brusquedad pero nunca iba a entrar en nuestra habitación un jodido látigo ni nada que reflejara ese tipo de sumisión. Un mordisco en el cuello me hizo volver a la realidad, tenía que estar aquí, con los cinco sentidos, no podía permitir que mi mente volviera a viajar a su antojo, sentí como mi camiseta ascendía por mi costado hasta que abandonó mi cuerpo, una de mis manos aferrando sus rastas entre mis dedos, la otra se relamía de gusto con sus machacados abdominales debajo de su camiseta, que no tardó en desaparecer, tirada en el suelo haciéndole compañía a la mía propia. Sentía cómo mi cabeza empezaba a dar vueltas sin control, como mi cuerpo aumentaba de temperatura simplemente con el solo e increíble roce de su piel contra la mía, como mi ropa interior comenzaba a humedecerse, sobre todo al sentir la presión de su sexo contra él… Estaba empezando a perder la razón y eso no era nada bueno para mí, porque no sabía con exactitud lo que podría pasar si mi casi inexistente parte razonable de mí me abandonara en un momento como aquel. Descubrí, a sí mismo, que tampoco me importaba, sobre todo porque no iba a ser la primera vez que ocurriera. Había vivido esto otras veces y no me había pasado nada… Sin embargo, ¿por qué empezaba a sentirme un poco culpable si que es que era eso lo que sentía? Ni siquiera sabía qué mierda se me estaba pasando por la cabeza, sabía que debía mantener toda esa mierda lejos de mí y estar allí, en ese pasillo, en esa casa, con los cinco sentidos puestos en lo que estaba haciendo pero mi mente empezaba a divagar sin saber muy bien por qué. No era una estúpida mojigata, joder, me gustaba esto, ¿por qué de repente me paraba a pensar en estupideces? Mi jodida mente me estaba poniendo de los nervios últimamente, no hacía más que pensar y pensar y eso me fastidiaba realmente, sobre todo porque, en situaciones como aquella, no me dejaban disfrutar el delicioso momento…

Sentí mis piernas alejarse del suelo al tiempo que él me embestía de nuevo sobre la pared y me alzaba mientras mordisqueaba sin cesar mi cuello descendiendo con sus mordidas hasta mi escote, las sentí enredarse en su cintura, sentí sus manos aferrarse a la cintura de mi pantalón, su lengua en mi piel, mi cuerpo estremecerse, un suspiro escapando de lo más profundo de mi garganta y en mi mente la imagen tierna de un chico moreno, de pelo largo, ojos ahumados, mirada pura, tierna, clara, transparente… Bill.

Abrí los ojos de par en par.

¿Qué demonios había sido eso?